La melancolía le colmaba el
corazón, en cambio la soledad le ayudaba a meditar sobre la vida. Como siempre,
Ana se miraba al espejo y se daba cuenta de que aún había en su precioso rostro
una sonrisa infantil, sin embargo su aspecto era de una mujer solitaria y
cansada.
En sus ojos todavía lucía el
brillo de la esperanza, ya que creía que algo le iba a
cambiar la vida. Era una persona generosa, afectuosa y, ante todo, muy
humana. El gusto por los animales le impulsaba a vivir, de modo que después de
mucho pensar, decidió adoptar una mascota con el fin de que le hiciera compañía;
no obstante, no quería una mascota cualquiera, sino más bien un animal que
fuese muy parecido con los humanos, es decir, una mona. Y así tuvo la idea de
irse a un Instituto de adopción para elegir a su mascota, por ende sabía que no
era nada fácil, puesto que la que quería era muy distinta de lo habitual.
Asimismo era consciente de que tendría que dedicarle todo el tiempo que
necesita un animal, ya que lo trataría como si fuera su propia hija.
Al llegar al Instituto, Ana
conoció a Chacha, fue amor a primera vista. Ana se enamoró de la pequeña, que
todavía era una cría. Chacha era huérfana y vivía en un parque con sus
compañeros. Era muy lista y juguetona, sus ojos se colmaban de brillo cuando
miraba a la gente que se ponía a su alrededor.
Ambas estaban muy felices.
Por un lado, Ana con su “hija”, por otro Chacha, que ahora iba a contar con el
amor y el cariño de una “madre”, pero hay algo más que añadir y es que el
responsable del Instituto ya le había dado a Ana el permiso para que se llevara
a la pequeña huérfana para su casa.
Con el paso de los años, Chacha
se había vuelto una mona muy hermosa, llena de gracia y, como toda adolescente
que se precie, a veces rebelde, preguntona y muy curiosa.
Un día, fueron juntas a la
playa y sentadas sobre una ardiente arena, bajo el sol abrasador, las dos
conversaban y miraban el mar. En aquel momento de contemplación Ana se aislaba
totalmente del mundo, su pensamiento volaba hacia el infinito, mientras que
Chacha la miraba detenidamente, admiraba sus senos con una obsesión irracional.
De repente, Chacha deslizó sus manos sobre su tórax, se tocó y se dio cuenta de
que era muy diferente de su “progenitora” humana, percibió que lo que tenía
pegado en su tórax eran tan solo dos trocitos de carne. De modo que, inconformada
y señalando sus pechos, le preguntó a Ana:
- “Y esto, ¿qué es?”
- -“Esto se llama pecho”, le
explicó Ana.
- - “¿Y para qué sirve?” Interrogó
Chacha con ingenuidad.
-"Sirve para amamantar. Nosotras,
las humanas, alimentamos a nuestros bebés con el pecho, es de aquí que sale la
leche, que es un alimento natural". Dijo Ana. "Y esto que tiene en el centro se
llama pezón", añadió.
Con todo este planteamiento
sobre el tema, Chacha se quedó aún más confundida y con una mirada triste, se
auto examinó para, acto seguido, seguir con las preguntas.
- -"¿Y qué es un pezón?"
- Ana le contestó: "Es un
botoncillo eréctil que sobresale en los pechos de las hembras de los mamíferos,
a través del cual sale la leche con la que se alimentan a las crías".
Naturalmente, Chacha no se había dado por satisfecha
con las respuestas, estaba inconsolable y ansiosa, ya que lo que quería era ser
igual a su progenitora humana. Deseaba tener hartos pechos y ser como ella y
esto no estaba muy claro en su mente. Así que siguió con más preguntas:
- -"Si es así, ¿por qué no tengo
pechos iguales a los tuyos?"
En ese momento, Ana temió su
reacción, pero le explicó con mucho cuidado y cariño tratando de hacerle
comprender que ella no era humana, sino un animal, por lo tanto, no podía ser igual
a ella. Así que le dijo:
-"Chacha, nosotros los humanos
tenemos pechos por el simple hecho de que caminamos erectos, de forma recta, esto
que nombramos pechos son apenas bolas de grasa que no sirven para nada".
- -"Pero, ¿y la leche?" Preguntó
Chacha.
-"Incluso si no tuviéramos la
grasa en el pecho, las mujeres amamantaríamos de igual forma a nuestros hijos,
porque las glándulas mamarias no tienen nada que ver con la grasa del pecho.
Mírate, tienes dos “puntitos de carne” como me habías dicho antes, este puntito
se llama pezón, y es igualito que el mío, la única diferencia es que el tuyo no
tiene la grasa que le daría forma, pero cuando seas mamá vas a amamantar a tu cría
igual que yo. Tendrás leche, como yo. ¿Viste?
Como
te había dicho, nuestras masas de grasa solo se desarrollaron porque caminamos erectos,
de forma recta, diferente de ti, que tienes que curvarte para caminar y
apoyarte en tus manos, así que en virtud de eso la grasa de tus senos no se ha desarrollado".
Chacha comprendió todo, no
obstante decidió que a partir de aquel momento iba a caminar sobre dos patas,
pues mantenía la esperanza de que un día tendría un par de pechos grandes, porque
lo que ella deseaba, ante todo, era humanizarse.
Moraleja:
Se debe tener consciencia de que no siempre todo está a nuestro alcance.
Autora: Mei Santana
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