viernes, 1 de abril de 2016

Imagen primera de 'Don Quijote' por JOSÉ MONTERO REGUERA

José Montero Reguera
Presidente de honor de la Asociación de Cervantistas
No recuerdo cuándo me acerqué por primera vez al Quijote; supongo que, como todo muchacho de mi edad, algunos pasajes o capítulos me fueron leídos durante la escuela primaria. No tengo memoria de aquello; sí en cambio de la lectura de la Primera Parte a lo largo del tercer año de bachillerato, de la mano de un excelente catedrático de instituto, Demetrio Estébanez Calderón, quien explicó a la clase en la que yo me encontraba los elementos sustanciales de aquella. Era una de las varias lecturas del curso 1982-1983 y no me causó ningún efecto adverso: recuerdo lejanamente que me entretuvieron algunos capítulos y que entendía con relativa facilidad la lengua en la que se escribieron. Creo que se unieron en esa primera lectura el placer y la obligación (aunque quizás en orden inverso). Quizás el largo verano escolar de entonces (de finales de junio a comienzo de septiembre), no sé si de ese mismo año o del siguiente, fue momento propicio para rematar el libro y concluir mi primera lectura del Quijote.

La carrera de Filología Hispánica que comencé en 1985 podría haber favorecido la profundización en el libro cervantino, pero lo cierto y verdad fue que el Quijote brilló por su ausencia en los cinco años de aquella; apenas unas muy pocas horas de la mano de Pablo Jauralde en segundo curso de carrera: recuerdo que una de las preguntas del examen fue “La libertad en el Quijote”. Naufragamos todos, como no podía ser de otra manera. Fuimos pertrechados de libros y apuntes, pues se permitían, pero reparé en que ese tema era inacabable y muy difícil de sintetizar en apenas dos horas (junto con otras preguntas también complejas). Con el tiempo, me di cuenta de la importancia de esta cuestión no solo en el Quijote, sino en el propio Cervantes, y de las muchas páginas escritas sobre ella.

Fueron, sin embargo, las Novelas ejemplares, que leí con mucho detalle al comenzar mis estudios de doctorado, las que me engancharon de manera definitiva a Cervantes; el Quijote vendría después. La lectura de estos doce relatos corrió parejas con la explicación cercana y convincente de Antonio Rey Hazas, quien por esas fechas estaba dedicando importantes páginas a Cervantes y sus obras. Desde entonces no he dejado de volver sobre ellas con relativa insistencia hasta editarlas en 2015 (Penguin Books), con agradecida dedicatoria a quien me inició en ellas. Las he leído y las he explicado mucho en clase: me siguen entreteniendo y sigo aprendiendo con ellas, y me doy cuenta de lo actuales que todavía son muchas de ellas y del éxito que tienen entre los alumnos, no necesariamente de filología.

Iniciado el doctorado, había que pensar en escribir una tesis; sin duda el interés que despertaron en mí las novelas cervantinas junto mi gusto por el Madrid de los Austrias me condujeron a un escritor sobre el que reuní muchos materiales y comencé a leer con avidez: Alonso del Castillo Solórzano; una voz amable y decisiva entonces hizo que me orientara por otro camino completamente distinto e impensable para mí y para la Universidad española de aquel tiempo: no se hacían entonces (en torno a 1990) tesis sobre el Quijote en España; había un temor reverencial a la espesa selva bibliográfica cervantina que ahuyentaba los trabajos de largo alcance sobre este escritor. La voz fue la de Pablo Jauralde; la decisión, mía. Y me embarque en una fascinante aventura de la que no he salido ni creo que vaya a salir nunca: “¿por qué no hace una tesis sobre el Quijote? –me preguntó; “me da un poco de canguis” –contesté yo. No te preocupes, yo te preparo un mínimo esquema y sobre eso te pones a trabajar”. Quizás las palabras no son exactas, pero sí el sentido de las mismas; poco tiempo después, en un descanso de los trabajos que entonces hacíamos juntos –con otros más– de catalogación de los fondos poéticos manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, me trajo el esquema, que traía un título: El Quijote y la crítica contemporánea. Este título no lo modifiqué, pero sí, y mucho, el esquema: una vez que me metí en faena empecé a darme cuenta de la necesidad de completar, modificar, ampliar el esquema para darle una forma coherente y convincente. Entonces sí fue cuando me metí de lleno en el libro, leído ahora con lápiz en mano: todavía conservo los ejemplares de la edición de Murillo (Castalia) donde lo leí. 

