Juana, 9 años, 1933. Cielo azul, vestido azul. Hermoso. Hecho por su madre, fruncido en la cintura, mangas abullonadas, lazo en la espalda. Juana, a las orillas del arroyo cantarín y limpio, allí debajo de casa. Si hablara de felicidad, pues los niños no hablan, ya que la interpreta o no, diría que estaba feliz en aquel momento. Con un palo, excavaba la tierra húmeda de la orilla, buscando bichitos, que se movían como locos con ganas de vivir. El tiempo era solo suyo, el espacio, en aquel momento, también. Zumbidos de abejas, pájaros llamando a su pareja en la rama. Una buena canción.
Allí agachada, entregada a livianos pensamientos, como la pluma minúscula que un pajarito pierde y vuela
libre, siente una rareza que le sale del cuerpo. En la tierra, gotas de
sangre. Asombrada, ve una mancha escarlata en el azul del vestido. Corre hacia
su madre que trabajaba en la casa. Mujer de pocas palabras y ningún mimo para
los hijos. No había tiempo para esas cosas. Buscaba auxilio, puesto que todas las
madres, aunque tristes, están para eso.
Pronto la madre lo entiende.
Pero, esa era una época en la que no se decían determinadas cosas. La regla, le vino a la niña tan temprano, que hasta le asombró a la madre. Y se llena de fiereza
-otro nombre del miedo-, ya que descubre, en esa mañana de otoño, a la hija
que despertó niña y dejó de serlo apenas unas horas después.
Con rudeza, le quita el
vestido azul y lo esconde para después lavarlo. Pone el agua en la tinaja, hace
que Juana se lave. Rompe una sábana, la dobla en retales y se la da a la niña. Le dice que se
cuide, que esconda estas cosas feas de sus hermanos y de su padre. Ante eso, Juana
tuvo la certeza de que había hecho algo mal para dejar a su madre tan enojada. Aquello,
el error tal vez cometido, las explicaciones no dadas, le causó una
herida profunda en su alma. Nunca más usó nada azul.
Bernadete Almeida
Traducción:
Mei Santana
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