Ya tenía nueve años,
pero no había cogido un libro por gusto nunca. Era una niña acostumbrada a los
videojuegos y a las series del Disney
Channel, pero no a leer. No obstante, animada por su abuelo, la niña se
había acurrucado bajo una manta en el desván, sobre el cálido suelo de madera, y
había cogido un libro que él le había recomendado. Cuando miró la tapa del
grueso y pesado montón de hojas, como ella lo había bautizado cuando su abuelo
se lo mostró, le vino a la cabeza lo que le dijo al dárselo: «Es muy bueno
leer, porque, además de enseñarte a pensar y expresarte correctamente, te hace vivir
aventuras en primera persona»; aunque siempre le decía lo mismo para animarla a
la lectura y, al final, se había salido con la suya. Así que la niña,
desconfiada por naturaleza y con un elevado grado de testarudez, quiso
comprobar si era cierto lo que su abuelo le decía. Y por eso se encontraba
allí, bajo la manta, sola, en el desván.
Lo que sucedió a
partir de ese momento no tuvo parangón con nada que hubiese vivido antes. Abrió
la cubierta y empezó a leer. Sin darse cuenta estaba cada vez más metida en la
historia, tanto que lo que allí se narraba la absorbió.
No llevaba muchas
páginas cuando notó que se mareaba. «Debo haber leído mucho —se dijo—, y no
estoy acostumbrada a esto». Notaba que el suelo de madera se movía de un lado
para otro. Acto seguido empezó a oír pájaros y el mar. «Pero, ¿qué…?» Apartó la
manta con cuidado y no vio nada, pues algo delante le obstaculizaba la visión.
Quiso ver mejor y se dio cuenta de que era un barril. ¡Un barril! ¿Cómo…? En el
desván no había ningún barril.
—¡Tú! —le gritó un
feo y desaliñado hombre con barba larga y descuidada. ¡Era un pirata!
«Vale, estoy soñando»,
resolvió.
—¡Sal de ahí! —le
gritó.
La niña así lo hizo,
y un hombre alto y no muy atractivo se acercó a ella. Tenía las manos en la
espalda, pero cuando se aproximó más y las puso al descubierto, la niña observó
que… ¡Era el capitán Garfio!
«Decididamente estoy
soñando», se dijo un poco asustada, pues todo aquello era muy real, hasta la
brisa salada acariciaba su cara.
—¡Déjala, bacalao
apestoso! —gritó un niño que se acercó volando—. ¡Campanilla, échale tus polvos
mágicos!
Y una personita de
apenas unos pocos centímetros comenzó a volar dando vueltas sobre la cabeza de
la niña, lo que la hizo sentirse flotar. Y no es que se sintiera, es que
literalmente ¡estaba flotando!
—Vuela, Wendy —le
dijo Peter Pan.
—Yo no soy Wendy,
soy…
Y un viento
huracanado se puso a soplar de repente, arrastrándolos sin piedad, rápida y
lejanamente.
La pequeña estaba
asustada, aunque también excitada. Nunca había vivido algo así. Al fin y al
cabo su abuelo iba a tener razón, leer llevaba a vivir las aventuras en
persona.
El viento se fue
apaciguando al cabo de un rato, pero por lo visto se llevó los polvillos que
Campanilla había vertido sobre ella, pues fue descendiendo y descendiendo hasta
que llegó a un prado verde. Estaba bastante lejos de los piratas y ahora el
paisaje era totalmente distinto. No se veía nada más que espesa hierba, mirase por
donde mirase. La pequeña no se lo pensó dos veces y comenzó a andar hacia
delante. No tardó más de un minuto en llegar a un camino amarillo.
—Mira que tengo
imaginación, porque esto es mi imaginación —se decía convencida—, ¡Idear un
camino de baldosas amarillas! ¿Adónde me llevará?
Y la curiosidad le
hizo caminar hacia uno de los lados. No llevaba mucho, cuando empezó a ver un
bosque en el que poco después se adentró. Allí no había mucho sol.
«Vaya, —se dijo
disgustada—, ¡o me aso o me hielo! Aquí hace hasta frío».
Pero entró en calor
al instante, porque ante ella apareció un león rugiendo. Y, para su sorpresa,
aquel felino hablaba:
—¡Que me aspen!
—exclamó el animal—. ¡Has cambiado mucho, Dorothy!
—¡¿Dorothy?! Ahora
Dorothy. Bueno, ¡mientras no me llaméis Pulgarcita!
La niña estaba algo
asustada por el león, pero notaba cómo no tenía nada que temer. De repente,
pasó volando un abejorro con dos diminutas personas subidas en él, un chico y
una chica. Iban cantando. El chico nombraba a ¡Pulgarcita!
—¡Jooo! Me quiero ir a mi
casa —dijo la niña con un tono de voz plañidero.
—Me voy, me voy, me
voy… —decía una voz que se aproximaba por su derecha.
Un conejo blanco pasó
por delante de ella cruzando el camino de baldosas amarillas.
—¡Espera! —le gritó
la pequeña—. ¿Adónde vas con tanta prisa?
—No, no sé nada. ¿De
qué?
—La reina de
corazones va a celebrar un juicio. Y… ¡Ah! —gritó sorprendido.
—¡Ay! ¿Qué te pasa,
conejo con una trompeta y… gafas? —dijo la niña mientras lo analizaba minuciosamente.
—¡Que la acusada eres
tú!
—¡Que qué! ¿Por qué?
[Si quieres saber cómo acaba esta historia
David Sánchez Florio
Escritor español
@buracnam
Me gusta mucho esta historia!!
ResponderEliminarMe encanta el punto por donde habéis puesto el continuará...
Muchas gracias!!!!
Deseando la siguiente entrega!!!
¡Qué bien, David! Nos alegramos un montón. En breve, aparecerá la segunda parte... Un gran abrazo desde Brasil.
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