La batalla de Lepanto, 7 de octubre de 1571 |
La batalla de Lepanto
La presencia turca representó una amenaza para la cristiandad durante mucho tiempo. Cuando en 1570 atacaron la isla de Chipre -posesión veneciana-, esta agresión trajo como consecuencia la formación de la llamada "Liga Santa", integrada por el Papa, la República de Venecia y España, bajo el mandato de Felipe II. Una vez tomada la decisión de emprender una expedición naval, y reunida en Mesina la flota de los coaligados, solo restaba decidir el objetivo específico de la campaña. La meta no podía ser otra que la destrucción de la flota turca de Alí Bajá.
Como consecuencia, el 7 de octubre de 1571 tuvo lugar una batalla naval en el golfo de Lepanto (actual golfo de Corinto, Grecia). La flota de la Liga Santa era considerable: 207 galeras, 6 galeazas y 20 navíos armados, además de algunos bergantines y fragatas, totalizando 1215 piezas de artillería; en cuanto al contingente humano, iban embarcados alrededor de 90000 hombres, entre soldados, gente de mar y remeros. Por otra parte, Alí Bajá sumaba 221 galeras, 38 galeotes y 18 fustas, pero contando tan solo con 750 cañones; sus efectivos humanos eran algo menores, 83000 hombres, peor armados con arcabuces y mosquetes.
La batalla de Lepanto: Cervantes peleando sobre la galera “Marquesa” (Centro Virtual Cervantes) |
La archiconocida batalla de Lepanto, esa que Miguel de Cervantes Saavedra vivió a los 24 años siendo un soldado bisoño, es decir, inexperto y a la que a lo largo de su vida reivindicó como "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros", siendo la única batalla victoriosa en la que participó, fue en realidad una de las más sangrientas (e inútiles) de la Historia. Las cifras arrojan más de 61000 víctimas, entre muertos y heridos, en tan solo seis horas de enfrentamiento.
Cervantes fue uno de estos, recibiendo tres arcabuzazos, y uno de los pocos que se libraron de la muerte. Cervantes presentaba dos heridas en el pecho y por en el brazo (a la altura de la mano). Y aunque no fue necesaria una amputación, el escritor perdió la movilidad de la mano izquierda, tal y como lo relataría él con posterioridad: “Para gloria de la diestra”. La estoica resistencia de Cervantes inspiró al resto de los soldados a resistir hasta el final de la batalla. Nacía así la leyenda del “Manco de Lepanto”. Sin embargo, una pregunta persiste: ¿Qué arma era esa que hizo al mundo perder a un valiente soldado, pero a la humanidad ganar un escritor sin igual?
La historia del arcabuz
Naturalmente, uno de los problemas que planteaba la
artillería en esa época era que los cañones resultaban pesados y tenían que trasladarse con
mucho esfuerzo de un lugar a otro. Sin duda, hubiera sido muy útil disponer de un cañón lo bastante pequeño como para que una sola persona pudiera moverlo.
Hacia 1450 se inventó, en España, el primer cañón lo
suficientemente reducido como para que lo disparase apenas un soldado. Recibió el
nombre de arcabuz, derivado de una palabra holandesa que significaba “cañón de gancho”.
Tal vez fue llamado así porque se asociaban los primeros arcabuces con las
picas, que eran unas “lanzas con gancho”.
El arcabuz "estaba formado por un tubo de hierro
montado sobre un madero de un metro de longitud. No obstante, no era un arma fácil de llevar. Los
primeros modelos resultaban tan pesados que se necesitaban soportes". Durante los siglos XVI y XVII,
los soldados debían recargar sus arcabuces en un proceso que duraba de tres a cinco minutos y que podía
verse entorpecido por la climatología
adversa de la región en la que estuviesen luchando, y todo ello,
para disparar un único proyectil.
Un arcabucero disfrazado, limpiando su arma |
Además, tampoco ayudaba al arcabucero la
escasa precisión que tenía el arma, la cual, en palabras del Duque de Alba, “había que disparar cuando el enemigo se hallaba a poco más del doble de la distancia de una pica (unos
15-20 metros) para que fuese efectiva y aumentasen las posibilidades de hacer
blanco”. Sea como fuere, lo cierto es que los arcabuceros y su rapidez a la
hora de recargar y disparar, determinaban el resultado de una batalla.
Los primos lejanos del arcabuz
A ciencia cierta, una
versión primaria del arcabuz comenzó a utilizare ya en el siglo XIV en tierras
españolas. “La primera vez que aparece documentado el uso de armas de fuego en
España es en el sitio de Algeciras, por Alfonso XI de
Castilla. En esa ocasión, abril de 1343, los sitiadores
recibieron bolas de hierro y
proyectiles ardientes disparados desde piezas de artillería a las
que denominaron truenos.
Pronto utilizaron también los cristianos la pólvora, dando lugar a distintas piezas
artilleras, como las bombardas”,
explica José Javier Labarga Álava en su obra La
arcabucería en España de 1500 a 1870. Origen y evolución de la técnica y el
arte de la fabricación de armas de fuego en España.
A pesar de que aquellas
armas no eran más que unos tubos en los que se introducía pólvora y una bola
metálica, lo cierto es que su gran utilidad -tanto a nivel letal, como a
nivel psicológico- no tardó
en quedar patente. Por aquel entonces, sus principales desventajas ya eran la puntería y su considerable tamaño que, en la gran
mayoría de los casos, provocaba que fueran disparados desde los muros de las
fortalezas. Sin embargo, ya se destacaban por aquella época algunas piezas que podían
ser transportadas por un infante de forma mucho más cómoda.
