viernes, 12 de julio de 2019

Doña Ceci (Parte 2), por Adenildo Lima

¿Te perdiste la primera parte?

El patio de doña Ceci, que quedaba al lado de su casa, daba gusto verlo. Ella lo cuidaba con aprecio, se despertaba muy tempranito. Regaba planta por planta. Había muchas verduras. El tomate estaba muy florido con sus frutos. El cilantro se extendía sobre la tierra, parecía sonreír. Y la chayotera extendía sus ramas sobre el soporte y tenía tanto chayote que incluso se inclinaba.

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A veces se sentaba delante de aquella hermosura, la observaba y una emoción se apoderaba de ella. Imágenes de sus antepasados pasaban como flashes por delante de sus ojos. Una lágrima descendía por la cara, como si quisiera aliviar el dolor sufrido por algún pariente cercano y que ya no estaba más presente. Recordaba cada momento que había vivido con sus familiares. Inclusive, los momentos de narración de la historia, que fue pasando de generación en generación.

“¿Es posible que esta tradición familiar de contar historias no continúe después de mí?” Se preguntaba.

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Y el tiempo iba pasando naturalmente, doña Ceci veía a sus vecinos, parientes y amigos ir a vivir a la ciudad. Ella resistió. Vicente también prefirió quedarse. Les gustaba aquella vida en contacto directo con la naturaleza. Les encantaba ver por la mañana el rocío sobre las hojas deshaciéndose con la llegada del Sol y las aves con sus cantos dando la bienvenida al surgir de un nuevo día.

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Contar historias era una actividad que hacía que muchas personas se le acercasen, porque al ser humano en sí le gusta escuchar y hacer Historia, ya que eso da sentido a la existencia de cada uno. Ella era tratada como un patrimonio de aquel pueblo. Recibía reverencias de todos los que la conocían.

Los niños le tenían un cariño enorme, al verla corrían para abrazarla.

“Cuéntenos la historia del hombre que se peleó con el molino de viento”, le decían.

“Cuéntenos la historia del hombre que se volvió loco de tanto leer”, concluían.

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“Después les cuento”, les contestaba ella, entre risas, abrazando a los niños y besándolos.

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Imagen relacionadaPero como todo lo que existe tiene un fin, con doña Ceci tampoco podía ser diferente. Un día ella se acostó al atardecer, no se sentía bien. Un pequeño resfriado, falta de aire. Al día siguiente, se levantó renqueando, pesarosa, tomó unos tés, pero nada. Se acostó de nuevo y parece que la enfermedad pasó a domar su cuerpo.
Vicente corría de acá para allá buscando medios para curarla, pero no podía hacerlo. En la ciudad no había hospital, había apenas una Centro sin médicos y, de ser así, era preferible morir en casa. Y fue lo que sucedió, doña Ceci se fue muriendo cada día, cada minuto que pasaba.

Mientras estaba enferma, recibió muchas visitas. Muchas personas rezaban por su mejoría. Pero, al final, su cuerpo no resistió, se estremeció, llevándola a un sueño profundo.

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Una multitud, bajo una lluvia solemne, fue al entierro de doña Ceci. Parecía sonreír.
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“Parece estar durmiendo” decían unos.

“Una buena persona como ella ahora está al lado de Dios”, decían otros.

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Y así su cuerpo se mezclaba con la tierra, en un silencio fúnebre, entre aplausos de los parientes, amigos y admiradores.

Adenildo Lima
Traducción Mei Santana

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