En
el mes en el que se celebra la mayor fiesta del deporte en nuestro país, Brasil,
nada más justo que esta sección hacer honor a las vidas de los que cambiaron el
mundo a través del deporte. Y no hay muchas personas que merezcan este honor.
En
un país donde una parte considerable de la población aún vive sin acceso a los servicios
básicos de saneamiento y educación, el entrenamiento de atletas de alto
rendimiento, a menudo, es especialmente difícil para aquellos que no disfrutan
de una situación financiera cómoda. Sin embargo, muchos atletas brasileños que
llegan a niveles de excelencia, a través
de mucha lucha, lo han hecho superando no solo los obstáculos del entrenamiento
deportivo, sino también los de la propia vida.
Y
cuando, después de todas las batallas diarias, el atleta alcanza un nivel de
excelencia y da una lección al mundo sobre el
significado del espíritu olímpico, sin duda alguna, este ser humano merece
ser recordado y honrado por su país.
Este
honor, merecido, lo recibió Vanderlei de Lima, el 5 de agosto de 2016 cuando,
en representación de los atletas y del pueblo brasileño, encendió el pebetero
olímpico para dar luz a los Juegos Olímpicos de Rio 2016 (Brasil).
La
historia de vida Vanderlei no tiene nada muy diferente de la de muchos otros
atletas brasileños. Vanderlei Cordeiro de Lima nació en la ciudad de Cruzeiro
do Oeste, en el Estado de Paraná, el 4 de julio de 1969, en una familia de
agricultores humildes. Sus padres eran inmigrantes que huyeron de la sequía del
noreste.
Bautizado
por su padre solamente el 11 de agosto del mismo año, más de un mes después de
su nacimiento, se crió en la ciudad de Tapira, en el mismo Estado, adonde la familia
se trasladó en 1973, y su sueño deportivo desde que era un niño era convertirse
en jugador de fútbol, actuando como lateral derecho. En la infancia y
adolescencia - cuando obtuvo el apodo de "Bodega" entre sus amigos -
ayudaba a la familia trabajando en la cosecha de caña de azúcar en la región.
Asistió a la Escuela primaria en el Grupo de la Escuela de San José, de donde
regresaba a casa corriendo y comiendo frutas de los huertos de los barrios, y a
la Escuela secundaria en la Escuela Estatal de Castelo Branco donde, a los 11
años, solo por el placer de correr –algo que había descubierto de manera espontánea–
corría varias veces alrededor del campo de deportes durante el recreo.
Cabe
destacar que fue en esta escuela donde ganó su primer par de tenis para las corridas,
dado por el director Francisco Perecin, para que Vanderlei representara a la
escuela en una prueba del campeonato interescolar. A los 14 años comenzó
realmente en el atletismo, mediante el fomento de un profesor de educación
física del lugar, ganando así su primera corrida en una carrera en el Estado.
A
partir de principios de los 90, se hizo cargo de él el entrenador Ricardo
D'Angelo, que lo acompañaría en su carrera, comenzando el maratón por accidente.
En 1994, participó en el maratón de Reims, en Francia, contratado como
"conejo" para ejecutar solo la mitad de la carrera, dando el ritmo de
los que luchaban en verdad. Como se sentía bien en la marca de 21 km, no
abandonó la carrera, siguió corriendo hasta el final y, acabó ganando con un
tiempo de 2:06:11’’.
Vanderlei y D'Angelo |
En cuanto a dedicarse a la prueba de
Pan de Winipeg, 1999 |
Con estas marcas y logros, Vanderlei ganó el derecho a competir en la carrera de Sydney. En sus segundos Juegos Olímpicos, sin embargo, una vez más no obtuvo un buen resultado, en esta ocasión debido a una inflamación en un pie y una lesión mal curada durante un entrenamiento previo en México le hizo parar y caminar tres veces durante la carrera, por lo que cruzó la línea de meta a trote, llegando en el puesto 75º.
Durante
el nuevo ciclo olímpico de cuatro años, tuvo dos grandes logros: ganó el
Maratón Internacional de São Paulo, en 2002, cuando hizo la mejor marca para el
maratón en Brasil, 2:11:19, y conquistó la segunda medalla panamericana de oro,
con la victoria en la carrera de los Juegos Panamericanos Santo Domingo de
América, en 2003, bajo un gran calor y humedad, donde fue física y mentalmente
llevado hasta el extremo.
Después
de iniciar el año 2004 con una victoria en el Maratón de Hamburgo, en Alemania,
realizó su preparación para sus terceros Juegos Olímpicos, junto a su
entrenador de toda la vida, Ricardo D'Angelo. El entrenamiento fue en la altitud
de la ciudad colombiana de Paipa, conocida por sus aguas termales y que después
se convertiría en un paraíso para el entrenamiento de corredores de distancia.
En
Atenas, incapaz de estar con Vanderlei en el inicio y en los preparativos
finales, por no pertenecer al cuerpo técnico llevado a los Juegos Olímpicos,
D'Angelo le escribió una carta, que fue leída por Vanderlei en la Villa
Olímpica antes de dirigirse a la salida, y cuyo contenido se conocío despues:
"Recuerda el fuerte ascenso en el kilómetro 30.
