—¿Qué conduce a un hombre de treinta años a estar todavía soltero?— Le preguntó el alcalde de la ciudad.
—La modernidad, hoy hasta
los veintinueve años todavía se es joven, antaño con quince uno ya estaba considerado
mayor; las cosas cambian, señor alcalde— Dijo Vicente.
—Pero un hombre que es hombre, se
casa.
—¿Casarse para qué, señor
alcalde?, ¿Para después separarse?
El alcalde se pasó la mano por la barba, se alisó el pelo, miró a Vicente, escupió en el suelo y le hizo una
pregunta:
—Es muy desaforado, ¿no, don Vicente?
—Es muy desaforado, ¿no, don Vicente?
—Pienso que no, ¿usted lo cree?
—Demasiado, ¿ve?
—Pero, ¿comete algún crimen un
hombre por no casarse, señor alcalde?
—A mi juicio, mi joven, el hombre que es hombre, se casa.
—Se casa, pero después se separa...
—Es muy insolente, eh, don Vicente.
—Pues yo creo, señor
alcalde, que es mejor quedarse soltero que casarse y separarse, ¿sabe?
—¿Tiene algo contra las
personas que se separan, don Vicente?
—Desde que no se entrometan
en mi vida, está todo bien.
—Pues yo estaba pensando que
tenía algo contra los hombres que se separan...
—Al contrario, señor
alcalde, prefiero quedarme separado de por vida. Así que piense en algo que no
pasa por mi cabeza: eso del matrimonio.
—Pues si un sujeto de su
laya llegara a liarse con una hija mía —eso nunca va a pasar, por supuesto,
porque mi hija es una chica honrada—, iba a tener que casarse con ella.
—Venga, señor alcalde, usted está loco por querer que un hombre sin compromiso se case con su hija. Es
mejor que no.
—Pero yo lo intentaría, don Vicente, porque si huyera no sería hombre y entonces le cortaría los testículos.
—¡Qué va, don Vicente! Sepa que un hombre que huye del matrimonio es un cabrón.
—A mí no me lo parece. Como ya le había dicho, es cosa de la modernidad. La gente hoy se casa incluso más de una
vez.
—Yo no quería decirlo, ve Vicente, pero es un cabrón.
—Ah, señor alcalde, y yo le
digo que usted me tiene envidia.
—Yo, ¿con envidia de un pobretón
como usted? Es un desafuero por su parte.
—¿Y llamarme cabrón no es un
desafuero, alcalde?
—No me lo parece.
—Pues quiero que sepa que
soy lo suficientemente hombre como para pedirle a su hija en matrimonio aún hoy.
—¿Y quién le dijo que mi hija —chica
honrada como es— va a salir con un trasto como usted?
—No va a hacerlo, señor alcalde, estoy
de acuerdo con usted, porque ya está saliendo. Y quiero dejar claro que no tengo
miedo de ningún hombre, ¿vale?
Si su hija sale conmigo,
yo salgo con ella y huiremos, si quiere.
El alcalde pataleó, miró a su alrededor, se pasó la mano por la cintura, acariciando el revólver, miró a Vicente. Se quedó mirándolo, mirándolo...
El alcalde pataleó, miró a su alrededor, se pasó la mano por la cintura, acariciando el revólver, miró a Vicente. Se quedó mirándolo, mirándolo...
—Saque el arma, señor
alcalde, yo ya me he peleado hasta con un guepardo. Y además, usted va a dejar a su hija
muy triste, sepa que yo no renuncio, voy hasta el final. Si es para matar, yo
mato; si es para morir, yo muero.
En ese momento, apareció la
hija del alcalde. El alcalde la mira, mira, mira...
—Yo podía mataros a los dos —Dijo
el alcalde.
—Ah, sí, padre, dentro de
poco va a confesar que le tiene envidia a Vicente, solo porque él es un mujeriego, seductor...
—Insolente, a partir de hoy
dejas de ser mi hija.
—Está bien, en realidad nunca he tenido
padre.
Algunos dicen que después de
aquel momento Vicente huyó con la hija del alcalde. Y cuando se le pregunta el
motivo de haberse casado, él contesta, no me casé, huí. Es distinto, porque no
pretendo casarme nunca.
Traducción: Mei Santana
No hay comentarios:
Publicar un comentario