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Una
noche, en la que el corazón le latía con fuerza, Peter vio a Mia sentada en un
rincón oscuro del sótano, triste e inquieta; cuando finalmente se armó de
coraje para ir a su encuentro, se dio cuenta de que había pasado algo. Mia
estaba con mucho miedo y recordaba con nostalgia el silencio de las mañanas,
mientras miraba a través de la ventana y contemplaba a la gente corriendo,
paseando con sus perros. Recordaba la forma como Peter la admiraba, siempre reflexivo,
y temía que todo eso se acabara en un abrir y cerrar de ojos. En ese momento,
Peter la cogió en sus brazos para tranquilizar su amargada alma. Era como si
estuvieran despidiéndose y todo aquel amor, experimentado con intensidad, se
fuera a quedar grabado apenas en sus memorias.
A
todo eso, hay que añadir que fueron tres años viviendo en ese anexo, la guerra
ya estaba a punto de terminar. Sin duda, se trataron de años de temor e
inseguridad, hasta que en una madrugada lúgubre y melancólica, siguiendo un
consejo de un informador que nunca fue identificado, el anexo secreto fue descubierto
y atacado por un grupo de policías nazis. Mia, Peter y sus familiares fueron
capturados, interrogados y detenidos. Los nazis los trasladaron a una cárcel, como
si fueran criminales inmundos, y los metieron en una celda repleta de gente.
Dos
días después, fueron llevados al campo de transición de Westerbork, donde ya
había más de 100 mil judíos, una gran población que sufría los horrores de la
guerra. Mia fue separada, casi arrancada literalmente, de su familia y de su
gran amor, así que sin saber qué hacer entró en total desesperación. La mirada
de desesperación de Peter era evidente, sin nada que poder decir o hacer, una
lágrima escurrió sobre su cara y el semblante triste parecía devastador. En
aquel momento Mia miró a Peter por última vez y, una vez más, le acarició el
rostro, sabiendo que este era el fin y que si algún día volvía a encontrárselo
sería por casualidad.
Peter
con una mirada desoladora no pedía más que cariño y, con verdadera aflicción,
le dijo a Mia:
-
Ha llegado la hora, no te preocupes, vamos a levantar la cabeza y a seguir
adelante, saldremos victoriosos. Pronto
nos reencontraremos mi amor.
Mia
lo vio irse, alejándose lentamente. Ella, tratando de buscar apoyo en un hombro
amigo sin éxito, en un tono desesperado y con la voz ahogada entre sollozos le
dijo:
-
¡No te voy a ver nunca más, pero jamás te olvidaré, amor mío!
De
esta suerte, los dos tomaron destinos diferentes. Mia, inicialmente, fue trasladada
al campo de concentración de Auschwitz y Peter al centro de Bergen-Belsen,
ambos viajaron en trenes de transporte de ganado hacia sus respectivos destinos,
eran vagones malolientes, mugrientos y devastadores. Un viaje que hacía
presagiar que no habría vuelta, doloroso y tortuoso. Mia fue testigo fiel de
las atrocidades y los horrores cometidos contra los judíos en el campo de concentración
adonde fue llevada.
De
hecho se realizaban torturas, psicológicas y físicas, tanto a adultos como a
niños, incluso todos los niños menores de 15 años eran enviados directamente
para las cámaras de gas. En este lugar eran exterminadas miles de personas
todos los días. Mia ya tenía 15 años, por esta razón se salvó de la muerte. Con
ello, sabía que la mayoría de las personas que eran enviadas a la cámara de gas
no tenía ninguna posibilidad de subsistir, esto le daba la certeza de que sus
compañeros del anexo secreto no habrían sobrevivido.
Más
tarde, en efecto, durante su estancia en aquel sitio de atrocidad, Mia se transformó
en una niña triste, cabizbaja y el llanto ya formaba parte de su día a día. Su
tristeza aumentaba aún más cuando veía como niños y ancianos, ya debilitados, eran
llevados a la casa de la muerte, -las malditas cámaras de gas-. Con el corazón
roto, sus pensamientos dominaban su mente, que viajaba en recuerdos que estaban
almacenados en su memoria; traía a cuento sus momentos de aflicciones y
pequeñas alegrías de una vida inusual, problemas de la transformación de una niña
en mujer, el despertar del amor, la fe inquebrantable en la religión y, también,
su rara nobleza, la de un espíritu que ha madurado con el sufrimiento.
