“Hay
tres tipos de personas: las de arriba,
las de abajo y las que se caen”. Así es como empieza la gran reflexión de El hoyo, una película española de ciencia
ficción que está llamando la atención y generando una serie de interpretaciones
por parte de su público. En
principio, el hoyo es una prisión experimental, constituida por unos 300 pisos
por debajo de la tierra. En cada piso viven 2 personas, que comparten
diariamente una gran experiencia: participar en un banquete preparado por la
administración, con mucho capricho y lujo.
Antes
de iniciar mis comentarios a respeto de El
hoyo, la principal pregunta que me hice fue: ¿Qué es, al final, el hoyo? Para
responder esta cuestión, fue imprescindible recorrer caminos sinuosos que habitan
mi propia consciencia sobre lo que entiendo como correcto o incorrecto, el bien
y el mal, los culpables y los inocentes. Desde de mi punto de vista, “el hoyo”
fue creado con el objetivo de que las personas que por allí viven puedan de
alguna manera transitar entre situaciones de prosperidad o adversidad, siendo
capaces de desarrollar empatía y solidaridad los unos con los otros.
La
dinámica del hoyo está constituida por un profundo agujero donde en cada piso viven
dos desconocidos, que mensualmente conviven y comparten un simple objetivo: comer para sobrevivir. Todos los días,
una moderna plataforma baja por el centro del hoyo hacia el último piso de la
prisión, repleta de variados y perfectos platos disponibles para el deleite de
sus habitantes. El menú, compuesto por las comidas preferidas de sus prisioneros,
es preparado por un equipo de caprichosos cocineros que trabajan duro para que
la experiencia sea memorable para todos.
Lo
que debería ser un gran motivo de alegría y satisfacción diaria, con el paso
del tiempo, se vuelve una triste y no esperada realidad: los de arriba se
hartan de toda la comida, aunque no la necesiten, y a los miserables y hambrientos
de abajo solo le quedan los restos y a medida que transcurren los días se
mueren de hambre. Lo más interesante es que mensualmente los prisioneros cambian
de piso y de situación, por eso crece muy rápido el instinto de supervivencia, ya
que en un mes es posible estar arriba y al mes siguiente abajo. Además, el sentimiento
de egoísmo, la rabia y el desprecio por el otro hacen que el ser humano saque
su peor cara. La creencia en Dios pasa a ser posible apenas en los meses donde
se despierta en un piso alto, porque allí es posible disfrutar mejor de sus
días.
Así
como en las sociedades, el hoyo nos presenta una triste realidad que involucra
las diferencias de oportunidades definidas por el nivel donde cada uno se
encuentra, porque cuanto más bajo es el nivel, menores son las oportunidades de
acceso a lo mínimo que se necesita para sobrevivir. En el hoyo, por ejemplo, lo
más razonable, sería que todos pudieran comunicarse de manera adecuada y
racionar la comida para que todos se alimentasen, pero la conversación se torna
imposible, ya que el pensamiento general pasa a ser “no debemos comunicarnos
con los de abajo, simplemente porque ellos están abajo y, por lo tanto, son
inferiores… ni tampoco podemos hablar con los de arriba, puesto que no nos
oirán porque están arriba y son superiores”.
Los
que recién llegan al hoyo, en principio ven una solución muy clara para que la
vida sea armónica, incluso los primeros días sufren asco e indignación al
depararse con el comportamiento irracional de los prisioneros; sin embargo, en
poco tiempo se olvidan de todo y se convierten en seres iguales. O sea, cuando
el ser humano entiende que está amenazado y necesita sobrevivir es capaz de
todo y las preguntas que me hago son: ¿De quién es la culpa? ¿De los de arriba?
¿Cuál es la diferencia entre las personas? ¿Los medios justifican los fines?
¿Comer o ser comido? Enseguida te
conviertes en lo que más criticabas.
Los
que administran todo tienen buenas intenciones y se muestran atentos a los
detalles para satisfacer los deseos de sus habitantes. Diariamente hacen todo lo
mejor que pueden, pero la verdad es que todo es una gran ilusión porque ni
siquiera imaginan lo que realmente pasa en las profundidades del hoyo. La
intención era que la necesidad despertase la solidaridad espontánea de todos,
no obstante se percibe que ningún cambio sucede de forma voluntaria y es muy
difícil que uno oiga el grito de socorro del otro. Y así es la sociedad en la que
vivimos, porque estamos siempre enfocados en nuestros propios intereses, sin percibir que estamos comiéndonos los unos
a los otros.
Después
de mucho pensar, concluyo que el hoyo es de verdad una historia de una simple prisión.
No una prisión física, sino una prisión del alma, en la que cada uno se coloca
cuando pierde la capacidad de importarse o sensibilizarse con el otro y con todos
los problemas sociales que vemos todos los días o cuando dejamos que nuestro peor
lado nos domine y pasamos a vernos como enemigos, sin acordarnos de que el
mundo es un gran milagro y hay recursos para todos.
Por
consiguiente, que el mensaje del hoy nos haga reflexionar sobre nuestra capacidad
como seres humanos de compartir y respetarnos independientemente del nivel que
ocupamos. Y ojalá, así, podamos continuar creyendo en Dios, por haber despertado hoy en un piso donde
somos capaces de sobrevivir.
Jessica
Lopes
¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMuy buena reflexión.
Excelente...el mundo es un milagro y hay recursos para todos...la generosidad y la escucha son clave para convivir con otros. Me encantó el articulo!! Bravo!!!!!!!
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