Era el invierno de 1996 cuando oí a mi madre, que me
parecía muy tensa y aburrida, hablando por el teléfono con alguien. La voz
del otro lado, la reconocí, era de su tía Carmen, a quien había visto
solamente una vez en mi vida. Era una voz de la que uno no se olvida, muy
profunda y fría. El aspecto de la tía Carmen en su totalidad era
inolvidable: sus ojos, compuestos de un negro intenso, y su piel blanca
como de un cadáver, hacían un contraste perturbador.
Mi madre encerró la llamada y me contó lo que pasaba. Mi
abuelo paterno había fallecido en Madrid y ella y mi padre tenían que ir
allá con urgencia, y yo, como niño que era, no podría acompañarlos en un
viaje tan fúnebre. Me iba a quedar en la casa de la tía Carmen, a quien
todos sabían que no le gustaban las visitas, pero, bueno, era una
emergencia y ella tendría que comprender, me dijo mi madre.
Fue así que llegué a la casa de la tía Carmen, con miedo,
de luto por mi abuelo y lejos de mi padres por primera vez. Tía Carmen me
recibió en silencio en su casa, vistiendo un largo vestido rojo que se
mezclaba con el paisaje detrás de ella. Decir que la casa era roja es casi
un eufemismo. Las alfombras eran tan rojas que me dolían los ojos, y
tenían manchas todavía más rojas. Las cortinas eran rojas y los muebles
eran de madera roja, así como las paredes. Borgoña, rubí, carmín y
escarlata parecían complementarse en la casa de la tía Carmen. De tanto
choque y miedo me quedé congelado y fui en silencio al cuarto que me había
designado.
Durante algunos días, vivimos solos en la casa roja: la
tía, el hedor del moho y yo. Tía Carmen ignoraba mi presencia y permanecía
siempre en silencio, mientras que yo intentaba permanecer en el cuarto de
huéspedes todo el día. Cuando mi madre me llamaba, lloraba desesperado
pidiéndole que me salvara del horror y de la soledad que sentía con la tía
Carmen, pero sin ningún efecto.
En el tercero día por la noche, me desperté oyendo la voz
de la tía Carmen por primera vez. Oí también otra voz, masculina, que
conversaba con intimidad con la tía. Charlaron por un rato y se fueron al
cuarto. La curiosidad de la niñez por una vez fue más grande que el miedo
de la tía y de su casa. Abrí la puerta del cuarto y fui a mirar por el ojo
de la cerradura del cuarto de la tía. Nada en mis ocho años de entonces o
incluso en mis 27 de hoy podría haberme preparado para lo que vi.
Tía Carmen estaba desnuda en el suelo, con la boca llena
de sangre. La sangre también escurría por sus dedos y añadía una mancha
roja más a su alfombra. Abajo de ella, mi abuelo, que ya no sabía si había
fallecido, si todavía vivía, o incluso si había muerto ahora; se estaba
también desnudo con los brazos abiertos en el suelo. La sangre salía por
todo su cuerpo. Mientras yo miraba, los negros ojos de tía Carmen se
levantaron y miraron los míos, y de lo que pasó después no me resta
memoria.
A la mañana siguiente, desayunamos juntos la tía Carmen y
yo y, así como antes, nadie habló. Por la tarde, mis padres volvieron de
Madrid y me fueron a buscar. La tía Carmen elogió mucho mi educación y,
mientras me entregaba a mi madre, tomó con fuerza mis manos y dijo que era
bueno que yo fuera tan educado, pues los malos niños atraen a los malos
espíritus.
De esto nada conté a nadie. Ahora solamente me pongo a
escribir pues hace una hora que supe que la tía Carmen fue encontrada
muerta en su casa, vistiendo su largo vestido rojo. Estaba en posición de
cruz colgada de la pared de su cuarto, sangrando por todos sus orificios,
en lo que aparentaba ser un asesinato brutal. La policía todavía no ha
encontrado un culpable. En verdad, creo que nunca lo encontrarán ni
siquiera comprenderán lo que pasó, así como yo nunca entenderé lo que vi
aquel día.
Vicente de
Paula Batista Filho - B1
Vicente, qué historia! No sé si te digo que es magnífica, o que es terrible! Lo siento por tu tía.
ResponderEliminarQué historia escalofriante...!
ResponderEliminarVicente, tienes que contarnos si la historia es verdadera o una magnífica ficción...
ResponderEliminarLindo texto que conduce a pensar, tal vez incluso a soñar... con ese profundo rojo de la vida. Muy bonito, Vicente. Felicidades!!!
ResponderEliminarVicente, muy bien, Felicidades!!!
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