Mia,
gracias a su personalidad fuerte y confiada, enfrentaba sus dudas referente a
la vida y al primer amor, la imagen de Peter era una imagen constante en su mente
y la añoranza de los momentos que vivieron juntos era incontrolable y lacerante,
algo que la dejaba sin ánimo de seguir viva, sin embargo, mantenía la esperanza
de que un día lo reencontraría al fin.
En
el campo de concentración, las enfermedades abundaban y, en poco tiempo, su
piel fue infectada por sarna, su estado de salud era muy serio, estaba en los
huesos, así que fue transferida al campo de Bergen-Belsen. Al llegar a este
lugar, la condujeron a una enfermería que la condenaba a vivir una serie de
tinieblas que, durante algún tiempo, tuvo que soportar en medio a las ratas. Algún
tiempo después, contrajo el tifus y su salud fue empeorando cada vez más, ya no
tenía casi fuerzas, pero mientras tanto Mia se vio obligada a seguir trabajando
duro como una esclava. Como había sido protagonista de tantas desgracias, Mia
ya se temía que todos los de su familia, incluyendo a Peter, habrían muerto,
por lo que no quería formar parte de este mundo tan cruel y había decidido
entregarse a la muerte.
Unos
días más tarde, en una cola esperando el conteo, para su sorpresa, reencontró a
su gran amor. Allí estaba Peter, casi irreconocible, muy delgado, con la cabeza
afeitada, temblando, se parecía más a un indigente, sin ganas de vivir; sus
fuerzas ya se había disipado, su voz temblorosa no le permitía casi comunicarse.
Aún así, estando Mia e Peter tan debilitados, se comunicaron por medio de
miradas y en un encuentro breve, se dieron cuenta de que estaban confinados en
el mismo lugar, por ende en diferentes secciones. Tras esta inesperada cita,
Peter y Mia se vieron algunas veces más, por casualidad, en el campo de trabajos
forzados, donde se cruzaban miradas cariñosas sin poder decirse siquiera una
palabra el uno al otro.
Llegado
a este punto, a Peter, cansado de tanto sufrimiento, no le importaba nada más,
de modo que decidió hablar con Mia, -el amor de su vida-. Él salió como de costumbre
para llevar a cabo su tarea y, una vez más, tuvo la oportunidad de estar más
cerca de su amada. Peter se acercó a ella y, con gran deseo de tenerla entre
sus brazos, no se contuvo, se abrazaron y se besaron apasionadamente durante un
instante, que más les pareció una eternidad, como si ese fuera el último
encuentro de sus vidas. En aquel momento imaginaban que habían resurgido de entre
sus propias cenizas, puesto que lograron rescatar toda la alegría y esperanza
de vivir, lo que un día ambos habían perdido.
No
obstante, ocurrió lo impensado. Sin que se dieran cuenta, un soldado del
ejército rojo, con cobardía, se acercó a ellos y sin piedad y cruelmente los
exterminó con tan solo un disparo de fusil, por la espalda. Los dos
adolescentes abrazados se cayeron de inmediato, como si hubieran sido abatidos
por su cazador y, aún agonizando, mirándose a los ojos, pronunciaron al unísono
un último ¡Te quiero! Enseguida
murieron, allí tumbados en el suelo, abrazados, se despidieron de la vida con
apenas un suspiro final.
Después
de este acto bárbaro producido por los nazis, los propios soldados los llevaron
a uno de los escenarios más funestos del holocausto, una fosa común, dónde eran
amontonados los cuerpos inertes de manera deshumana. Fue en este lugar donde
los cuerpos sin vida de Peter y Mia se juntaron a los de sus familias.
Mei Santana
¡Se me ha apretado el corazón con este final! Confiaba en que fuese otro... Gracias Mei, por emocionarnos tanto.
ResponderEliminarGracias a ti. Qué bien que te haya gustado. La emoción es un pilar clave en la vida de todo ser vivo. ¡Abrazo!
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