jueves, 14 de julio de 2016

"Anexo secreto, exilio y amor" (II)


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Una noche, en la que el corazón le latía con fuerza, Peter vio a Mia sentada en un rincón oscuro del sótano, triste e inquieta; cuando finalmente se armó de coraje para ir a su encuentro, se dio cuenta de que había pasado algo. Mia estaba con mucho miedo y recordaba con nostalgia el silencio de las mañanas, mientras miraba a través de la ventana y contemplaba a la gente corriendo, paseando con sus perros. Recordaba la forma como Peter la admiraba, siempre reflexivo, y temía que todo eso se acabara en un abrir y cerrar de ojos. En ese momento, Peter la cogió en sus brazos para tranquilizar su amargada alma. Era como si estuvieran despidiéndose y todo aquel amor, experimentado con intensidad, se fuera a quedar grabado apenas en sus memorias.

A todo eso, hay que añadir que fueron tres años viviendo en ese anexo, la guerra ya estaba a punto de terminar. Sin duda, se trataron de años de temor e inseguridad, hasta que en una madrugada lúgubre y melancólica, siguiendo un consejo de un informador que nunca fue identificado, el anexo secreto fue descubierto y atacado por un grupo de policías nazis. Mia, Peter y sus familiares fueron capturados, interrogados y detenidos. Los nazis los trasladaron a una cárcel, como si fueran criminales inmundos, y los metieron en una celda repleta de gente.

Dos días después, fueron llevados al campo de transición de Westerbork, donde ya había más de 100 mil judíos, una gran población que sufría los horrores de la guerra. Mia fue separada, casi arrancada literalmente, de su familia y de su gran amor, así que sin saber qué hacer entró en total desesperación. La mirada de desesperación de Peter era evidente, sin nada que poder decir o hacer, una lágrima escurrió sobre su cara y el semblante triste parecía devastador. En aquel momento Mia miró a Peter por última vez y, una vez más, le acarició el rostro, sabiendo que este era el fin y que si algún día volvía a encontrárselo sería por casualidad.

Peter con una mirada desoladora no pedía más que cariño y, con verdadera aflicción, le dijo a Mia:
- Ha llegado la hora, no te preocupes, vamos a levantar la cabeza y a seguir adelante, saldremos  victoriosos. Pronto nos reencontraremos mi amor.
Mia lo vio irse, alejándose lentamente. Ella, tratando de buscar apoyo en un hombro amigo sin éxito, en un tono desesperado y con la voz ahogada entre sollozos le dijo:
- ¡No te voy a ver nunca más, pero jamás te olvidaré, amor mío!

De esta suerte, los dos tomaron destinos diferentes. Mia, inicialmente, fue trasladada al campo de concentración de Auschwitz y Peter al centro de Bergen-Belsen, ambos viajaron en trenes de transporte de ganado hacia sus respectivos destinos, eran vagones malolientes, mugrientos y devastadores. Un viaje que hacía presagiar que no habría vuelta, doloroso y tortuoso. Mia fue testigo fiel de las atrocidades y los horrores cometidos contra los judíos en el campo de concentración adonde fue llevada. 

De hecho se realizaban torturas, psicológicas y físicas, tanto a adultos como a niños, incluso todos los niños menores de 15 años eran enviados directamente para las cámaras de gas. En este lugar eran exterminadas miles de personas todos los días. Mia ya tenía 15 años, por esta razón se salvó de la muerte. Con ello, sabía que la mayoría de las personas que eran enviadas a la cámara de gas no tenía ninguna posibilidad de subsistir, esto le daba la certeza de que sus compañeros del anexo secreto no habrían sobrevivido.

Más tarde, en efecto, durante su estancia en aquel sitio de atrocidad, Mia se transformó en una niña triste, cabizbaja y el llanto ya formaba parte de su día a día. Su tristeza aumentaba aún más cuando veía como niños y ancianos, ya debilitados, eran llevados a la casa de la muerte, -las malditas cámaras de gas-. Con el corazón roto, sus pensamientos dominaban su mente, que viajaba en recuerdos que estaban almacenados en su memoria; traía a cuento sus momentos de aflicciones y pequeñas alegrías de una vida inusual, problemas de la transformación de una niña en mujer, el despertar del amor, la fe inquebrantable en la religión y, también, su rara nobleza, la de un espíritu que ha madurado con el sufrimiento.

