lunes, 10 de agosto de 2020

“La Guerra en la Edad Media” (1)

Principios y fundamentos
La imagen difundida en nuestros días entre el gran público respecto a la guerra medieval es un puñado de tópicos donde se entremezclan caballeros de brillantes armaduras y duelos en los que el honor constituía un principio básico. Sin embargo, el fenómeno bélico debía ser tan cruel, crudo y desagradable como lo es hoy, si no aún más, pues la guerra se hallaba plenamente integrada en la realidad del medioevo, mientras que en la actualidad la guerra está considerada un fenómeno extraordinario y, por regla general, desaconsejable”.

Durante este período, la fuerza física era el elemento esencial para dirimir cualquier litigio, por mucho que el mismo se ciñera a un espacio territorial de pequeño tamaño. La violencia y el combate, por lo tanto, eran un baremo de estatus como podía serlo la propiedad de la tierra. El ejercicio de la guerra era un factor de distinción social.

Ilustración 1: Guerra medieval

Los preceptos bélicos medievales tanto de carácter teórico como práctico procedían en su mayoría de los textos grecolatinos. Las obras publicadas en la zona oriental del Mediterráneo, durante la Alta Edad Media, muestran un interés didáctico palpable, pues se acompañaba el texto de ilustraciones dibujadas con gran detalle, lo que representa una baza a favor de lo que en ellas se refleja.

Por regla general, las ilustraciones completaban la explicación del manejo, con características de pesadas y complejas máquinas de guerra. Un ejemplo ilustrativo constituye el texto de Flavio Vegecio Renato, oficial del siglo IV d. C. Su Obrare Militari, fue muy traducida, copiada, adaptada y divulgada: aún hoy se conservan 300 ejemplares manuscritos, que constituyen tan solo una parte de los que, con toda seguridad, dispusieron sus contemporáneos.

Ilustración 2: Guerra medieval

Su presencia en bibliotecas reales y nobiliarias indica que la lectura debía de ser obligatoria para mandos militares. La densidad y especificidad de esta dan a entender que estuvo pensada para el estudio reposado y en detalle, antes que para la consulta rápida. No obstante, esto también puede relativizarse si se tiene en cuenta que existieron ediciones de lujo para un público muy exclusivo, destinadas a reposar en los anaqueles de las bibliotecas, y también ediciones de pequeño formato, más ligeras, lo que lleva a pensar que la obra estuvo a disposición de los militares para transportarla en campaña.

En los estados de Flandes así como en el norte de Italia fue donde se observó el papel de la infantería en la mayor parte del mundo europeo occidental durante la Edad Media. A partir de 1300, la infantería adquirió en estos territorios no solo un peso específico sino también una identidad corporativa que conllevó un cuestionamiento de la superioridad de la caballería en el orden social establecido.

Ilustración 3: Guerra medieval

El desarrollo de las denominadas armas de proyectil, como el arco y la ballesta y en un periodo tardío la pólvora, sellaron la mayor efectividad de la infantería que, gracias a estos artefactos, podía derribar con facilidad a un jinete, en principio mejor armado y protegido. A partir del siglo XIV, un gran número de caballeros pusieron en evidencia su estatus acudiendo montados a caballo a la batalla, para descabalgar justo antes de que comenzara. De este modo contaban con mayores garantías para aguantar.


Ilustración 3: Guerra Medieval
La preferencia por el combate a pie caracterizó al soldado escandinavo durante la Alta Edad Media. Este modelo se extendió con éxito por la Península de Jutlandia y el norte de lo que actualmente es Alemania, siendo más valorados los infantes que procedían de esta zona, dato para tener en cuenta considerando que no usaban armas arrojadizas ni de proyectil, decantándose por hachas largas y una lanza de longitud media destinada a ser clavada en el cuerpo del enemigo o en su escudo durante los combates cuerpo a cuerpo.

Por lo que a Bizancio respecta, la infantería pesada llevaba la armadura de los jinetes y lanzas o jabalinas, siendo conocidos como los antisignani. Estos iban en el centro y los flancos eran guardados por otro tipo de infantería pesada. Detrás de sus líneas marchaban honderos y arqueros, encargados no solo de vigilar la retaguardia sino también de despejar el camino en la medida de lo posible a los antisignati, causando al enemigo las mayores bajas posibles antes de iniciarse el cuerpo a cuerpo.

