miércoles, 22 de mayo de 2019

"Boda" de Adenildo Lima


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Vicente era realmente un tío ligón, todo el mundo lo sabía. A los veinticinco años, él ya había perdido la cuenta de cuántas novias habían pasado por su vida. Pero esa historia de ser ligón a los treinta años estaba pesándole un poco.

—¿Qué conduce a un hombre de treinta años a estar todavía soltero?— Le preguntó el alcalde de la ciudad.
—La modernidad, hoy hasta los veintinueve años todavía se es joven, antaño con quince uno ya estaba considerado mayor; las cosas cambian, señor alcalde— Dijo Vicente.
—Pero un hombre que es hombre, se casa.
—¿Casarse para qué, señor alcalde?, ¿Para después separarse?

El alcalde se pasó la mano por la barba, se alisó el pelo, miró a Vicente, escupió en el suelo y le hizo una pregunta: 
—Es muy desaforado, ¿no, don Vicente?
—Pienso que no, ¿usted lo cree?
—Demasiado, ¿ve?
—Pero, ¿comete algún crimen un hombre por no casarse, señor alcalde?
—A mi juicio, mi joven, el hombre que es hombre, se casa.
Se casa, pero después se separa...
—Es muy insolente, eh, don Vicente.


El alcalde demostraba que no le gustaba Vicente. Y Vicente jugaba con fuego, puesto que el alcalde ya se había casado y separado dos veces. Además, corría una historia por boca de los chismosos de que Vicente era el novio de su hija.

—Pues yo creo, señor alcalde, que es mejor quedarse soltero que casarse y separarse, ¿sabe?
—¿Tiene algo contra las personas que se separan, don Vicente?
—Desde que no se entrometan en mi vida, está todo bien.
—Pues yo estaba pensando que tenía algo contra los hombres que se separan...
—Al contrario, señor alcalde, prefiero quedarme separado de por vida. Así que piense en algo que no pasa por mi cabeza: eso del matrimonio.
—Pues si un sujeto de su laya llegara a liarse con una hija mía —eso nunca va a pasar, por supuesto, porque mi hija es una chica honrada—, iba a tener que casarse con ella.
Venga, señor alcalde, usted está loco por querer que un hombre sin compromiso se case con su hija. Es mejor que no.
—Pero yo lo intentaría, don Vicente, porque si huyera no sería hombre y entonces le cortaría los testículos.

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—¡Uy! —Vicente dio un grito bajito ­sería mucha maldad hacerlo, señor alcalde.
—¡Qué va, don Vicente! Sepa que un hombre que huye del matrimonio es un cabrón.
—A mí no me lo parece. Como ya le había dicho, es cosa de la modernidad. La gente hoy se casa incluso más de una vez.
—Yo no quería decirlo, ve Vicente, pero es un cabrón.
—Ah, señor alcalde, y yo le digo que usted me tiene envidia.
—Yo, ¿con envidia de un pobretón como usted? Es un desafuero por su parte.
—¿Y llamarme cabrón no es un desafuero, alcalde?
—No me lo parece.
—Pues quiero que sepa que soy lo suficientemente hombre como para pedirle a su hija en matrimonio aún hoy.
—¿Y quién le dijo que mi hija —chica honrada como es— va a salir con un trasto como usted?
—No va a hacerlo, señor alcalde, estoy de acuerdo con usted, porque ya está saliendo. Y quiero dejar claro que no tengo miedo de ningún hombre, ¿vale?

Si su hija sale conmigo, yo salgo con ella y huiremos, si quiere.

El alcalde pataleó, miró a su alrededor, se pasó la mano por la cintura, acariciando el revólver, miró a Vicente. Se quedó mirándolo, mirándolo...

—Saque el arma, señor alcalde, yo ya me he peleado hasta con un guepardo. Y además, usted va a dejar a su hija muy triste, sepa que yo no renuncio, voy hasta el final. Si es para matar, yo mato; si es para morir, yo muero.

En ese momento, apareció la hija del alcalde. El alcalde la mira, mira, mira...

—Yo podía mataros a los dos —Dijo el alcalde.
—Ah, sí, padre, dentro de poco va a confesar que le tiene envidia a Vicente, solo porque él es un mujeriego, seductor...
—Insolente, a partir de hoy dejas de ser mi hija.
—Está bien, en realidad nunca he tenido padre.

Algunos dicen que después de aquel momento Vicente huyó con la hija del alcalde. Y cuando se le pregunta el motivo de haberse casado, él contesta, no me casé, huí. Es distinto, porque no pretendo casarme nunca.

Traducción: Mei Santana

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