viernes, 21 de mayo de 2021

"Lilith, Buenos Aires y la inquisición" (II)

 ¿Te perdiste la primera parte?

Brasil, el país donde vivo, es el quinto del mundo en el que más mueren mujeres de manera violenta. La violencia de la cultura patriarcal sigue presente en nuestro Gobierno, mientras cambiamos los pozos de fuego por perchas. Aquí en Brasil, el aborto está prohibido, con la única excepción de riesgo de muerte para la mujer o en casos de violación. Según el Ministerio de Salud, una mujer muere cada dos días debido a la práctica de abortos clandestinos, sin las condiciones mínimas de salubridad. De los más de 1 millón de abortos inducidos cada año, 250 mil llevan a mujeres a hospitales con complicaciones, generando una muerte cada dos días. 

En diciembre de 2020, las argentinas conquistaron el derecho al aborto voluntario hasta la décima cuarta semana de embarazo. Las entidades religiosas se han pronunciado contra la medida, llegando a llamarla “asesinato”. Grupos conservadores que se enorgullecen al definirse “a favor de la vida”, dicen que esta empieza en la concepción, conforme reza el cristianismo. Un argumento sin comprobación científica, procedente de la Edad de las tinieblas, en la que tanto el Gobierno como la Iglesia eran inseparables.

De acuerdo con la OMS, la vida consciente de un feto solo empieza en la decimosegunda semana, en que se forma su sistema nervioso. Lo sorprendente es que los mismos que se horrorizan con la idea de interrumpir un embarazo, no parecen importarse con los millares de embriones saludables que son desechados por clínicas de fertilización. Según su visión sobre el inicio de la vida, eso sería un asesinato en masa. Tampoco les impresionan las muertes de mujeres que pierden sus vidas de manera extremadamente dolorosa al someterse, en el auge de su desesperación, a abortos clandestinos.

O sea, el hecho de que el aborto esté prohibido en casos en los que no hubo violación o riesgo de muerte para la mujer, no tienen nada que ver con estar a favor de la vida, sino que se trata de una lógica punitiva hacia las mujeres, ya que tanto el gobierno como la sociedad niegan la propiedad de nuestros cuerpos, cuando nuestros comportamientos no reflejan el ideal angelical de Marías y Evas. Cuando somos dueñas de nosotras mismas y no seguimos un código de conducta puritano, o sea, cuando somos Liliths.

Si los que dicen estar a favor de la vida realmente lo estuvieran, celebrarían el hecho de que, en países donde el aborto fue legalizado, su incidencia ha disminuido 27% y defenderían este cambio. Los mismos que piden que nosotras “cerremos nuestras piernas” si no queremos tener hijos, parecen olvidarse de que el 20% de las mujeres tiene resistencia a los contraceptivos y que la responsabilidad por la contracepción no debe ser solo nuestra, por lo que no es justo imponérnosla.

En pleno siglo XXI da miedo que, en mi país, el gobierno, la iglesia y los hombres sean más dueños de nuestros cuerpos que nosotras mismas. Que saquen sus rosarios de nuestros ovarios. Desde mi punto de vista, sobre nuestros cuerpos debemos decidir nosotras y nadie más. A los cazadores de brujas posmodernos les sugiero que abran sus cabezas, estudien los hechos y practiquen un mínimo de empatía y respeto.

La noticia de la legalización del aborto en Argentina llegó como un soplo de aire fresco. Como aliento… para alguien que, así como una de cada tres mujeres, ya fue violentada por la última persona que imaginaba que me haría daño: una expareja. Para alguien que sabe, que incluso en los casos en los que el aborto es legal en mi país, las mujeres que tienen derecho son, a menudo, víctimas de acoso moral, escarnio y, a veces, incluso tienen que recurrir al sistema judicial para poder disfrutar de sus derechos. Como esperanza… de que otras mujeres no tengan que, como yo, ir solas a una clínica para eliminar el fruto de la violencia de sus abusadores, sin saber si saldrán con vida. Como luz… para esa una de cada cinco mujeres brasileñas, que ya tuvieron que pasar por eso.

Mientras escribo estas líneas, las voces de mis hermanas argentinas aglomeradas abrazándose, llorando y celebrando resuenan a libertad. Claman: "¡Abajo el patriarcado, que va a caer, que va a caer!". Ni presas ni muertas. Vivas nos queremos. Y no pensamos en nada más que no sea seguir luchando. Como ya lo ha demostrado la Historia, nuestras ideas son inmortales. A fin de cuentas, somos todas brujas.

Teresa Bernal

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