lunes, 19 de diciembre de 2016

TRADUCIENDO... “Don Quijote, el chiflado que inventó la libertad”

22/04/2016
SÉRGIO RODRIGUES

Sancho Panza y don Quijote, según Picasso

Advertencia: el aliento de este artículo es poco compatible con la brevedad de internet. Fue escrito para la edición de papel de la revista Veja, que ahora está en los kioscos, como parte del material especial acerca de los 400 años de la muerte de Cervantes- completados hoy (22 de abril de 2016) – y de Shakespeare, que compartió las páginas con un texto igualmente extenso sobre el bardo firmado por Jerônimo Teixeira. Como se dice en España: ¡Vale!

*

La imagen es más vieja y sabia que todos nosotros: el caballero espigado en su caballo flaco, al lado del escudero gordito montado en un burro, sobre un paisaje árido donde se ven, muy a lo lejos, molinos de viento. Fue actualizada en los últimos cuatro siglos por muchos pintores e ilustradores, desde los más renombrados hasta la chusma, y ya ocupa un lugar de honor en la galería de clichés culturales a la que prácticamente todos los seres humanos –letrados y no letrados– tienen acceso. 

Si esta galería no se destaca por la cantidad de obras, el buen gusto asimismo tampoco es su punto fuerte: en los tenderos de una feria hippie, la apropiación pop de la alta cultura suele mostrar el cartel del dúo al lado de aquel en el que el mendigo que lleva un bombín se fija en la cámara, con una mirada suplicante. La asociación puede ser cursi, pero no es gratuita: con su mezcla conmovedora de nobleza y ridículo, el personaje cinematográfico del vago creado por Charles Chaplin a principios del siglo XX es uno de los incontables hijos del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. 

La prole de este señor es tan vasta como el mundo que se puede ver desde aquí. Un juicio crítico unánime en nuestro tiempo, casi un lugar común, sostiene que la obra burlesca que tuvo éxito inmediato al ser publicada por el ex soldado español, Miguel de Cervantes, en dos volúmenes, en 1605 y 1615, es la primera novela moderna – o incluso, según los más entusiastas, la novela que contiene en sí todas las novelas escritas desde entonces. El crítico Miguel de Unamuno, paisano de Cervantes, lo llamó la “Biblia española”. El estadounidense Harold Bloom situó a su autor al lado de William Shakespeare, en el núcleo duro de los “escritores occidentales centrales”, añadiendo que “nadie, desde entonces, los había igualado, ni Tolstoi, ni Goethe, Dickens, Proust o Joyce”. 

Comprender lo que el Quijote significó para la Literatura es más fácil que darse cuenta de que, tras todo eso, solo falta decir algo sobre su milagro: por qué el personaje concebido por un hombre que dedicó la mejor parte de su vida a la espada y no a la pluma – y que, como el inglés con quien compartió la genialidad y el momento histórico, estaba lejos de ser uno de los grandes eruditos de su tiempo -dejó atrás de forma tan decidida la provincia de las Letras y montó campamento en la imaginación colectiva de la especie. ¿Cómo darse cuenta del ingenio del ingenioso hidalgo?

En una lectura superficial, don Quijote es solo la narrativa de las aventuras tragicómicas de un cincuentón, ni pobre ni rico, llamado Alonso Quijano, hidalgo de baja condición. El juicio de Quijano, advierte el narrador tan pronto como sale, se averió por la lectura de los libros de caballerías que habían sido tan populares a finales de la Edad Media, con sus héroes inverosímiles que dedicaban su vida a corregir las injusticias del mundo – una versión de época de los superhéroes contemporáneos. 

Como Bruce Wayne al convertirse en Batman en su cueva, el alucinado Alonso Quijano se vuelve don Quijote por la fuerza de la imaginación y de algunos atrezos improvisados. Acompañado de un escudero realista, se marcha con el fin de realizar incursiones por la región de la Mancha, en el corazón de España, en busca de oportunidades para realizar su destino heroico e impresionar a su amada Dulcinea del Toboso, que no es más real que el resto. 

El hombre embrolla todo: cree que los molinos de viento son pícaros gigantes disfrazados, toma a prostitutas por nobles doncellas y a frailes vestidos de negro por hechiceros diabólicos. El paisaje prosaico, mundano y pétreo de la España de principios del siglo XVII se transfigura ante sus ojos delirantes. Sancho Panza, el escudero que piensa apenas en comer y beber, mientras sueña con el gobierno de la isla que su amo le prometió como recompensa por sus servicios, es leal, empero escéptico. Con los pies en el suelo, ayuda al lector a reírse de lo vesánico. ¿Cómo no reírse? Sin embargo...

