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(Resumen del libro de Clara Villanueva y Josefina Fernández)
Cuando llegó a la Catedral de Santiago de Compostela, Amy ya tenía todos los sellos y podía recoger el certificado de su compostelana e irse, pero llevaba aún consigo los trozos y había sentido que tenía que devolverlos a la cripta, aunque la policía se quedase allí custodiándola todo el tiempo.
Ella se encontró con otro amigo y le pidió que
distrajese a la policía para que ella pudiese entrar en la cripta y devolver
los trozos. Así que, mientras su amigo distraía al policía que vigilaba la
puerta, Amy bajo a la cripta, que estaba muy oscura, se fue hacia la vidriera y,
de pronto, de aquella oscuridad surgió un hombre diciéndole:
-Señorita Randall, yo estaba esperándola. Entonces
Amy se asustó mucho porque él sabía su nombre y ella nunca lo había visto antes.
Él le preguntó por los trozos y rápidamente
empezaron a ponerlos en los huecos y cuando finalizaron la vidriera estaba
perfecta. En ese momento, se acordó del papel que había recibido, donde ponía
que “nunca segundas partes fueron buenas”, y por qué siempre que arreglaban la
vidriera, esta amanecía rota; claro, era porque los vidrios con los que la arreglaban
siempre no eran los perdidos.
Amy le preguntó al hombre cómo sabía su
nombre y él le respondió que era un antiguo amigo de su familia y que allí terminaba
su misión. Sin embargo, para Amy el misterio no terminaba allí, porque ella era
de Londres y no conocía a nadie de su familia que hubiera estado allí antes,
así que le preguntó nuevamente al hombre misterioso. Entonces, él le dijo que si
quería saber la verdad tendría que ir hasta una ciudad que tenía una ermita,
que era un santuario muy pequeño, que estaba en la costa de Galicia, en Finisterre, donde los primeros peregrinos
iban… Esta ermita quedaba a casi 100 kilómetros de Santiago de Compostela.
Amy quería conocer la verdad, así que viajó hasta
allá, pero antes de irse, el hombre misterioso le dijo que cuando llegase a Finisterre
buscase al lado de la ermita, puesto que había un árbol muy grande y antiguo y
la llave de la ermita estaría dentro del mismo.
Llegó a Finisterre, alquiló un coche y se fue hasta
la costa. Cuando llegó a la ermita recogió la llave, que era enorme y
antiquísima. Con esta llave en sus manos, se fue hasta la puerta, giró la llave
y entró. El lugar era húmedo y oscuro, todo hecho de piedras.
Amy caminó hacia el altar donde había una piedra muy
grande, bajo esa piedra encontró un pergamino que estaba escrito en castellano
antiguo y que era muy viejo, pero que aún se podía leer. En su contenido
explicaba que un pariente suyo muy lejano había hecho el camino, pero al revés.
Se trataba de un londinense pobre, que tenía familia y que para poder comer se
dedicaba a hacer pequeños robos. El juez lo condenó a hacer el Camino de
Santiago para que le fuesen perdonados sus delitos.
El hombre se había marchado hasta Santiago de Compostela,
pero como no quería hacer el Camino, lo empezó al revés, por Finisterre. Un día, entonces, se fue hasta la ciudad de Santiago, donde se dedicaba a engañar a los peregrinos, porque necesitaba
obtener el certificado para llevárselo al juez y así terminar de pagar su pena.
Allí se quedó durante un tiempo, mientras cometía
pequeños robos para comer. Cierto día entro en la Catedral y bajó hasta la cripta,
donde estaba la vidriera, y justo al mediodía, que era el horario de la misa,
el sol daba de lleno en ella y se iluminaba todo el recinto con una luz muy
linda y brillante.
Entonces, él tuvo la genial idea de robarla, venderla y así
hacerse muy rico gracias a la reliquia de Santiago. Total, que empezó a desmontarla,
pero se cansó y se adormeció allí mismo, en la cripta. Al día siguiente, fue sorprendido
por otro hombre que vivía en la Catedral y, asustado, dejó caer la vidriera al
suelo, rompiéndose en mil pedazos; sin embargo, recogió todo lo que pudo, que
en ese caso fueron nueve trozos de vidrio, que eran los mismos que Amy fue encontrando
por el Camino.
En su huida, el hombre empezó a completar el Camino
al revés y fue vendiendo e intercambiando los trozos por comida y lugares para
dormir, mientras hacia el camino de vuelta a Francia, para después volver a
Londres, donde había dejado a su mujer e hijos. Pero en su travesía se puso muy
enfermo y fue cuando se arrepintió de lo que había hecho, profanar la cripta del
Santo.
Cuando estaba caído en el medio del camino, medio
muerto, un monje lo recogió. Entonces él tuvo la idea de dejar por escrito lo que
había hecho, para que un día alguien de corazón puro que llevara su sangre
pudiera hacer el camino, recoger los trozos que él había empeñado y devolverlos
al lugar de donde nunca deberían haber salido, la cripta del Apóstol Santiago.
Voladoira
Un final muy interesante, no me lo esperaba. Felicidades, Voladoira,
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