Marco Porcio Prisco nació en el año 234 a. C. en Túsculo, una ciudad del Lacio, que se había convertido en aliada de Roma dos siglos antes. "Porcio era un labriego fornido, trabajador y con grandes dotes para la oratoria. Debido precisamente a su don de la palabra y a los pleitos en que empezó a defender a sus paisanos, estos olvidaron su apellido Prisco y comenzaron a llamarlo Cato o Catón, que significa 'sabio'".
Catón
era vecino de un noble romano, Marcio Curio, a
quien decidió imitar en todo. "Siendo joven, Catón se unió al ejército y en 209
a. C. participó en la conquista de Tarento, antigua colonia griega en el sur de Italia. Fue
entonces cuando entró en contacto con la filosofía helénica". Algo más tarde, otro
vecino suyo, Valerio Flaco, admirado de su austero modo de vida, le
propuso que se trasladase a Roma con él para iniciarse en la vida pública.
Así fue como Catón emprendió el Cursus
honorum, la carrera de honores propia de los ciudadanos romanos.
Tras actuar como abogado en el Foro, fue elegido primer tribuno militar y, poco después, cuestor. Entre tanto, en el ejercicio de estos dos cargos intervino en
la guerra contra Cartago.
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En la imagen, el templo de Saturno, sede del Tesoro, en el Foro de Roma |
Tras su cuestura, Catón ingresó en el Senado. En el año 199 a. C. fue
elegido edil plebeyo y, dos años después, también fue gobernador en Cerdeña. En estos años se labró una reputación de gobernante
honrado, ya que jamás tocó una moneda que perteneciera a la República, pero también
obtuvo una gran fama como orador, lo que le valió el apodo de “Demóstenes romano”.
Catón era conocido en toda la ciudad por su afición al ahorro, rayando incluso
en la tacañería, pero también se conocía su gusto por la comida y los vestidos sencillos, sin
ostentación. Asimismo, destacó como hombre de negocios, dedicado a empresas de transportes marítimos y a campos de cultivo.
"Tras su exitoso gobierno de Cerdeña, en el año 195 a. C. Catón fue elegido para la más
alta magistratura romana: El consulado. Su colega en el cargo fue su citado amigo y vecino, Valerio Flaco. Sofocó una sublevación en la Hispania Citerior, de
donde regresó a Roma en el 193 a. C. con un enorme botín procedente, sobre todo, de la venta de los sometidos. El botín conseguido por Catón fue a parar de manera íntegra al erario público, salvo una cuantiosa recompensa que otorgó a sus
soldados. Él, en cambio, no tomó nada para sí; de hecho, a su querido caballo, con el que había conseguido
tantas victorias, lo dejó en Hispania para no encarecer el transporte de vuelta
a Roma".
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Coraza cartaginesa de bronce |
Una vez en la capital, en vez de dedicarse al ocio
que tanto su carrera política como militar le aseguraban, decidió volver a empezar y se
ofreció como simple oficial a otros generales y gobernadores
provinciales. "Así, acompañó como tribuno militar al cónsul Manio Acilio Glabrio
a Grecia para luchar contra Antíoco III de Siria, que había invadido la
región y soliviantado a las ciudades griegas contra Roma. Tras contribuir de manera decisiva para la victoria de
Acilio en la batalla de las Termópilas, en el año 191 a. C., liderando en persona la
carga contra la retaguardia griega, Catón regresó a Roma.
Por consiguiente, a la edad de 44 años, Catón dio por finalizada su
carrera militar, pero no se apagaron sus ambiciones políticas. Al
contrario, su aspiración se dirigió hacia uno de los cargos más
prestigiosos de la República: el de censor. En pocas palabras, "un censor era el encargado de elaborar
el registro de los ciudadanos romanos, decidiendo quién podía ser considerado como tal
y también quién tenía derecho a ser senador y caballero. Esto le daba potestad
de expulsar a quienes no se ajustaban a las virtudes exigidas en dichos órdenes. Los censores se convirtieron, por lo tanto, en una especie de
policía moral que era muy respetada por los romanos".
El interés de Catón por este cargo se explica por su
decidido propósito de restablecer en Roma lo que consideraba como la
auténtica moral romana. "Consideraba
la higiene personal y la costumbre de afeitarse como una forma de afeminamiento y, por ello, quiso poner de moda las túnicas de lana
raídas y las barbas descuidadas. También lanzó resonantes acusaciones de
corrupción contra destacados miembros de la élite romana. Denunció a su antiguo
jefe militar, Acilo Glabro, por haber aceptado sobornos y, poco después, a
Escipión Asiático, por haber aceptado dinero de Antíoco. Estas actuaciones acrecentaron su popularidad, hasta
que en 184 a. C. fue, al fin, nombrado censor".
