domingo, 5 de julio de 2020

"El hoyo: Una reflexión personal"

Crítica de 'El hoyo' Netflix - Festival de Toronto 2019

“Hay tres tipos de personas: las de arriba, las de abajo y las que se caen”. Así es como empieza la gran reflexión de El hoyo, una película española de ciencia ficción que está llamando la atención y generando una serie de interpretaciones por parte de su público. En principio, el hoyo es una prisión experimental, constituida por unos 300 pisos por debajo de la tierra. En cada piso viven 2 personas, que comparten diariamente una gran experiencia: participar en un banquete preparado por la administración, con mucho capricho y lujo.

Antes de iniciar mis comentarios a respeto de El hoyo, la principal pregunta que me hice fue: ¿Qué es, al final, el hoyo? Para responder esta cuestión, fue imprescindible recorrer caminos sinuosos que habitan mi propia consciencia sobre lo que entiendo como correcto o incorrecto, el bien y el mal, los culpables y los inocentes. Desde de mi punto de vista, “el hoyo” fue creado con el objetivo de que las personas que por allí viven puedan de alguna manera transitar entre situaciones de prosperidad o adversidad, siendo capaces de desarrollar empatía y solidaridad los unos con los otros.

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La dinámica del hoyo está constituida por un profundo agujero donde en cada piso viven dos desconocidos, que mensualmente conviven y comparten un simple objetivo: comer para sobrevivir. Todos los días, una moderna plataforma baja por el centro del hoyo hacia el último piso de la prisión, repleta de variados y perfectos platos disponibles para el deleite de sus habitantes. El menú, compuesto por las comidas preferidas de sus prisioneros, es preparado por un equipo de caprichosos cocineros que trabajan duro para que la experiencia sea memorable para todos.

Lo que debería ser un gran motivo de alegría y satisfacción diaria, con el paso del tiempo, se vuelve una triste y no esperada realidad: los de arriba se hartan de toda la comida, aunque no la necesiten, y a los miserables y hambrientos de abajo solo le quedan los restos y a medida que transcurren los días se mueren de hambre. Lo más interesante es que mensualmente los prisioneros cambian de piso y de situación, por eso crece muy rápido el instinto de supervivencia, ya que en un mes es posible estar arriba y al mes siguiente abajo. Además, el sentimiento de egoísmo, la rabia y el desprecio por el otro hacen que el ser humano saque su peor cara. La creencia en Dios pasa a ser posible apenas en los meses donde se despierta en un piso alto, porque allí es posible disfrutar mejor de sus días.

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Así como en las sociedades, el hoyo nos presenta una triste realidad que involucra las diferencias de oportunidades definidas por el nivel donde cada uno se encuentra, porque cuanto más bajo es el nivel, menores son las oportunidades de acceso a lo mínimo que se necesita para sobrevivir. En el hoyo, por ejemplo, lo más razonable, sería que todos pudieran comunicarse de manera adecuada y racionar la comida para que todos se alimentasen, pero la conversación se torna imposible, ya que el pensamiento general pasa a ser “no debemos comunicarnos con los de abajo, simplemente porque ellos están abajo y, por lo tanto, son inferiores… ni tampoco podemos hablar con los de arriba, puesto que no nos oirán porque están arriba y son superiores”.

Los que recién llegan al hoyo, en principio ven una solución muy clara para que la vida sea armónica, incluso los primeros días sufren asco e indignación al depararse con el comportamiento irracional de los prisioneros; sin embargo, en poco tiempo se olvidan de todo y se convierten en seres iguales. O sea, cuando el ser humano entiende que está amenazado y necesita sobrevivir es capaz de todo y las preguntas que me hago son: ¿De quién es la culpa? ¿De los de arriba? ¿Cuál es la diferencia entre las personas? ¿Los medios justifican los fines? ¿Comer o ser comido? Enseguida te conviertes en lo que más criticabas.

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Los que administran todo tienen buenas intenciones y se muestran atentos a los detalles para satisfacer los deseos de sus habitantes. Diariamente hacen todo lo mejor que pueden, pero la verdad es que todo es una gran ilusión porque ni siquiera imaginan lo que realmente pasa en las profundidades del hoyo. La intención era que la necesidad despertase la solidaridad espontánea de todos, no obstante se percibe que ningún cambio sucede de forma voluntaria y es muy difícil que uno oiga el grito de socorro del otro. Y así es la sociedad en la que vivimos, porque estamos siempre enfocados en nuestros propios intereses, sin percibir que estamos comiéndonos los unos a los otros.

Después de mucho pensar, concluyo que el hoyo es de verdad una historia de una simple prisión. No una prisión física, sino una prisión del alma, en la que cada uno se coloca cuando pierde la capacidad de importarse o sensibilizarse con el otro y con todos los problemas sociales que vemos todos los días o cuando dejamos que nuestro peor lado nos domine y pasamos a vernos como enemigos, sin acordarnos de que el mundo es un gran milagro y hay recursos para todos.

Por consiguiente, que el mensaje del hoy nos haga reflexionar sobre nuestra capacidad como seres humanos de compartir y respetarnos independientemente del nivel que ocupamos. Y ojalá, así, podamos continuar creyendo en Dios, por haber despertado hoy en un piso donde somos capaces de sobrevivir.

Jessica Lopes

2 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena!
    Muy buena reflexión.

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  2. Excelente...el mundo es un milagro y hay recursos para todos...la generosidad y la escucha son clave para convivir con otros. Me encantó el articulo!! Bravo!!!!!!!

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