Era un sábado, don Joaquín
se despertó dispuesto, tomó un café hecho en la tetera de barro con agua
hervida en la cocina de leña. Enseguida fue a observar el sol que surgía por detrás
del bosque, que cada mañana desvirgaba aquella mata cerrada con sus rayos
solares. Y el amanecer estaba repleto de magia: los pájaros cantaban al aire
libre, los perros se tumbaban en el terrero para calentarse con el calor del
sol y las gallinas rascaban la tierra, mientras el gallo erguía su pecho y
soltaba su canto imponente.
María asó charqui[1] en
la brasa para servirla con la farofa[2] de
harina de mandioca a sus hijos y a su esposo. Don Joaquín comió, una vez más
tomó café, ahora acompañado con la comida, después ensilló la burra, colocó a
su hijo en la grupa y fue a terminar el trabajo de la semana, allí en el carbonero.
Entre los sacos de carbones, el amanecer de sábado iba ganando el día. El sol empezaba
a calentar. El sudor, poco a poco, mezclado con la ceniza se escurría por la cara.
Pero él estaba feliz, se sentía feliz.
—Papá, ¿puedo contar cuántos
sacos de carbón ya llenamos? Preguntó Pedro.
—Sí, hijo, puedes.
·
Al terminar de contar, Pedro
estaba exhausto. Realmente aquella semana había sido muy productiva, pensó, 81 sacos
de carbón. Don Joaquín dio una sonrisa de felicidad, ya que sabía que en el período
de la tarde podía ir a la ciudad a recibir el dinero con el patrón y luego comprar alimento para la cena de aquel sábado.
Algunos trabajadores del
granjero comenzaron a llegar, a eso de las 10 de la mañana, con sus burros de
carga para hacer el transporte. Pedro observaba los sacos de carbón siendo
colocados en las carguillas. Unos silbaban, otros cantaban. Y los animales
mascaban algún mato expuesto allí en el suelo. Mientras tanto, un canario de la
tierra soltaba su canto en la punta de una rama y Piaba ladraba matorral
adentro en busca de un apereá.
—¡Cógela, Piaba! Chillaba
Pedro.
—Esa perra parece que será
buena para la caza. Comentaba don Joaquín. Pedro se ponía muy feliz.
·
En hilera los burros fueron
saliendo, todos cargados con sacos de carbón. Pedro se quedó sentado mirando
hasta perderlos de vista. Don Joaquín cogió la radio pequeña de pilas y aumentó
el volumen, era la canción “Asa branca”[3],
de Luiz Gonzaga. La letra retrataba la sequía, en la que hasta el ave movió las
alas y voló lejos en busca de agua para sobrevivir. Don Joaquín creía que
aquella canción era nostálgica y le gustaba quedarse escuchándola cuando la tocaban
en la radio.
·
Un arco iris se extendió
cruzando la montaña y dejó el escenario del carbonero todo colorido.
—Si pasas por debajo del arco
iris, hijo, te vuelves niña.
—¿De verdad, papá?
—Sí. Contestó don Joaquín. Y
Pedro se moría de miedo.
Y acompañada de los colores
del arco iris, una lluvia fina comenzó a caer, mezclándose con el carbón que se
escurría como si fuera un caldo pegajoso por la cara. Piaba llega del mato toda
mojada. Mueve la cola, huele a Pedro y da demostración de que quiere irse para
casa. Para ella no fue un buen día porque no logró cazar nada. Don Joaquín se
da cuenta de su desasosiego y comienza a organizarse. Va hasta la burra y la desata.
Monta en la silla, con una mano ayuda a Pedro a subir en la grupa, luego balancea
el cabestro y ella sigue camino.
—A la tarde voy a comprar
pan y queso para nosotros. Comenta don Joaquín, mientras caminan de regreso a
casa. Pedro abre una sonrisa, todo feliz.
·
En casa, después de un baño
en el caño para quitar todo el carbón del cuerpo, la comida no estaba muy
agradable. Solo había frijol puro mezclado con harina. El charqui se había
acabado en el desayuno; en verdad ya no había casi más. María miró a Joaquín y
a sus hijos, pero no dijo nada, dejó que su mirada hablase en pleno silencio. Y
era un silencio de esperanza proveniente de la lucha de aquella familia
guerrera, porque siempre creía que vendrían días mejores.
Allá fuera el sol estaba
quemando la tierra, un bochorno subía como si estuviera siendo quemada con fuego.