Aquellos eran, sin duda, los precursores de los arcabuces. “Es seguro que entre ellas ya se encontraban algunas portátiles como los cañones de mano. Tenían tubos de latón o de bronce, de unos cinco o seis palmos de largo, y disparaban pelotas de plomo de dos hasta cinco onzas”, explica este especialista. Con todo, seguía siendo necesario apoyarse en una superficie consistente para poder disparar sobre el contrario, de una forma más segura y lograr una mayor puntería, lo que aún hacía que ese "carácter portátil" no fuese total.
Nace el arcabuz
Aquellos eran, sin duda, los precursores de los arcabuces. “Es seguro que entre ellas ya se encontraban algunas portátiles como los cañones de mano. Tenían tubos de latón o de bronce, de unos cinco o seis palmos de largo, y disparaban pelotas de plomo de dos hasta cinco onzas”, explica este especialista. Con todo, seguía siendo necesario apoyarse en una superficie consistente para poder disparar sobre el contrario, de una forma más segura y lograr una mayor puntería, lo que aún hacía que ese "carácter portátil" no fuese total.
Nace el arcabuz
En la época, su
funcionamiento era muy sencillo. Una de las
primeras armas portátiles de fuego de avancarga; es decir, que se cargan por la
boca del cañón (frontal). Aquel que quisiera
disparar debía poner el tubo en posición vertical e introducir en pólvora y una bola metálica. Una vez preparado, solo
había que apuntar hacia el objetivo y acercar una mecha encendida hasta el
denominado “oído” del arma (un
agujero que taladraba el metal). Cuando la llama entraba en contacto con el contenido
interior, este estallaba liberando el proyectil. Simple, pero efectivo. Su
utilidad y su capacidad de persuasión fueron tan claras que el arma se fue
perfeccionando con el paso del tiempo. Sin embargo, habría que esperar hasta
mediados del siglo XV para que se produjese el gran avance, que provocaría el
nacimiento formal del arcabuz como tal.
Este se produjo con la
llegada de la denominada “llave de
mecha”. “Era un mecanismo para sujetar la mecha encendida […]. Estaba
situado en el costado derecho del arma, llevaba una pieza en forma de ese ("S"),
el serpentín, que sujetaba
la mecha encendida lejos del fogón y permitía disponer el arma dispuesta para
disparar en el momento oportuno. Oprimiendo con la mano derecha una palanca
situada debajo, el serpentín acercaba la mecha a la cazoleta destapada
previamente y el arcabuz se disparaba”, detalla Álava en su dossier. A pesar de
lo sencillo que podía parecer, lo cierto es que fue toda una revolución, puesto que permitía a aquellos armados con un arcabuz tenerlo dispuesto en cualquier
momento para arrojar plomo sobre
el enemigo con un solo click.
Un guerrero sopla la mecha de su arcabuz antes de disparar |
El siguiente salto
cualitativo se vivió en la Conquista de
América por parte de los españoles. Y es que los 13 arcabuces
que llevó Hernán
Cortés a Cuba, en 1519, eran considerablemente avanzados. Así lo
afirman Juan Sánchez Galera y José María Sánchez Galera en su obra Vamos a contar mentiras, donde señalan
que el arma consistía tan solo en un tubo de acero apoyado sobre un tablón.
“El dicho tubo se
encontraba cerrado en el extremo que daba a la parte de […] la culata y, casi
al final del tubo, por el lado en el que estaba cerrado, se hallaba un pequeño agujero que
atravesaba la pared del tubo (oído)
y sobre el cual coincidía el final del recorrido de una palanca que en su
extremo sostenía una mecha de algodón. Por simple que parezca la descripción
del arma, contiene todo lo que se puede decir de un arcabuz”, explican.
Lento y problemático
El arcabuz contaba con
varios problemas que, seguro, provocaron más de una palabra malsonante
entre los soldados que lo portaban. Para empezar, acertar con uno de ellos al
contrario era muy complicado. “Tenía una precisión terriblemente limitada. Por
ello, con el paso de los años se le fueron añadiendo
diferentes elementos ergonómicos que permitieron al tirador disparar con una
mayor comodidad y puntería. Por ejemplo, se alargaron los cañones con
el objetivo de propiciar más estabilidad a la bala. Sin embargo, como los tubos
eran artesanales, eran de ánima lisa y tenían imperfecciones, el proyectil no
salía de forma limpia, lo que reducía la precisión”, destaca José Miguel Alberte, presidente de
la Asociación Española de Recreación Histórica.
Por otro lado, era
necesario dedicar mucho tiempo para recargar el arcabuz, lo que reducía la
cadencia de fuego. “Para solucionar este problema, así como el de la precisión,
a mediados del siglo XVI y XVII, los arcabuceros luchaban en grandes líneas con el objetivo de hacer el mayor
número de disparos sobre el enemigo y causar más bajas”, afirma el experto.
A modo de conclusión
Si se comparan las
cualidades combativas de los arcabuces con las de los arcos y ballestas, estos eran más imprecisos y de menor
alcance, pero más poderosos y requerían muchas menos destrezas para ser manejados con eficacia. No obstante, el arcabuz marcó el comienzo de
las armas ligeras. Se perfeccionó y aligeró de tal manera, que podía dispararse
apoyándolo en el hombro. A partir de entonces, cualquier campesino sin
mucha destreza, dotado de esta arma, podía aniquilar al más hábil caballero
forrado de hierro, lo que determinó que la infantería, como arma, pasara a ser
la preponderante en el campo de batalla.
Pepe Cocodrilo
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