A principios de los años 30 un fenómeno
climático de proporciones catastróficas alcanzó las grandes llanuras, en el
corazón de los Estados Unidos, desde el Golfo de México hasta Canadá,
incluyendo el norte de Texas, Oklahoma, Nuevo México, Colorado y Kansas. Fue
uno de los peores desastres ecológicos del siglo XX.
Sin embargo, los efectos del peligroso incremento
de la exposición a la erosión del suelo se hicieron evidentes cuando las
lluvias desaparecieron y la tierra se secó. La sequía comenzó en 1930, al Este de Estados Unidos, pero fue al año siguiente cuando empezó a dirigirse hacia el Oeste. En 1931 la lluvia paró y la sequía se prolongó entre 1932 y
1939, y después fue precedida por un largo período de precipitaciones (por encima de la
media). Las condiciones persistentes de sequía, favorecidas por años de
prácticas de manejo intensivo del suelo, dejaron al mismo susceptible a la
acción de las fuerzas del viento. El suelo, despojado de humedad, era levantado
por el viento en grandes nubes de polvo y arena tan espesas que escondían el
sol.
Así fue como comenzaron las denominadas Ventiscas Negras. Se trataba de potentes tormentas que arrastraban millones de toneladas de polvo negro que convertían el día en noche. La parte superficial del suelo, que estaba seca, era levantada y arrastrada por el viento en cuestión de minutos. Las nubes eran tan densas que, en ocasiones, los gallos se iban a dormir durante el día, pensando que era de noche.
Las tormentas soplaban continuamente, lanzando
toneladas de polvo a la atmósfera del planeta. Las nubes se desplazaban a una
velocidad de 200 km/h., aumentando a medida que se tragaban haciendas y
plantaciones. Las llanuras fueron barridas, el trabajo de décadas fue arruinado
en pocas horas. Las mayores nubes podían alcanzar dimensiones
colosales con millas de largo y cientos de metros de altura. La ventisca
formada por polvo fino oscurecía todo, reduciendo la visibilidad a poco más de
un metro. Las ciudades engullidas por la ventisca se quedaban cubiertas de arena y
polvo, que se depositaba en todos los rincones. Los animales fueron los
primeros en sentir los efectos de las ventiscas.
Muchas haciendas ganaderas fueron totalmente
devastadas. El ganado murió asfixiado por el propio polvo. La devastación fue increíble,
haciendas enteras cubiertas por el polvo y las plantaciones, ya escasas, en
ruinas. Ya bajo de la influencia de la Gran Depresión Económica, instalada desde
1929, el impacto de este fenómeno se agravó, llevando a innúmeras familias a la bancarrota. Las ventiscas fueron responsables del éxodo
más grande de la Historia de los Estados Unidos. Entre 1931 y 1935, unos tres
millones de habitantes dejaron sus haciendas y, durante la década de 1930, más
de medio millón emigró a otros Estados.
Pero no había nada más peligroso que la neumonía. El
polvo aspirado se alojaba en los pulmones y, a menudo, terminaba consolidándose en "piedras", el resultado: insuficiencia respiratoria crónica. La muerte era
lenta y agonizante, ya que las víctimas se sofocaban y tosían sin cesar. Los
desesperados hacenderos intentaban impedir que el polvo entrara en sus casas
colocando sábanas húmedas o sellando con cintas de goma
y harapos los marcos tanto de ventanas como de puertas.
Sin embargo, era imposible frenar a los elementos, el polvo se colaba por
cualquier grieta o rendija y había que sacarlo a cubos de las casas. Las
puertas exteriores se bloqueaban por la cantidad de polvo que se acumulaba
delante de ellas. La gente tenía que salir por las ventanas y retirar la tierra
con palas de sus puertas. El Gobierno de los Estados Unidos distribuyó millones
de kits de máscaras contra gases (utilizadas en la Primera Guerra Mundial) para
los residentes. Muchas personas llevaban máscaras todos los días, desde el
momento en el que se despertaban hasta la hora de acostarse, quitándosela tan solo
para comer.