Sobre las tres de la tarde, don Joaquín se apresuró para ir a la ciudad a
recibir el dinero y, así, poder comprar alimento para la cena de esa noche.
·
Después de recibir el
dinero, don Joaquín compró panes, queso y, enseguida, antes de regresar a casa
fue al bar de Zezinho para tomar cachaza. Al llegar, saludó a todo el mundo, se
sentó en el taburete pegado al mostrador y degustó la dosis de la cachaza con
sabor de felicidad, por haber conseguido un dinero considerable, como resultado
del trabajo en el carbonero durante la semana.
Don Joaquín, instigado por
un sentimiento de llegar a casa con los panes y el queso para alimentar a su
familia, no tardó mucho en el bar; degustó apenas dos dosis de cachaza. Al
terminar de tragar la segunda dosis, puso la mano en el bolsillo, sacó un fajo
de dinero que había recibido como resultado de aquel trabajo arduo - lo que despertó
la mirada de un hombre allí presente, sin que él se diera cuenta, incluso
porque aquel individuo no le era extraño, lo que jamás le causaría
desconfianza.
—Zezinho, aquí tá el dinero.
—Ve con Dios, dijo Zezinho
al recibir el pago de las dos dosis de cachaza.
·
El día ya comenzaba a
oscurecer. Y el sol, poco a poco, iba dando lugar a noche. Don Joaquín sabía
que aquella región estaba siendo dominada por el tráfico de drogas, lo que
requería cuidados, ya que nunca sabría lo que podía suceder en las carreteras
desiertas. Se montó en la burra, sacudió el cabestro, dio dos espoleadas con
las espuelas y siguió camino adelante.
·
El sol se escondió detrás de
las montañas. La luna empezó, tímidamente, a surgir y la noche a ganar forma. La
burra seguía al galope, ella también parecía tener prisa para llegar a casa. En
la travesía de un pequeño arroyo disminuyó los pasos. De dentro del cañaveral
el ruido de un tiro. Se asustó. Y saltó como una forma de autodefensa, bufando
y con las orejas levantadas.
·
Don Joaquín se cayó al lado
del río...
·
Al caer comenzó a pronunciar
el nombre de sus hijos, hija y esposa. La sangre emanaba de su pecho,
mezclándose con el agua. La bolsa de pan y el queso también quedaron sobre el
agua. La luz de la luna daba un tono a aquella escena. Un tono de tristeza, de
dolor, de violencia que aterroriza.
·
El dinero fue sacado del
bolsillo en un pantalón que vestía el cuerpo de don Joaquín. La burra bufaba,
golpeaba las patas. Y por la noche, como cualquier ser vivo, se quedó
silenciosa queriendo entender lo sucedido ante aquella agua que cambió de tono,
de color.
Adenildo
Lima
Traducción Mei Santana
[1] Nota de la Traductora [N.T.]:
O
también charque, se trata de un tipo de carne deshidratada que se mantiene así
para su conservación, sobre todo se encuentra en las regiones andina y
meridional de América del Sur.
[2] [N.T.]: La farofa es un preparado a base de harina
de mandioca frita en mantequilla o en grasa a la que se le añaden otros ingredientes, según la preferencia.
[3] [N.T.]: En español: “Ala blanca”.
Adenildo Lima, nació en Colonia Leopoldina, una pequeña ciudad ubicada en el interior del Estado de Alagoas, Brasil. Llegó a São Paulo en 1998, donde reside hasta hoy. En 2016 participó de la 24ª Bienal Internacional del Libro de São Paulo (Brasil). Adenildo es escritor, poeta, ponente y profesor universitario. Como licenciado en Letras, hizo su maestría en el área de Educación y una especialización en Gestión de Políticas Culturales, en la Universidad de Girona (España). Hasta el momento ha publicado cuatro libros, entre ellos, el más reciente es O copo e a água (Cuento infantil, 2ª ed., 2017) y A parteira (Poema narrativo, 2013), con prefacio de Isabel de Andrade Moliterno. En 2017 se postuló para el asiento 37, de la Academia Brasileña de Letras (ABL), que antes estaba ocupado por el poeta Ferreira Gullar.
Un honor poder contar, una vez más, con la colaboración de nuestro querido amigo Adenildo Lima, gran escritor brasileño que, gracias a su generosidad, llena de luz y de reflexión las páginas virtuales de nuestro blog. ¡Infinitas gracias, Adenildo!
ResponderEliminarMuito obrigado pelo carinho e atenção da equipe do Blog Correveidile.
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