Ilustración 4: Guerra medieval

Tanto las tribus germánicas, como más tarde los hunos, acabaron con la tendencia romana de disponer de la caballería como cuerpo auxiliar. Las tribus de estos pueblos hacían que la caballería encabezara el destacamento, dando órdenes y dirigiendo a la infantería. La caballería se perfilaba, entonces, como una fuerza imprescindible para romper las líneas enemigas y quebrar la resistencia de su infantería. Consciente de ello, siglos después, Carlos Martel comenzó una reforma de la caballería para dotarla de armamento más pesado, proceso que continuaría con Pipino el Breve, fundador de la dinastía carolingia.

La aparición de la llamada caballería acorazada, extendida después a las tropas de Carlomagno y la caballería normanda, fue posible gracias a la invención y generalización del uso del estribo, lo que dotaba al jinete y a su montura de una estabilidad que le permitía cargar un mayor peso y blandir de manera adecuada su arma antes de descargar el golpe, sin exponerse tanto a caer de la montura. Tan impresionados por este tipo de caballería quedaron los mandos militares islámicos que, a partir de la segunda mitad del siglo VIII, el número de efectivos a caballo en sus ejércitos aumentó en proporción geométrica, hasta superar en un gran número a la infantería.

Ilustración 5: Guerra medieval
La evolución de la caballería pesada culminó con la aparición de la armadura completa. Los primeros testimonios que hablan de esta forma de protección datan de finales de la primera mitad del siglo XIII y se sabe que a principios del siglo XIV su uso estaba generalizado, en especial en los ejércitos inglés y francés. Esto es indicativo de que las victorias atribuibles a la caballería habrían disminuido de manera drástica y la mejora de las armas de proyectil, así como la introducción de otras nuevas, facilitaba que se pudiera atravesar la cota de malla. Parecía que se pretendía preservar a toda costa la vida del caballero, no tanto por motivos prácticos sino de prestigio personal, evitando que se produjera su muerte a manos de infantes, por regla general de inferior consideración social.

La experiencia en el campo de batalla era lo único a lo que podía aferrarse un general para vencer en la Europa occidental feudal. Si los generales no se adaptaban instantáneamente al enemigo y a las circunstancias que imponía la batalla, el castigo a sus errores era la masacre de sus hombres y la conquista del territorio que defendía.

La victoria y la derrota, por tanto, quedaban a merced de la improvisación y de las innovaciones militares que se habían producido hasta ese momento. Era preciso hacer frente a los pueblos germánicos y a los hunos, que usaban la caballería como fuerza de choque y se organizaban en tribus. Más tarde se luchó con soldados islámicos, la mayoría a caballo, armados ligeramente y por ello muy rápidos. Asimismo, tuvieron que medirse con los escandinavos, cuya mayor novedad era aparecer como infantes transportados en navío. Salir airoso de todo era producto de un bagaje de experiencia y un incentivo para idear las respuestas adecuadas a las nuevas amenazas que se habían ido presentado.

A partir del siglo XII se suele contar con garantías añadidas, que aseguraban la batalla como la oportunidad de elegir el terreno por parte de un general y, una vez dado este factor, la sorpresa o simplemente el ataque dirigido contra el flanco más débil de la formación enemiga. Para poder contar con estas bazas, se prefirió el combate a pequeña escala, en forma de batallas rápidas y escaramuzas, como quedó patente en la Guerra de los Cien Años.

El dominio de la Península Itálica estuvo a merced de estudiados asedios que destacaron por la persistencia en los mismos, siendo necesarias dos décadas para rendir las principales ciudades de esta área al poder bizantino. La movilización masiva de la infantería y los asedios prolongados fueron la tónica general para el debilitamiento del Imperio bizantino, lo que, sumado a las campañas contra los ostrogodos en el 552 y el Imperio Persa en el 628, facilitaría de modo considerable la conquista de la región oriental del Imperio por los ejércitos islámicos de los siglos VII y VIII (cuando estos últimos se apoderaron de Palestina, Siria, Egipto y, después, de una parte de la Península Itálica).

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Pepe Cocodrilo

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