Durante el ejercicio de su cargo, Catón consiguió "revisar las listas de senadores y caballeros, aprobó medidas contra los
publicanos (los recaudadores de impuestos, a los que el pueblo odiaba por su
codicia) y decretó duros impuestos sobre la compra de los
artículos que consideraba de lujo, como vestidos, carruajes o vajillas. Durante años se le vio yendo y viniendo por el
Foro, defendiendo causas, apoyando reformas, intentando volver a la supuesta
severidad de los antepasados. En todos esos tejemanejes, sus dichos graciosos se hicieron famosos, y con el
tiempo se llegó a formar una colección de ellos, los conocidos como Dichos de Catón".
No obstante, en su vida personal Catón no estuvo siempre a
la altura de lo que exigía a los demás o, al menos, así se lo reprocharon. "Habiendo enviudado de su mujer y teniendo ya un hijo crecido, empezó un romance con una doncella que no solo era
mucho más joven que él sino que también era la hija de uno de sus libertos, algo poco apropiado para un excónsul y excensor. Cuando esta historia se supo en Roma, Catón se casó con la muchacha y tuvo otro hijo".
Ni
siquiera cuando ya era un octogenario dejó Catón de actuar como autoridad moral
ante sus conciudadanos y de advertirles sobre los peligros del contacto con el extranjero. "Catón fue enemigo de la cultura así como de las costumbres
griegas, que consideraba depravadas y nocivas, al punto de debilitar a los
romanos. En el año 155
a. C. hizo que expulsaran de Roma a los embajadores de Atenas por la mala influencia que ejercían. En el 157
a. C. fue enviado a África para arbitrar entre los miembros de las tribus
cartaginenses y númidas. Durante esta visita se obsesionó con la idea de que
la ciudad de Cartago, a la que repugnaba tanto por su lujo como por su riqueza y que había despertado su xenofobia, era una amenaza para Roma".
El punto de vista de
Catón era suscrito por buena parte de los romanos. "Roma odiaba a Cartago, pero Cartago también odiaba a Roma como jamás en toda la Historia
dos naciones se habían odiado. Los ciudadanos de ambas urbes, dueñas de
extensos territorios más allá de sus
muros, creían con firmeza que merecía la
pena que su ciudad se hundiera en el infierno si conseguía arrastrar a la otra
con ellos. No había rivalidad o enemistad. Había un odio irracional cuyos ecos aún resuenan tras más de 2000 años".
Hasta el día de su muerte, finalizó todos sus discursos con
las conocidas palabras: “Cartago delenda
est” (Cartago debe ser destruida). "Esta famosa locución latina, no hacía más que reflejar esa voluntad no solo de
vencer, sino también de llevar la victoria hasta el extremo de que no quedara ni la más
mínima posibilidad de recuperación del antagónico enemigo romano. En la actualidad, esta expresión se utiliza para hablar de una
idea fija que se persigue sin descanso hasta que se realiza".
En el
año de su fallecimiento, y en gran parte debido a su influencia, comenzó la
tercera Guerra Púnica entre Cartago y Roma. Tres años después, Cartago fue arrasada con una minuciosidad tal que los arqueólogos solo han
conseguido encontrar pequeños restos de lo que antaño fuera la mayor y más rica
ciudad del Mediterráneo. Los magníficos edificios fueron primero incendiados,
luego demolidos y, para finalizar, sus cimientos fueron arrancados. El
páramo en el que los romanos convirtieron Cartago fue sembrado con sal para que
nada volviera a crecer allí y fue determinado que cualquier resto, de aquella esplendorosa cultura
cartaginesa, fuese exterminado.
Catón
fue el primero en escribir una Historia de Roma en prosa, Orígenes, de la cual tan solo quedan unos fragmentos. Su obra De Agricultura, un tratado sobre la misma, es
la primera obra completa de prosa en latín. Todos sus escritos los realizó en
latín, por lo que es considerado el padre de la lengua latina.
A fin de cuentas
Catón
el Viejo dejó fama de hombre de moral estricta e intachable. En palabras del historiador griego Plutarco, "los
que eran reprendidos por alguna causa respondían que no eran Catones, es
decir, que no eran perfectos". Según
el Diccionario de la Real Academia Española, ser un “catón”, es sinónimo de "ser un censor severo, alguien que critica o censura
los comportamientos de otras personas que considera inmorales". Sin embargo, pocas de las medidas apoyadas por Catón
para disciplinar a los romanos pervivieron mucho tiempo. Un siglo después, en plena crisis de la República, su figura de
patriota inflexible se recordaba con nostalgia, como un hombre perteneciente a otra época.
Consultas bibliográficas y citas:
http://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/970/Caton%20el%20Viejo
https://pt.slideshare.net/francimanz/historiografia-romana-59135885?nomobile=true
http://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/970/Caton%20el%20Viejo