En general, los seres humanos
reaccionan muy mal a todo lo que les parezca desconocido: una nueva rutina, una
nueva cultura, una nueva idea. Creo que esta característica nos ha permitido,
hasta ahora, mantenernos vivos, visto que nuestro instinto de supervivencia
produce una serie de efectos químicos que nos hace temer el peligro, mientras
podemos evaluar si lo que nos atemoriza tiene una razón de ser o no.
Frente a una situación que no hemos
vivido, en primer lugar, surge el miedo que, muchas veces, se convierte en algo
gracioso, sobre todo porque después percibimos que nunca hubo un motivo
concreto para que él exista. Por supuesto que la gracia a la que me refiero se
pasa en el momento en el que conocemos a un nuevo amigo, antes de empezar el
primer día de un nuevo empleo o, quizás, antes de probar un tipo diferente de
comida que no estamos acostumbrados a comer.
Sin embargo, hay situaciones que
nuestro subconsciente nunca olvidará, una vez que, efectivamente, han sido las
peores experiencias de nuestras vidas: sufrir un robo, padecer una enfermedad
grave, vivenciar la pérdida de un ente querido, así como muchas otras. Y, en
estos últimos casos, cualquiera debería amedrentarse.
No obstante, entre estos dos opuestos
hay una categoría de miedo que aún
no podemos explicar: las experiencias
del más allá. Si hay personas que creen
en fenómenos paranormales, como las apariciones de bultos y las psicofonías, y
a quienes estas manifestaciones no les ofrecen ningún peligro, me quedo con la
gran mayoría que prefiere mantenerse alejado de cualquier hecho inexplicable,
por precaución. Incluso, a pesar de pensar que estos hechos puedan ser reales,
no quiero tener este tipo de vivencia. Tal vez porque, cuando era niña, muchas
noches veía un bulto negro acercarse a mí, paso a paso, después de que la luz
de nuestro dormitorio se apagaba. Me sentía sofocada y no lograba gritar hasta
que él llegara muy próximo. Entonces, mi madre encendía la luz para que él
desapareciera. Debido a eso, elegí creer en algunas cosas, pero sin acercarme a
lo que pasa.
Ojalá un día podamos descubrir la
verdad sobre los fenómenos paranormales. Mientras tanto, sigo creyendo en un
chiste que un profesor de matemáticas nos contó en una clase del colegio: "Una
recta, al depararse con un cuadrado, no lo entiende, pues un elemento de 1
dimensión no comprende a otro de 2 dimensiones. Este mismo cuadrado, al
depararse con un cubo, tampoco lo entiende, pues un elemento de 2 dimensiones
no comprende a otro de 3 dimensiones". Así que, al depararnos con un
fantasma, no debemos temerlo, pues se trata de un elemento de 4 dimensiones.
Érika W. O. Fernandes
Tu profesor de matemáticas era muy sabio. Prefiero estar en mi mundo en 3D y enfrentar el 4D solo en el cine ...
ResponderEliminarMe encanto este articulo. ¡Qué interesante!
ResponderEliminarJeje...es mejor pensar así!
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