Nunca lo
había visto antes en directo, y a pesar de que lo intenté en varias ocasiones,
por diferentes circunstancias, al final nunca lograba “consumar” ese momento
mágico, de “brujería”. Sí había visto vídeos de obras suyas, pero el teatro no
es cine, requiere del momento, la frescura del instante único e irrepetible que
significa cada función; la atmósfera que se genera, la expectación y, por
supuesto, la presencia física del actor que se hace más poderosa y magnética
cuánto más cerca estés del escenario. En mi caso, esa emoción que suscita cualquier
representación teatral se duplica porque, además de espectador, soy actor y
cada vez que voy al teatro, no solo me dejo llevar por la historia que me
cuentan, sino por todos los elementos que participan en la escena, como la
música, la iluminación, la escenografía, el vestuario, aparte de los propios recursos
actorales, como el movimiento escénico, la voz, el tempo, la expresión, etc.
Rafael
Álvarez “el Brujo” tiene - como bien indica su apelativo-, ese poder hipnótico
que hace que mantengas la atención en él desde que hace su aparición en escena,
caminando hacia proscenio con una dubitativa firmeza y haciendo un primer
saludo gestual, como buscando que el público, con su aplauso de bienvenida, le
dé su “bendición” y rompa así el frío silencio que se genera para el actor,
cuando se apagan luces y murmullos, y hay que salir a escena solo, mientras un
auditorio completamente abarrotado te observa expectante en silencio.
Ni que
decir tiene que, “El Brujo”, más que tablas tiene “tablones”, no en vano lleva
más de cuarenta años subido a los escenarios representando los clásicos,
haciéndolos más humanos, más lúcidos, más transgresores; cautivándonos con la
palabra, utilizando como clave de su discurso escénico la comedia; es juglar,
es bufón, es duende y, para que sus obras no se conviertan tan sólo en mera
disertación, conjuga toda la pasión que siente por el teatro clásico, con la
más radiante actualidad política, porque como él mismo ha señalado: “si los
clásicos no se vinculan con la realidad, son un muermo para el museo”.
Así,
relaciona noticias del momento con el Quijote,
metiéndose al público en el bolsillo desde el primer momento, conocedores de
una dinámica que lleva la marca de la casa y que Rafael Álvarez utiliza en
todos sus espectáculos, un “totum revolutum”, que desde fuera puede parecer
improvisado, pero que está muy bien orquestado, facilitando la digestión
escénica, oxigenando tanto al actor como al público, haciendo más llevadero ese
otro discurso más clásico, centrado en la investigación sobre obra y
personajes.
En este
segundo espectáculo titulado “Misterios del Quijote”
-el primero lo estrenó en 2005 y abarcaba la primera parte de la novela- va más
allá, profundizando y sintetizando la obra de Cervantes, quitándole mucha
literatura. Un trabajo de investigación en el que el actor cordobés empleó
cuatro años, centrándose en la relación de Cervantes con la tradición oral, la
cultura popular, pasando de la narración al personaje y viceversa, sin más
atrezo que su propio cuerpo, su expresión y, sobre todo, su voz, que maneja con
maestría, ahora más quebrada, ahora más grave; pasando del adagio al andante y
acabando en un alegro vivace, si la ocasión así lo requiere.
Lo que le
interesa al brujo, más que quedarse con los detalles, es que la gente conecte
con la energía de lo que allí se trata, compartiendo su fascinación, esa pasión
que durante hora y media larga no escatima esfuerzos en contagiarnos por la
obra de Cervantes, que como él mismo señala, es un catálogo de sabiduría secreta. En este sentido, llega a
cuestionarse si Cervantes llegó a inventarse todo el Quijote, preguntándole al público si creen que toda la información
que les llega es real, puesto que mucho de lo que se transmite viene acompañado,
a veces, de un velo de fantasía o de ficción.
La
escenografía, al igual que la iluminación que le acompaña, es como casi todas
las suyas, austera pero elegante, simple pero efectiva. No necesita más. La
música también está presente en todos sus espectáculos, a veces en directo,
otras pregrabada, como en este caso. En “Misterios del Quijote” utiliza la caja o cajón flamenco, con el que se arranca
por bulerías en determinadas fases del espectáculo, imprimiendo fuerza, sentimiento,
carácter, otorgándole a la palabra calor y color.
En
resumen, una hora y media larga que se pasa volando, siguiendo las aventuras y
desventuras de este “otro hidalgo” de la escena, de cuyo nombre nunca podremos
olvidarnos, por el bien de la palabra y de otra forma de ver y sentir el teatro
clásico. Si tienes la ocasión, déjate hechizar por esta u otras “brujerías” que
el maestro tenga a bien ofrecernos. ¡No te arrepentirás!
Suso Pando