Pasaron quince años. Andrea era una amiga muy cercana a Víctor, pero las circunstancias del tiempo hicieron que se separasen. Víctor se fue a Ámsterdam. Tan solo quince años después, sin haber mantenido ningún contacto con Andrea, regresó. Y en un reencuentro inesperado, en un café, en la ciudad de São Paulo, empezaron a hablar:
—¡Vaya Andrea, qué felicidad reencontrarte! No sabes cómo estoy emocionado.
—Yo
también, Víctor. En este momento pasan por mi cabeza miles de recuerdos. ¿Sabías
que siempre me he acordado de ti?
—A veces
me quedaba pensando: "¿Cómo estará Andrea?" Deberías haberme escrito.
—No
dejaste un contacto, Víctor, desapareciste de una manera misteriosa.
—Fue el
amor, Andrea. Me enamoré de una gringa y ya sabes cómo es, ¿verdad? Me fui a vivir
con ella.
—¿Y cómo
estáis hoy?
—Nos
separamos. Tuvimos una hija, vivimos juntos durante diez años, pero con la
rutina el matrimonio ha llegado al fin.
—¡Dios
mío, lo siento!
—Forma parte, Andrea. Y tú, ¿qué me cuentas?
—También
me casé y sigo casada hasta hoy. Ya tuvimos dos hijos.
—¡Vaya,
qué bien!
—¡Qué va,
Víctor! Es muy estresante.
—Lo siento.
—Lo que
quería realmente, Víctor, era haberme casado contigo.
—¿Qué...? No
te entiendo, sigues siendo tan bromista como siempre, ¿verdad, Andrea?
—Pero no
es una broma, estoy hablando en serio. Si quieres, lo dejo todo y me voy
contigo.
—Para, Andrea, sé que estás de broma.
—Siempre
supiste que estaba enamorada de ti.
Víctor se
quedó medio desconcertado, cogió la taza de café y se la llevó a la boca, sin entender
si realmente era una broma o si Andrea estaba hablando en serio. Y trató de
cambiar de tema:
—Andrea,
¿has visto como el ambiente aquí es chulo? Hay una librería, un cine, un café,
un restaurante... He vivido en Ámsterdam durante todo este tiempo, pero nunca me olvidé de esta ciudad.
—Y tú te puedes creer, Víctor, que yo no aguanto más esta ciudad. Pienso en vivir en el interior. Si
aceptas, ¿quién sabe, no?
—Ah,
Andrea, yo vine para quedarme, pretendo seguir mi vida aquí en São
Paulo.
—Puede
ser conmigo, Víctor.
—Deja de
bromear, Andrea, tú no te tomas nada en serio, ¿verdad?
—Ya te he
dicho que no estoy bromeando. Incluso, si quieres podemos pasar la noche juntos.
Mi esposo está viajando y mis hijos están con su abuela. ¿Qué te parece?
—Andrea,
perdóname, pero necesito irme.
—¿Irte? ¿Qué
pasa? ¿Quince años sin vernos y tú, simplemente, quieres irte? No, no vas a irte. Me
has ignorado todo aquel tiempo, ¿y ahora quieres hacer lo mismo?
—Yo no
sabía que te gustaba, Andrea. Y si
quieres saber la verdad, tú a mí también me gustabas, pero eso ya pasó, estamos viviendo otras
vidas, ¿verdad?
Andrea
al escucharlo hablar se echó a reír, recordando los viejos tiempos, y se sintió como
si hubieran retrocedido quince años. Lo miró y, entre risas, con aire de ironía,
bromeó:
—¿Estabas
enamorado de mí? ¡Vaya, no lo hubiera imaginado! Piénsalo bien, si no hubiese bromeado
contigo, no iba a saberlo nunca.
—Bromeado
conmigo, ¿cómo?
—Olvídalo.
¿Qué te parece si paseamos un poco por la Paulista?
Adenildo Lima
Traducción: Mei Santana
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