Definición de Correveidile:

1. Persona que trae y lleva cuentos y chismes // 2. Blog de los amantes de la lengua de Cervantes


viernes, 5 de julio de 2019

Doña Ceci (Parte 1), por Adenildo Lima


Cargaba en sí una biblioteca, era una biblioteca ambulante. Con sus historias alegraba los encuentros al atardecer. Doña Ceci era conocida como la contadora de historias de aquella región. ¡Y cómo estaba llena de historias que contar! A veces, hasta los niños dejaban de jugar en el patio a la luz de la Luna y de las estrellas para escucharla. Y se reían y se emocionaban entre sí.

Había una historia que ella siempre contaba, la historia de un hombre que se volvió loco de tanto leer y resolvió salir por el mundo para imitar las aventuras leídas. Invitó a un amigo para ser su fiel escudero y, juntos, salieron tierra adentro. Él, montado en un caballo. Y su amigo, en un rucio.

Imagen relacionada

Y el hombre que enloqueció, se volvió tan loco, contaba ella, que al ver un molino de viento, dijo que era un monstruo que quería destruirlos. Y trabó una lucha. Fue una lucha ardua. Sí, por supuesto, fue herido por una de las palas del molino y se cayó por tierra siendo amonestado por el amigo.

—¿No está viendo que eso es un monstruo que quiere destruirnos? Le dijo al amigo.

Su amigo no podía entenderlo, pero lo respetaba y seguían adelante hacia nuevas aventuras.
·        

María y sus familiares, que vivían muy cerca de su casa, se quedaban encantados con la manera con la que doña Ceci contaba las historias. Ella actuaba, gesticulaba, daba tonalidad a la voz y, a veces, incluso imitaba el habla de algunos personajes. Era un momento de celebración de la vida. La gente, en aquella época, se miraba a los ojos, charlaban, jugaban, mientras contaban historias, todos sentados en el patio a la luz del quinqué o de la Luna.

Doña Ceci era tan importante para los habitantes de aquella región que, la mayoría de las veces, salía de casa el viernes, con la invitación de los parientes y amigos para contar historias, y solo volvía el lunes. Vicente, aún adolescente, inspirado por la abuela, sintió ganas de adentrarse en el mundo del Arte, consiguió una zanfoña y aprendió a tocar solo, oyendo y escuchando las canciones en su radiecita de pila. Y a ella le gustó, porque pasó a ser una atracción más en aquellos encuentros, ahora llenos de música y literatura.

·        

—Doña Ceci, ¿No tiene miedo de perder también el seso como el hombre de la historia? Le preguntó Pedro.

—No Pedrito, en realidad ya lo perdí hace tiempo. Dijo. Y todos se echaron una carcajada al unísono. Y eso es porque aún no escuchaste toda la historia, añadió.

—Entonces cuénteme más, cuénteme. Le dijo Pedro. Y María se reía y se reía.

Y doña Ceci le contó un poco más. Dijo que una vez, mientras el caballero andante y su fiel escudero caminaban por el mundo sobre sus bestias, se encontraron con dos rebaños de ovejas. Al ver aquella inmensidad de animales, el caballero saltó del caballo y le gritó al amigo:

—¡Mira, un ejército listo para destruirnos!

—¡Qué ejército, hombre! Le dijo su amigo. Son apenas ovejas.

—Qué ovejas ni que ocho cuartos, ¿Estás ciego? ¿Por qué no puedes ver lo que veo?  Replicó. Y entabló una lucha más.

Los pastores avanzaron y le dieron una paliza. Y una vez más fue amonestado por el amigo. Sin embargo, no sirvieron de nada los consejos del amigo, porque el caballero se levantaba y se dirigía hacia otra aventura, completaba ella.

·        

Pedrito estaba muy curioso por saber el final de la historia. Doña Ceci se la contaba por partes. María le preguntaba si él también iba a ser así, como ella. Él respondía que sí, que quería aprender muchas historias. Y eso dejaba a su madre muy orgullosa, con una gran sonrisa en el rostro. 


Imagen relacionada

E incluso, ante esa vida tan sufrida, para poder sobrevivir parece que el arte les servía como un calmante, un anestésico. En aquellos momentos de distracción se olvidaban del corte de la caña, del carbonero, del campo. Doña Ceci, por ejemplo, tan solo no cortaba caña, decía que era el peor trabajo del mundo. Ahora bien, el maíz, frijol, cará, jengibre le encantaban. Trataba la tierra con tanto cariño, con tanto respeto, que daba placer el verla cultivando sus plantaciones.

Para seguir leyendo,

Adenildo Lima
Traducción Mei Santana

No hay comentarios:

Publicar un comentario