Los ingenieros navales bizantinos emplearon todo su ingenio a la hora de utilizar el arma, y dotaron a los barcos de dispositivos hidráulicos que, accionados por una bomba de mano, regaban con fuego la cubierta y las velas de los barcos enemigos.
Del
mismo modo, las armas de asedio también contaban con proyectiles especialmente
adaptados para el uso del Fuego griego. Entre ellos, “destacaban las granadas
que se preparaban rellenando una olla de barro con abrojos metálicos y grandes
cantidades del fluido que nos ocupa. Las ollas eran cocidas añadiendo grandes
cantidades de fósforo en su capa exterior, de modo que cuando el recipiente
entrase en contacto con el suelo, se produjera una chispa que hiciera explotar
el recipiente e inflamara su contenido”.
Estas
bombas también se fabricaban en una versión más pequeña, que podía ser
utilizada como granada de mano, pero lo volátil de su naturaleza hacía
desaconsejable la manipulación del Fuego griego por soldados inexpertos; ya
que, si una de aquellas granadas caía por error al suelo, podía prender fuego a
todo un batallón.
Hoy en
día, para apagar un incendio provocado por líquidos inflamables como la nafta,
se utilizan espumas y polvo químico. “El fuego ardía con más fuerza al intentar
apagarlo con agua”, explica Soto. “Solo podía ser apagado con orina, esteras de
esparto y, esto no es seguro, con vinagre”. “Ese es el origen de muchos incendios y quemaduras,
al intentar sofocar las llamas producidas por aceite, con agua”, añade.
Granadas de mano bizantinas |
Para
Giner, la forma más eficaz de sofocarlo sería por asfixia. “La combustión
consume mucho oxígeno. Con una concentración inferior al 14% no es posible la
combustión”. Este sería el papel de las esteras de esparto o de la arena, otro
sistema sobre el que también se ha especulado.
En cuanto
a la orina, “al contener gran cantidad de sales inorgánicas y urea, podría
actuar como inhibidor de algún componente necesario para la combustión”,
explica Giner. “Por otro lado el vinagre podría ‘desactivar’ la cal viva, que
no alcanzaría los 150ºC en contacto con el agua y, por lo tanto, no encendería
el combustible”.
A pesar
de ser concluyente en varias batallas navales, la cultura popular ha mitificado
esta arma. “Fuera de la guerra marítima su importancia y efecto fue escaso”,
asegura Soto. “Además, pasada la sorpresa inicial, los árabes y, en menor
medida venecianos, písanos, normandos y demás rivales, aprendieron a
contrarrestar los efectos del fuego griego”, concluye.
El arma
se continuó utilizando hasta 1204, cuando probablemente se perdió para siempre
durante los saqueos y destrucción que sufrió Constantinopla en la cuarta
cruzada. El Imperio bizantino siguió usando un arma menos poderosa,
posiblemente la imitación árabe de peor calidad.
Ocho
siglos después, según asegura Soto, su fórmula podría conservarse en el
interior de varios recipientes de cerámica con Fuego griego, que se encontraron
en un barco hundido frente a las costas de la Provenza francesa, aunque los
resultados de este estudio todavía no han sido publicados. Hasta entonces, el
misterio continuará.
En la Historia de la
humanidad, ningún arma ha sido tan misteriosa ni ha traído tantas victorias a
sus poseedores como el Fuego griego. Se trataba de un arma verdaderamente
magnífica y casi imposible de contrarrestar. De hecho, el Fuego griego fue el
factor decisivo que evitó la caída de Constantinopla en el asedio de 674-678 y
mantuvo al Imperio Romano de Oriente vivo durante siglos, frustrando el sueño
de conquista de los árabes.
Pepe Cocodrilo
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bibliográficas y citas:
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