En marzo de 1932, los residentes de Kansas (EE. UU.) se
enfrentaron a 20 días consecutivos de oscuridad por culpa de una de estas tormentas. En ese mismo año, se registraron 14 tormentas más. El año 1933 registró 193 días de tormentas. Al año
siguiente, 38. Pero fue en 1934 cuando la frecuencia de las tormentas alcanzó
niveles alarmantes, afectando a más del 75% del país. Sin embargo, el 14 de abril de 1935, la región de las
llanuras experimentó su mayor prueba. El día se hizo conocido como el Black Sunday
(Domingo negro). Amaneció bonito y con un sol agradable, lo que motivó a la gente a
abandonar sus hogares. Muchos decidieron hacer picnics o visitar a familiares y
amigos. Lo que no sabían era que más de 20 tormentas estaban a punto de crearse
de forma simultánea en la tormenta más fuerte de la temporada.
Las primeras nubes fueron avistadas al mediodía
y rápidamente los vientos comenzaron a barrer la región, levantando una cantidad
de polvo capaz de llenar el equivalente a 50 estadios de los Yankees de Nueva
York (arena para 70 000 personas). Los habitantes huyeron y se refugiaron en
graneros, coches y sótanos. Los que fueron tomados por sorpresa vivieron el
infierno en la tierra y, muchos de ellos, desaparecieron... La violencia de esta tormenta fue tal que dos
días más tarde las nubes llegaron a la costa Este y a las ciudades de Chicago,
Nueva York y a la capital del país, Washington D.C. En Nueva Inglaterra, la arena roja
de Oklahoma caía desde el cielo como si fueran copos de maíz. Irónicamente, fue solo
después de los acontecimientos del "Domingo negro" cuando la situación catastrófica
de los habitantes de las llanuras comenzó a llamar la atención del resto del
país.
El excedente de los productos agrícolas fue destinado a las organizaciones de auxilio social. Un programa de compra de
reses permitió subvencionar a los hacenderos. En 1936, el Gobierno ofreció
pagos a los agricultores por transformar las superficies agrícolas, con pérdida
de suelo, en campos de cultivo de leguminosas y gramíneas, promotores de la
conservación del suelo, así como por implantar buenas prácticas agrícolas en
pastizales.
Al año siguiente, en 1937, Roosevelt ordenó la
plantación de “cinturones” de árboles para proteger el suelo de la erosión
provocada por el viento. Los árboles se plantaban a lo largo de las vallas que
separaban las propiedades, o entre los campos, formando windbreaks (rompevientos). El plan se prolongaría durante varios años y ya en 1942 se habían
plantado unos 220 millones de árboles, desde Canadá hasta Abilene (Texas).
A principios de la década de 1940, las ventiscas negras empezaron a desvanecerse. Le llevó diez años a la madre naturaleza reparar el daño causado por el hombre a la tierra. La década de los años 40 también fue de
superación, debido al final de la Gran Depresión. Esta lección nunca fue olvidada. El
trágico evento fue inmortalizado en la novela clásica Las uvas de la
ira, de John Steinbeck, uno de los informes más fieles sobre una familia
afectada directamente por aquellas ventiscas negras. No obstante, ninguna obra de
ficción es más impactante que el testimonio de un superviviente. En palabras
de Will Bryce: "Fue un momento difícil de mucha incertidumbre y desesperación. Muchos dijeron que era el fin del mundo y ¿cómo no creerlo? Cuando
el día se convierte en noche, se siente un miedo profundo y se cree que la
esperanza se ha ido... en un mar de polvo".
Este artículo me dejó bastante impresionada, la fuerza de la madre naturaleza no deja de sorprenderme. ¡Gracias, Pepe Cocodrilo, por hacernos reflexionar una semana más!
ResponderEliminarQuerida Pizpireta, buenos días.
ResponderEliminarSe consiguimos comprender la naturaleza, no hay motivos para miedo.
Lembrate del mesaje del jefe indigena al presidente de los EEUU, siempre sigue actual ...
Beso cariñoso.
Tienes razón, Pepe, ¡¡esa carta es bellísima!! No es miedo lo que yo sentí sino que me quedé sobrecogida por la fuerza de la naturaleza...
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