Lo real y la evidencia no le sonaban nada
interesantes porque la realidad perceptible no tiene nada de sugestiva. Es
como lo consciente, que distingue solamente lo que es indudable a
cualquier mirada, incluso a la más distraída y despreocupada. A él le fascinaba
mucho más buscar todo aquello que estuviera más allá del mundo tangible,
aquello que no pudiera ser visto por la lógica ni por lo razonable.
Así era como le parecían más verdaderos los sueños a Dalí.
La imaginación era un universo de infinitas posibilidades, tal y
como pasaba en su exuberante mente. Era el espacio donde los contrarios
eran iguales, los ciertos eran inciertos y el todo y la nada se completaban
intercambiablemente. El misterioso inconsciente era lo que se le
presentaba a Dalí como el más magnífico ambiente de inspiración para el
arte de su vida.
Él entendía que todos detienen en la mente increíbles e imposibles acontecimientos soñados, pero ignorados por la mente despierta. A él le cautivaban las memorias del subconsciente, lleno de miedos y deseos irracionales. Fueron todas esas imágenes las que Dalí quería traer para la realidad palpable, esas figuras del pensamiento inverosímil sumergidas en un universo, el de la subconsciencia humana. Lo que Dalí se proponía era hacerlas verdaderas en sus pinturas y esculturas.
Luego alcanzó a transcribir en pinceladas el delirio y el desvarío de la mente. Casi paradójicamente, no era raro que se impidiera a sí mismo adormecer y soñar, a fin de que experimentara el sueño despierto. Así se inducía excesivas alucinaciones, atrevimiento surrealista de mucha audacia, pero imprescindible para que pudiera interpretar en cuadros las maravillas que de ese modo contemplaba. Precisamente de esa manera, lo más banal y real del mundo era descodificado y reconfigurado en una idea que transponía lo creíble y se redefinía en arte de maestría.
Era lo que le atraía a Dalí. Si el sueño es el reflejo de la realidad intangible por la mente despierta, la realidad es lo que queda dilucidado por lo que el espectador se dispone a contemplar.
Él entendía que todos detienen en la mente increíbles e imposibles acontecimientos soñados, pero ignorados por la mente despierta. A él le cautivaban las memorias del subconsciente, lleno de miedos y deseos irracionales. Fueron todas esas imágenes las que Dalí quería traer para la realidad palpable, esas figuras del pensamiento inverosímil sumergidas en un universo, el de la subconsciencia humana. Lo que Dalí se proponía era hacerlas verdaderas en sus pinturas y esculturas.
Luego alcanzó a transcribir en pinceladas el delirio y el desvarío de la mente. Casi paradójicamente, no era raro que se impidiera a sí mismo adormecer y soñar, a fin de que experimentara el sueño despierto. Así se inducía excesivas alucinaciones, atrevimiento surrealista de mucha audacia, pero imprescindible para que pudiera interpretar en cuadros las maravillas que de ese modo contemplaba. Precisamente de esa manera, lo más banal y real del mundo era descodificado y reconfigurado en una idea que transponía lo creíble y se redefinía en arte de maestría.
Era lo que le atraía a Dalí. Si el sueño es el reflejo de la realidad intangible por la mente despierta, la realidad es lo que queda dilucidado por lo que el espectador se dispone a contemplar.
Sissi
Carol, ¡excelente trabajo! No sé si habría una forma mejor de explicar nuestra impresión de la vida de Dalí. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarGracias, por compartir con nosotros algo de Dalí.
ResponderEliminar¡Hola, Érika! ¡Tu comentario me alegra muchísimo! ¡Muchas gracias!
ResponderEliminarJorge, ¡yo que te agradezco por haberse interesado y leído el texto!
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