Mi último viaje a Galicia (Norte de España) fue en julio de 2008. Salimos, mis primos y
yo, desde León hacia Sardiñeiro de Abaixo,
un pueblo de A Coruña, donde ellos tienen un piso de veraneo.
Después de quilómetros de carretera admirando bucólicos y verdes paisajes, nos acordamos de los poemas de Rosalía de Castro: “Adiós,
montes y prados, iglesias y campanas…”, llegamos a otro sitio espectacular,
virgen, rodeado de naturaleza y un mar de azul intenso: la costa de Camariñas. En esos parajes se encuentra
el Cementerio de los Ingleses. Cuenta la historia que, en 1890, un barco inglés
colisionó con una roca y solo tres de
los 175 tripulantes sobrevivieron, así que el cura de la región decidió dar sepultura
a los cuerpos de los náufragos en ese local.
Otro paseo fue conocer Muxía,
población que forma parte de la comarca de Fisterra.
Lo que más me impresionó, además del Santuario de la Virgen de la Barca y las
legendarias piedras como la Pedra dos
Cadrís, fue el magnífico monolito de 400 toneladas y 11 metros de altura
esculpido en granito llamado A Ferida.
Esta mole se alzó para recordar la huella de la marea negra ocasionada por el
hundimiento de la embarcación petrolera llamada Prestige, en 2002. ¿Quién no se acuerda del gran movimiento de solidaridad que hubo en Galicia, así como en el resto de España, y de
los muchos voluntarios extranjeros que fueron a colaborar en las tareas de
limpieza que duraron casi dos años?
Antes de probar las delicias gastronómicas de Galicia, nada mejor que
entrar en un Bazar de Artesanía da Costa
da Morte. ¡Un verdadero paraíso de recuerdos gallegos!
El Restaurante Fin do Camiño,
conocido de mis primos y nombrado como el mejor restaurante de Fisterra fue
una de las paradas más exquisitas de todo el viaje que realizamos.
Indescriptible la sensación de sujetar una langosta viva que peleaba
por liberarse. Hasta entonces no
había probado los percebes ni el centollo, enorme, un tipo de mariscos con un extraordinario
sabor a mar. Como una típica turista de metrópolis, quise guardar las “uñas” de
los percebes y el caparazón del centollo como verdaderas joyas.
Teodora R. Monzú
Freire
El viaje de Teodora me recordó al mío... que viví como un verdadero sueño. Llegué a Fisterra de madrugada, en pleno invierno, fue una imagen inolvidable, un viento que casi me llevaba... y encontrar un hotel fue más que una aventura, todo un desafío. Graciassssss, Teodora, por compartir un recuerdo tan bello y personal.
ResponderEliminarQuerida Teodora:
ResponderEliminarEn nombre de todo el equipo del Blog Correveidile te quiero dar las gracias por habernos hecho soñar y vibrar con tu experiencia. Esperamos que aceptes seguir compartiendo cosas en estas páginas virtuales, para que todos podamos aprender un poquito más cada día. Profa. Marta