Si te sientes bien, arriésgate, ya que si no te arriesgas, nunca ganarás. Mi
confianza en ti es inmensa, por lo que vamos a luchar por la meta que soñamos
durante tanto tiempo. Pase lo que pase, al final, recuerda que tú siempre
tendrás mi amistad y mi confianza, y también recuerda que admiro la persona
maravillosa que eres. Así que, buena suerte y vamos a tomarnos una cerveza
juntos después de la carrera".
Vanderlei
cuenta que mantuvo gran parte de su pensamiento en las palabras de esta carta
mientras corría, sobre todo, cuando se dio cuenta de que se sentía muy bien
durante el difícil ascenso del kilómetro 30 y que el gran favorito, Paul Tergat
de Kenia, corría con dificultades.
Sin embargo, lo inesperado y el susto de la agresión sufrida mermaron la concentración del atleta, que no pudo mantener el mismo ritmo con el que corría, y fue superado en los últimos kilómetros por el italiano Baldini y el estadounidense Meb Keflezighi, aunque garantizó la medalla bronce, a tan solo 15 segundos de ventaja sobre el cuarto lugar.
Vanderlei,
sin embargo, aceptó su destino con deportividad y continuó hasta el final,
entrando en el estadio olímpico bajo la ovación de la audiencia, haciendo su
gesto conocido como el "avioncito" (con los brazos abiertos),
mientras cruzó sonriente la línea de meta.
Durante la clausura de los Juegos Olímpicos, se anunció que por este hecho, su deportividad por continuar en la carrera a pesar de ser atacado y la humildad demostrada después de la prueba, Vanderlei fue galardonado con la Medalla Pierre de Coubertin, concedida por el COI (Comité Olímpico Internacional) para los atletas que valoran la competición olímpica más que la victoria. Además está considerado como un alto honor otorgado por la organización.
Durante la clausura de los Juegos Olímpicos, se anunció que por este hecho, su deportividad por continuar en la carrera a pesar de ser atacado y la humildad demostrada después de la prueba, Vanderlei fue galardonado con la Medalla Pierre de Coubertin, concedida por el COI (Comité Olímpico Internacional) para los atletas que valoran la competición olímpica más que la victoria. Además está considerado como un alto honor otorgado por la organización.
El
galardón se presentó en Rio de Janeiro, el 7 de diciembre de 2004, en una
ceremonia oficial en su honor y con la presencia de su benefactor griego,
Polyvios Kossivas. Hasta hoy, tan solo 5 atletas han recibido este premio y
Vanderlei es el único latinoamericano que recibió este máximo honor olímpico.
Vanderlei
continuó compitiendo después de los Juegos Olímpicos de Atenas, pero su
actuación, ya entonces con 35 años de edad, no fue la misma. Participó en el
maratón del Campeonato Mundial de Atletismo de 2005, en Helsinki, pero no pudo
completar la carrera. En Amsterdam, 2006, y Tokio, 2007, logró mantenerse solo
entre los seis primeros. Ocurrió el mismo abandono que en el Mundial de 2005 y
dos años después, en los Juegos Panamericanos de 2007 en Río de Janeiro, cuando
abandonó la carrera por problemas musculares.
En
las pistas brasileñas, también haciendo su “avioncito”, cerró Vanderlei su
carrera profesional en el maratón de San Silvestre, 2008, que fue una auténtica
fiesta con la gente durante todo el camino. El corredor cruzó la línea de meta
en el puesto 102º, con un tiempo de 52min 12seg, pero el resultado poco importaba.
Lo que valía la pena era la celebración con el público. A los 39 años, siendo
el único medallista olímpico brasileño en el maratón, estaba conmovido. "Estoy
muy feliz. Fue hermoso salir por la puerta principal, siendo aplaudido por lo
que hice. Me sentí un gran campeón, con toda la gente aplaudiendo y pidiéndome que
no parara. ¡Qué bien que tantas personas participaron en esta celebración! Ni
en los Juegos Olímpicos me aplaudieron tanto. Nunca olvidaré el día de hoy",
declaró Vanderlei, confesando que aguantó el llanto dos veces durante la
carrera. "Y he conseguido controlarme para no llorar hasta el final de la
carrera, ya que era el momento para estar feliz, para disfrutar de la fiesta de
despedida".
A
pesar de ser su carrera de despedida, a Vanderlei le parecía un "hasta
pronto". "No es un adiós, es un hasta luego. El atletismo es mi vida
y no sería capaz de salir de este entorno. Lo más importante es la historia
que construí en este deporte. Fue una historia de superación, viví muchos
momentos que me han marcado. Siempre he sido un atleta privilegiado, al
trabajar con personas que creyeron en lo que hago, como mis patrocinadores. Hoy
en día, el atletismo es un deporte nacional y estoy feliz por haber hecho mi
pequeña contribución".
Oficialmente puso fin a su carrera de maratonista después de participarar en el Maratón de París, en abril de 2009. Incluso tras terminar su carrera, recibió muchos honores, en Brasil y en el mundo entero y, por su ejemplo y por su contribución al deporte brasileño, fue invitado para acceder al pebetero olímpico en la apertura de los Juegos Olímpicos de Rio 2016.
Si
la historia de Vanderlei puede inspirar a los nuevos atletas jóvenes
brasileños, el legado que deja es mucho más valioso que cualquier medalla de
oro.
Mariana B.
Bloguera Biográfica
Sin duda, un ejemplo de vida maravilloso. Gracias, Mariana B.
ResponderEliminarUn atleta que dejará una bella historia. Gracias, Mariana
ResponderEliminar