Mia, gracias a su personalidad fuerte y confiada, enfrentaba sus dudas referente a la vida y al primer amor, la imagen de Peter era una imagen constante en su mente y la añoranza de los momentos que vivieron juntos era incontrolable y lacerante, algo que la dejaba sin ánimo de seguir viva, sin embargo, mantenía la esperanza de que un día lo reencontraría al fin.

En el campo de concentración, las enfermedades abundaban y, en poco tiempo, su piel fue infectada por sarna, su estado de salud era muy serio, estaba en los huesos, así que fue transferida al campo de Bergen-Belsen. Al llegar a este lugar, la condujeron a una enfermería que la condenaba a vivir una serie de tinieblas que, durante algún tiempo, tuvo que soportar en medio a las ratas. Algún tiempo después, contrajo el tifus y su salud fue empeorando cada vez más, ya no tenía casi fuerzas, pero mientras tanto Mia se vio obligada a seguir trabajando duro como una esclava. Como había sido protagonista de tantas desgracias, Mia ya se temía que todos los de su familia, incluyendo a Peter, habrían muerto, por lo que no quería formar parte de este mundo tan cruel y había decidido entregarse a la muerte.

Unos días más tarde, en una cola esperando el conteo, para su sorpresa, reencontró a su gran amor. Allí estaba Peter, casi irreconocible, muy delgado, con la cabeza afeitada, temblando, se parecía más a un indigente, sin ganas de vivir; sus fuerzas ya se había disipado, su voz temblorosa no le permitía casi comunicarse. Aún así, estando Mia e Peter tan debilitados, se comunicaron por medio de miradas y en un encuentro breve, se dieron cuenta de que estaban confinados en el mismo lugar, por ende en diferentes secciones. Tras esta inesperada cita, Peter y Mia se vieron algunas veces más, por casualidad, en el campo de trabajos forzados, donde se cruzaban miradas cariñosas sin poder decirse siquiera una palabra el uno al otro.

Llegado a este punto, a Peter, cansado de tanto sufrimiento, no le importaba nada más, de modo que decidió hablar con Mia, -el amor de su vida-. Él salió como de costumbre para llevar a cabo su tarea y, una vez más, tuvo la oportunidad de estar más cerca de su amada. Peter se acercó a ella y, con gran deseo de tenerla entre sus brazos, no se contuvo, se abrazaron y se besaron apasionadamente durante un instante, que más les pareció una eternidad, como si ese fuera el último encuentro de sus vidas. En aquel momento imaginaban que habían resurgido de entre sus propias cenizas, puesto que lograron rescatar toda la alegría y esperanza de vivir, lo que un día ambos habían perdido.

No obstante, ocurrió lo impensado. Sin que se dieran cuenta, un soldado del ejército rojo, con cobardía, se acercó a ellos y sin piedad y cruelmente los exterminó con tan solo un disparo de fusil, por la espalda. Los dos adolescentes abrazados se cayeron de inmediato, como si hubieran sido abatidos por su cazador y, aún agonizando, mirándose a los ojos, pronunciaron al unísono un último ¡Te quiero! Enseguida murieron, allí tumbados en el suelo, abrazados, se despidieron de la vida con apenas un suspiro final.

Después de este acto bárbaro producido por los nazis, los propios soldados los llevaron a uno de los escenarios más funestos del holocausto, una fosa común, dónde eran amontonados los cuerpos inertes de manera deshumana. Fue en este lugar donde los cuerpos sin vida de Peter y Mia se juntaron a los de sus familias.

Mei Santana

2 comentarios:

  1. ¡Se me ha apretado el corazón con este final! Confiaba en que fuese otro... Gracias Mei, por emocionarnos tanto.

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  2. Gracias a ti. Qué bien que te haya gustado. La emoción es un pilar clave en la vida de todo ser vivo. ¡Abrazo!

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