La historia pronto se complica –y se vuelve revolucionaria– en contenido y forma. En el primer caso, los personajes principales, al principio encarnaciones llanas de la dualidad entre lo ideal y lo real, transcendencia y pragmatismo, poesía y prosa, no tardan en ganar contornos y sombras extremadamente humanas. En un dado momento, ya no parece tan loco el imaginar que el “loco” de don Quijote sabe muy bien lo que hace, usando la falta de juicio como coartada para la afirmación de un radical libre albedrío que no se doblega ante el Imperio, la Iglesia o ante cualquier poder.

Y Sancho, al principio vocero con un sentido común campesino, se vuelve cada vez más sabio y complejo bajo la influencia de su amo. En el segundo tomo, cuando la duquesa quiere obligarlo a reconocer la locura del caballero a quien sirve, hace a la vez una enternecedora declaración de amor al uso. Y en el capítulo final, aquel en el que Alonso Quijano, derrotado y renegando de su condición de don Quijote, se recoge para morir, el escudero trata de convencerlo de reanudar la fantasía con un tono severo. “Cale-se, por Deus, volte a si e deixe de histórias”. (Traducción de Ernani Ssó para la edición de Penguin-Companhia). 

Pero, ¿Alonso Quijano debe volver a sí o volver hacia fuera de sí? ¿Debe dejarse de historias o, por el contrario, sumergirse en ellas? La humanidad contradictoria de los dos amigos –como la de los personajes secundarios, incluso los más incidentales, casi todos dotados de voz propia por un narrador que modernamente se abstiene de hacer juicios moralistas y abraza las ambigüedades– se consolida a medida que el enredo se hace más denso, incluso en el plano formal. 

Con el Quijote, la Literatura descubrió que podía hacer de la consciencia de ser Literatura, un tema literario. Habiendo nacido de una respuesta a los libros, es decir, de las novelas de caballerías a las que satiriza y rinde homenaje, la obra de Cervantes sigue adelante entre pliegues metalingüísticos e historias dentro de historias. El bastón del narrador es asumido, en parte, por un tal Cide Hamete Benengeli, historiador que se presenta como traductor –del árabe al español– y comentarista de aquellas aventuras. Otros, asimismo, toman la palabra para contar sus propias peripecias, en un juego que llega al refinamiento de incluir, en el segundo tomo, a personajes que leyeron el primero – por no hablar de la crítica a la “continuación” apócrifa y mediocre publicada, en 1614, bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda y que irritó profundamente a Cervantes. 

¿Qué podría ser más moderno –e incluso posmoderno– que emborronar las fronteras entre el Arte y la vida, con el fin de llevar al lector a preguntarse cuánto habrá de ficticio en lo real? ¿O de realidad en la ficción? Fenómeno editorial en Europa, por su divertido valor de entrada, con traducciones al inglés, francés e italiano en un intervalo de pocos años, la obra de Cervantes se sometió a un período de incubación en el que la obra era vista como mero entretenimiento. No obstante, no tardaría mucho en obtener una profusión de lecturas consistentes, con su profundidad y riqueza. 

El siglo XX vio el apogeo de esta tendencia. Experto en girar la lógica literaria del revés, Franz Kafka imaginó a Sancho Panza como un verdadero héroe y a don Quijote como su demonio obsesivo. Vladimir Nabokov se declaró impresionado con el compendio de maldades abarcado en los dos tomos. En su ensayo Una novela para el siglo XXI, Mario Vargas Llosa afirma que la noción de libertad presente en el libro “es la misma que, a partir del XVIII, tendrán en Europa los llamados liberales” – y aún que “el fundamento de la libertad es la propiedad privada”. Salman Rushdie leyó allí la prueba de que “una obra literaria no tiene que ser apenas cómica, trágica, romántica o histórico-política: si se diseña de forma adecuada, puede ser muchas cosas al mismo tiempo”.

Jorge Luis Borges situó el Quijote en el centro de uno de sus cuentos más sutiles, en el que un escritor llamado Pierre Menard concibe la tarea absurda de escribir, una vez más, la obra de Cervantes –no reescribirla o copiarla, sino escribirla de nuevo, idéntica, como si fuera la primera vez. Bloom, para quien el Quijote “está en guerra con el principio de realidad de Freud, que acepta la necesidad de la muerte”, explica así la diversidad de lecturas de la que este párrafo es una pequeña muestra. “Ninguna interpretación crítica de la obra maestra de Cervantes coincide o, incluso, se asemeja a la de cualquier otro crítico. El Quijote es un espejo colocado no ante la naturaleza, sino más bien ante el lector”. Se puede argumentar que la novela, como género, no aspira a otra cosa. 

