martes, 9 de marzo de 2021

“Mi primera vez…”

 

         Cuando yo era niña pasaba todo el verano de vacaciones en la playa, con mis primos, en total éramos siete niños y el más viejo cuidaba del más joven y así por delante. Estábamos siempre juntos, jugando, nadando o caminando por la playa. Yo soy la más joven de los primos y la última que montó en bicicleta sin los ruedines, así que finalmente llegó mi vez de montar en una bicicleta de “adulto”. 

         Me acuerdo que fue uno de esos veranos, creo que ya tenía entre ocho o diez años cuando mi papá me dijo que debería aprender a montar en una bicicleta. Yo no pedí aprender, pero él me ofreció la oportunidad y yo acepté.

     Todos los días mi papá y yo salíamos con la bicicleta de adulto y empezábamos a entrenar por la mañana y por la tarde, en la playa, en la calle, tanto que después de unos días toda la gente ya nos conocía de tanto vernos para arriba y para abajo. 

        Así que fueron días doloridos para nosotros, porque yo siempre me caía, me golpeaba y me salían moratones, ya estaba casi vencida por el cansancio. Creo que lo mismo pasó con mi papá, de otra forma, pero debería de estar cansado de correr detrás de la bicicleta, porque él iba corriendo y agarrando la bicicleta. A pesar del cansancio de las dos partes, no desistimos.

         Entonces creo que después de una semana, ya no me acuerdo más, ¡pero llegó el día en el que conseguí montar en la bicicleta sola! Cuando este día llegó, toda la gente en la playa empezó a aplaudir. Desde el momento en el que me vieron montando sola, aplaudieron mucho. Yo creía que era para mí, por conseguirlo finalmente, pero quizá fuera para mi papá, por toda su dedicación conmigo.

         Por supuesto que, cuando empecé a montar, aún necesitaba ayuda para subir y bajar de la bicicleta, que de verdad era mucho más grande que yo, y mis primos siempre muy pacientes ayudaban a la más joven.

Else Nakahara

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