En mi
último domingo en Sevilla pretendía visitar las ciudades de Cádiz y Jerez de
la Frontera, pero no fue posible conocer esta última puesto que no logré salir temprano
del hotel. Como no estaba segura del horario de mi regreso, acabé comprando billetes separados y perdí el descuento del 20% sobre el valor de las tarifas del tren para trayectos combinados, de ida y vuelta.
Al
llegar a Cádiz, cogí un autobús turístico antes de salir de la estación de tren
e hice el recorrido de la ciudad en una hora. Si las playas repletas de gente no formasen
parte de las atracciones turísticas ni se localizasen en el lado opuesto del
centro histórico, quizás habría podido seguir el itinerario a pie, pero no fue posible.
Como era un día soleado, me bajé en las Puertas de Tierra, una de las dos entradas de la muralla
que circundaba el casco antiguo, para caminar hacia la playa de Santa María. Como legítima
brasileña que soy, tuve que tocar la arena y mojarme los pies en el agua del otro
lado del Atlántico (¡Una pena que no tuviese bañador para aprovechar aquel
momento!).
Enseguida
caminé hasta el casco antiguo de la ciudad, que está fuertemente influenciado por la cultura
musulmana, además de presentar una arquitectura que se destaca por algunas
construcciones monumentales similares a las mezquitas. Por miedo a perder
el tren, terminé no conociendo la Catedral, pero me paré en un pequeño bar y pedí
pulpo a la gallega para el almuerzo, después continué caminando por las calles y admirando el comercio local.
La
aventura del día fue la visita a la Torre Tavira, la más alta de la ciudad,
donde está una de las pocas salas del mundo con una cámara oscura, así como un mirador
excelente. Merece la pena subir los innumerables escalones de cristal y esperar por
la sesión explicativa sobre el funcionamiento de este tipo de cámaras, que
utilizan un principio de óptica para que, con el uso de un conjunto con
espejos, se pueda mirar gran parte de la ciudad en una especie de superficie
reflectora. Y aunque me moría de miedo a la altura, fui capaz de subir (con mucho
sufrimiento) a la azotea. Sin embargo, si no fuese por una pareja muy simpática que me sacó algunas
fotos, quizá no habría registrado ese momento único.
Volver a mi punto de partida no fue difícil, una vez que el casco viejo es pequeño y tras una caminata leve de 15 minutos se llegaba a la estación de tren. En esta ruta, intenté mirar algunos edificios históricos que estaban cerrados. Por la noche volví a Sevilla, pero no sin antes probar unos dulces turcos que eran vendidos en la estación.
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