José Montero Reguera Presidente de honor de la Asociación de Cervantistas |
La carrera de
Filología Hispánica que comencé en 1985 podría haber favorecido la
profundización en el libro cervantino, pero lo cierto y verdad fue que el Quijote brilló por su ausencia en los
cinco años de aquella; apenas unas muy pocas horas de la mano de Pablo Jauralde
en segundo curso de carrera: recuerdo que una de las preguntas del examen fue “La
libertad en el Quijote”. Naufragamos
todos, como no podía ser de otra manera. Fuimos pertrechados de libros y
apuntes, pues se permitían, pero reparé en que ese tema era inacabable y muy
difícil de sintetizar en apenas dos horas (junto con otras preguntas también
complejas). Con el tiempo, me di cuenta de la importancia de esta cuestión no
solo en el Quijote, sino en el propio
Cervantes, y de las muchas páginas escritas sobre ella.
Fueron, sin embargo,
las Novelas ejemplares, que leí con
mucho detalle al comenzar mis estudios de doctorado, las que me engancharon de
manera definitiva a Cervantes; el Quijote
vendría después. La lectura de estos doce relatos corrió parejas con la
explicación cercana y convincente de Antonio Rey Hazas, quien por esas fechas
estaba dedicando importantes páginas a Cervantes y sus obras. Desde entonces no
he dejado de volver sobre ellas con relativa insistencia hasta editarlas en
2015 (Penguin Books), con agradecida dedicatoria a quien me inició en ellas. Las
he leído y las he explicado mucho en clase: me siguen entreteniendo y sigo
aprendiendo con ellas, y me doy cuenta de lo actuales que todavía son muchas de
ellas y del éxito que tienen entre los alumnos, no necesariamente de filología.
Iniciado el doctorado,
había que pensar en escribir una tesis; sin duda el interés que despertaron en
mí las novelas cervantinas junto mi gusto por el Madrid de los Austrias me
condujeron a un escritor sobre el que reuní muchos materiales y comencé a leer
con avidez: Alonso del Castillo Solórzano; una voz amable y decisiva entonces
hizo que me orientara por otro camino completamente distinto e impensable para
mí y para la Universidad española de aquel tiempo: no se hacían entonces (en
torno a 1990) tesis sobre el Quijote
en España; había un temor reverencial a la espesa selva bibliográfica
cervantina que ahuyentaba los trabajos de largo alcance sobre este escritor. La
voz fue la de Pablo Jauralde; la decisión, mía. Y me embarque en una fascinante
aventura de la que no he salido ni creo que vaya a salir nunca: “¿por qué no
hace una tesis sobre el Quijote? –me
preguntó; “me da un poco de canguis” –contesté yo. No te preocupes, yo te
preparo un mínimo esquema y sobre eso te pones a trabajar”. Quizás las palabras
no son exactas, pero sí el sentido de las mismas; poco tiempo después, en un
descanso de los trabajos que entonces hacíamos juntos –con otros más– de
catalogación de los fondos poéticos manuscritos de la Biblioteca Nacional de
España, me trajo el esquema, que traía un título: El Quijote y la crítica contemporánea. Este título no lo modifiqué,
pero sí, y mucho, el esquema: una vez que me metí en faena empecé a darme
cuenta de la necesidad de completar, modificar, ampliar el esquema para darle
una forma coherente y convincente. Entonces sí fue cuando me metí de lleno en
el libro, leído ahora con lápiz en mano: todavía conservo los ejemplares de la
edición de Murillo (Castalia) donde lo leí.