Al tiempo iba reuniendo los materiales bibliográficos para avanzar en la tesis. Materiales que no han dejado de crecer nunca, lo que me ha permitido reunir un importante fichero cervantino. Después fue cosa de constancia, perseverancia y mucho trabajo que desarrollé a caballo de dos bibliotecas: la Nacional y, sobre todo, la del viejo Instituto Miguel de Cervantes del CSIC, en la calle del duque de Medinaceli, donde de vez en cuando me encontraba con Alberto Sánchez, el gran y sabio cervantista. La tesis superó con éxito su defensa en los días iniciales de mayo de 1995 ante un tribunal excepcional, presidido por don Alonso Zamora Vicente. El libro se publicó dos años después. No me he separado del Quijote desde entonces. Aunque he procurado acercarme a otros autores y trabajado sobre épocas distintas, el libro de Cervantes constituye para mí una magnífica atalaya desde la que explicar otros textos previos al tiempo que avizora los que vienen después: relatos picarescos, novella… y andando el tiempo la Novela con mayúsculas, lo que me permite acercarme (y hasta entender mejor) a Galdós, a Valera, a Dumas, a Eduardo Mendoza, a Javier Marías (malgre-lui), Luis Landero y a un sin fin de escritores que he leído con fruición.

Más de veinte años después, Vingt ans après, como en la continuación de Los tres mosqueteros, el libro cervantino –sin duda lo más importante– me sigue entreteniendo, divirtiendo –unas veces con la sonrisa; otras, con las carcajada–, emocionando, enseñando. Y me recuerda –siempre– aquello que leí una vez a Alonso Zamora Vicente y constituye una de las grandes lecciones del libro:

… el joven español ha de estar siempre en carne viva ante la crítica que Cervantes hace de la sociedad en que vive y aprender de él la postura que un intelectual ha de mantener frente a las estructuras sociopolíticas, tan cambiantes: hay que ir a la vanguardia de ellas, en permanente oposición constructiva, marcando una ética y un inextinguible afán de mejoramiento. La voz de Cervantes suena como una cenefa desencantada para todas las situaciones que se nos puedan plantear en la existencia, y su consejo y su sonrisa disculpadora llenan de esperanzada luz cualquier escenario, por tenebroso que se presente. De ahí su permanente actualidad, su constante patronazgo literario. Nunca se nos ha dicho tan alto y tan claro que el hombre es solamente hijo de sus obras, que no puede haber distingos de otros tipos (apellidos, nacimiento, fortuna, influjos sociales, etc.) y que cada cual hará muy bien con llenar con justeza el hueco que tiene en la comunidad […] durante años, siglos, hemos leído a carcajadas la ceremonia de la armazón caballeresca de don Quijote (notemos ya esa alarmante armazón), cuando, en realidad de verdad, no se trataba de risas fáciles, sino de una burla dolorosa, de un formidable escarmiento ante las pompas humanas […] El joven español podrá recorrer tranquilo y desenvuelto todo el horizonte posible si lleva bien hondo el aviso cervantino, y lo pone de acuerdo con su conducta y convicciones.[1]

         Mucho más cabría decir, pues todos estos años con Cervantes y el Quijote de la mano, han dado ocasión a muchas vivencias, amistades, experiencias, sabores y sinsabores; un largo aprendizaje, en fin, del que estas palabras, escritas a petición de una antigua alumna y hoy amiga y profesora, Marta Pérez Rodríguez, tan solo son un pequeño punto de partida.

José Montero Reguera
Catedrático de la Universidad de Vigo
Presidente de honor de la Asociación de Cervantistas





[1] Alonso Zamora Vicente, “La literatura”, Pedro Laín Entralgo (Coordinador y prologuista), Los estudios de un joven de hoy, Madrid: Fundación Universidad-Empresa, 1982, pp. 188-189.

2 comentarios:

  1. Gracias, Montero. Siempre es un placer leerte, ahora un honor tenerte entre mis amigos, pero tengo que confesar que agradecerte todo lo que me regalas con tus conocimientos, cada vez que nos encontramos, no podría resumirse aquí con unas breves frases. Un abrazo muy afectuoso en la distancia, Marta.

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  2. Hoy es un día importante porque es el inicio del mes cervantino, mes en el que celebramos el 400º aniversario de la partida del padre de Don Quijote, de Sancho, de las Novelas Ejemplares y de la imaginación de mucha gente. Celebramos la literatura. Celebramos a Miguel de Cervantes.

    Gracias profesor Monteiro por compartir con nosotros su historia en el mundo cervantino. Es evidente su pasión por la obra de Cervantes y leer su texto hace con que nos apasionemos aún más por este gran escritor.

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