A la polifonía crítica le corresponden una serie de controversias biográficas. Para alguien que se hizo tan famoso en vida, lo que sabemos acerca del autor del Quijote y, asimismo, de las notables Novelas Ejemplares, entre otras obras más pequeñas, es poco. Ni un mísero retrato escapa a la contestación. ¿Sería aún un hidalgo, como su desdichado padre trató repetidamente de convencer a la Justicia de que lo era? ¿Un nuevo cristiano? ¿Tuvo educación formal? Desafortunadamente, Cervantes amaba la discreción y Jean-Jacques Rousseau solo inventaría la autobiografía literaria más de un siglo y medio después, como lamenta el francés Jean Canavaggio, uno de los principales biógrafos del hombre “cuya intimidad se nos escapa de forma irremediable”. 



Solo en el siglo XVIII se descubrió la partida que certificaba el nacimiento de Miguel de Cervantes en la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, a las afueras de Madrid –diversas localidades reivindicaban la gloria hasta entonces. La fecha de nacimiento puede haber sido el 29 de septiembre, día de San Miguel, aunque haya sido realizado el bautismo tan solo el 09 de octubre. El año no se discute: 1547, en el auge del Imperio español, la gran potencia de la época, y al principio del llamado Siglo de Oro, como quedó conocido el apogeo de las Artes y Ciencias en ese país –que el propio Cervantes acabaría por sintetizar. Su abuelo era abogado de la Inquisición, entidad de gran poder en un momento histórico marcado por la Contrarreforma, así como por la expulsión y conversión de los judíos y musulmanes (Cuando el cura y el barbero deciden quemar los libros de caballerías de Alonso Quijano, es imposible no pensar en un auto de fe del Santo Oficio). 

Su padre era un humilde cirujano acosado por los acreedores. El período de la infancia y adolescencia es un borrón. Tan solo vamos a encontrarlo en el inicio de su juventud huyendo para Italia después de haber herido a un rival en un duelo, hecho que, teniendo peso en la historia de un escritor orgulloso de la influencia de la Literatura italiana, fue aún más relevante para el hombre de acción. 

Está colmada de trampas la actividad de seguir los rastros de la vida de un escritor en su ficción, a la que se dedicaron generaciones de biógrafos de Miguel de Cervantes, por ende el famoso discurso en el que don Quijote defiende la superioridad de la espada sobre la pluma parece coincidir con el autor. Luchó en 1571 en la gran batalla naval de Lepanto, en la que el Imperio Otomano sufrió una dura derrota ante la llamada Liga Santa, reunida por el Papa para recuperar el control de la isla de Chipre y defender el Mediterráneo. Allí perdió la mano izquierda – o apenas sus movimientos, ni esto es cierto – por un tiro de un arcabuz, de ahí procede el apodo de “El manco de Lepanto”. 

Sus infortunios estaban apenas empezando. En 1575, en su viaje de regreso a España, fue capturado por piratas y mantenido cautivo en Argel, experiencia que transfiguraría en el episodio del Quijote en que un excautivo roba la escena para contar su historia durante una cena en una venta –significativamente, tan pronto como el ingenioso caballero acaba de enunciar su comparación entre las Armas y las Letras. Cervantes solo fue liberado cinco años después, tras diversos intentos fallidos de escaparse, mediante el pago de un rescate.

Al volver a la España del rey Felipe II, a quien prestó sus servicios como soldado, se encuentra con un país que comienza a decaer política y económicamente, lo que contribuye a que no llegue, ni tan siquiera de cerca, a cosechar los laureles de su heroísmo. Se casa, adopta el segundo apellido de Saavedra y procede a dividirse entre la Literatura –inicialmente sin éxito– y el trabajo como recaudador de impuestos. Acusado de ineptitud o malversación, una vez más es encarcelado.

Se supone que pudo haber sido en esta última temporada, en la que estuvo en la cárcel, que Cervantes imaginó el plan de su Quijote, “concebido en una prisión”, como afirma en el prólogo (1605). Cerca del fin de sus aventuras inmortales, el hidalgo de cerebro blando que logró escapar de la mayor de todas las prisiones –la del tiempo– profiere una de sus más famosas frases de cartel de feria hippie, que no por esto es menos universal y escalofriante: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”.

Traducido por
Mei Santana

2 comentarios:

  1. Un texto muy interesante sobre un tema que este blog ha tratado con maestría y siempre especial cariño. Gracias, Mei y enhorabuena por tu sección, siempre un lujazo leerte.

    ResponderEliminar
  2. En este rincón nos alimentamos de cultura. Alimentamos nuestra alma, la consciencia y nuestra autonomia intelectual. Les felicito por el blog.

    ResponderEliminar