Al tiempo iba
reuniendo los materiales bibliográficos para avanzar en la tesis. Materiales
que no han dejado de crecer nunca, lo que me ha permitido reunir un importante
fichero cervantino. Después fue cosa de constancia, perseverancia y mucho
trabajo que desarrollé a caballo de dos bibliotecas: la Nacional y, sobre todo,
la del viejo Instituto Miguel de Cervantes del CSIC, en la calle del duque de
Medinaceli, donde de vez en cuando me encontraba con Alberto Sánchez, el gran y
sabio cervantista. La tesis superó con éxito su defensa en los días iniciales
de mayo de 1995 ante un tribunal excepcional, presidido por don Alonso Zamora
Vicente. El libro se publicó dos años después. No me he separado del Quijote desde entonces. Aunque he
procurado acercarme a otros autores y trabajado sobre épocas distintas, el
libro de Cervantes constituye para mí una magnífica atalaya desde la que
explicar otros textos previos al tiempo que avizora los que vienen después:
relatos picarescos, novella… y
andando el tiempo la Novela con mayúsculas, lo que me permite acercarme (y
hasta entender mejor) a Galdós, a Valera, a Dumas, a Eduardo Mendoza, a Javier
Marías (malgre-lui), Luis Landero y a
un sin fin de escritores que he leído con fruición.
Más de veinte años
después, Vingt ans après, como en la
continuación de Los tres mosqueteros,
el libro cervantino –sin duda lo más importante– me sigue entreteniendo,
divirtiendo –unas veces con la sonrisa; otras, con las carcajada–, emocionando,
enseñando. Y me recuerda –siempre– aquello que leí una vez a Alonso Zamora
Vicente y constituye una de las grandes lecciones del libro:
… el joven español ha de estar siempre
en carne viva ante la crítica que Cervantes hace de la sociedad en que vive y
aprender de él la postura que un intelectual ha de mantener frente a las
estructuras sociopolíticas, tan cambiantes: hay que ir a la vanguardia de
ellas, en permanente oposición constructiva, marcando una ética y un
inextinguible afán de mejoramiento. La voz de Cervantes suena como una cenefa
desencantada para todas las situaciones que se nos puedan plantear en la
existencia, y su consejo y su sonrisa disculpadora llenan de esperanzada luz
cualquier escenario, por tenebroso que se presente. De ahí su permanente
actualidad, su constante patronazgo literario. Nunca se nos ha dicho tan alto y
tan claro que el hombre es solamente hijo de sus obras, que no puede haber
distingos de otros tipos (apellidos, nacimiento, fortuna, influjos sociales,
etc.) y que cada cual hará muy bien con llenar con justeza el hueco que tiene
en la comunidad […] durante años, siglos, hemos leído a carcajadas la ceremonia
de la armazón caballeresca de don
Quijote (notemos ya esa alarmante armazón),
cuando, en realidad de verdad, no se trataba de risas fáciles, sino de una
burla dolorosa, de un formidable escarmiento ante las pompas humanas […] El
joven español podrá recorrer tranquilo y desenvuelto todo el horizonte posible
si lleva bien hondo el aviso cervantino, y lo pone de acuerdo con su conducta y
convicciones.[1]
Mucho más cabría decir, pues todos estos
años con Cervantes y el Quijote de la
mano, han dado ocasión a muchas vivencias, amistades, experiencias, sabores y
sinsabores; un largo aprendizaje, en fin, del que estas palabras, escritas a
petición de una antigua alumna y hoy amiga y profesora, Marta Pérez Rodríguez, tan
solo son un pequeño punto de partida.
José Montero Reguera
Catedrático de la
Universidad de Vigo
Presidente de honor de la
Asociación de Cervantistas
[1] Alonso Zamora Vicente, “La literatura”, Pedro Laín Entralgo
(Coordinador y prologuista), Los estudios
de un joven de hoy, Madrid: Fundación Universidad-Empresa, 1982, pp.
188-189.
Gracias, Montero. Siempre es un placer leerte, ahora un honor tenerte entre mis amigos, pero tengo que confesar que agradecerte todo lo que me regalas con tus conocimientos, cada vez que nos encontramos, no podría resumirse aquí con unas breves frases. Un abrazo muy afectuoso en la distancia, Marta.
ResponderEliminarHoy es un día importante porque es el inicio del mes cervantino, mes en el que celebramos el 400º aniversario de la partida del padre de Don Quijote, de Sancho, de las Novelas Ejemplares y de la imaginación de mucha gente. Celebramos la literatura. Celebramos a Miguel de Cervantes.
ResponderEliminarGracias profesor Monteiro por compartir con nosotros su historia en el mundo cervantino. Es evidente su pasión por la obra de Cervantes y leer su texto hace con que nos apasionemos aún más por este gran escritor.