domingo, 17 de septiembre de 2023

Un apunte sobre el corto: “La suerte de la fea, a la bonita no le importa”

 


El Gacetero

         La perfección es algo que no existe, ni siquiera en la naturaleza. El ser humano está lejos de ser perfecto, por eso buscar el cuerpo impecable no tiene sentido. En el mundo cruel en el que vivimos, la dictadura del cuerpo magnífico obliga a todos, especialmente a las mujeres, a urdir sacrificios inimaginables. La estética del cuerpo, o de la belleza, se revela según el patrón que se determina en la sociedad. ¿Quién determina tal estándar? No lo sabemos.

         La belleza y la fealdad revelan el estado de ánimo de cada uno (o una), que siempre demuestra un inconformismo (del cuerpo) increíblemente sin sentido. Sería bueno que tuviéramos un hada madrina que pudiera transformar nuestros cuerpos según nuestro deseo (o nuestra belleza o fealdad). Sin embargo, no es posible tener un cuerpo perfecto sin tejer sacrificios. Esta es la realidad: para un cuerpo idealmente perfecto, los sacrificios que generan sufrimientos son necesarios, exponiéndose a un sadomasoquismo intempestivo. 

         La vida sería más fácil y alegre si aceptáramos nuestros cuerpos. ¿Por qué no podemos poseer y apreciar la diversidad de los cuerpos? El mundo es más encantador con cuerpos gordos, delgados, bajos, altos, con o sin culo, con o sin pechos, con o sin pelo, de colores oscuro, blanco, pardo o amarillo. Qué aburrido sería que todos los cuerpos fueran iguales, consolidándose la monotonía del patrón (social). ¿Por qué no podemos ser distintos? No obstante, debe prevalecer el respeto a la decisión de cada persona de tener el cuerpo que quiera, vestirse como desea, expresarse como le apetezca. Aunque eso sería un mundo perfecto, ¿verdad?, en el que el prejuicio es un pariente lejano. 



         Entonces, sigamos con nuestra neurosis de alcanzar la perfección de los cuerpos. No obstante, lo que realmente sucede es que esta búsqueda termina deformándolos, porque se pierde su equilibrio y harmonía natural, por causa de nuestra vanidad, orgullo y estupidez. Lo que tiene un valor real es la belleza interior, que va más allá del ser y disfraza (o enmascara) las imperfecciones de una mirada ajena. Esta belleza perpetra una vida más feliz, menos dolorosa y más diversa, sobresaliendo la individualidad de cada persona.

         Si el mundo no es perfecto, ¿por qué tenemos que lograr cuerpos magníficos? Si el carácter de los seres humanos denota perfectible, ¿por qué buscar la perfección en los cuerpos que un día dejarán de existir? La gran belleza es envejecer con sabiduría y disfrutar de la imperfección de cada ciclo de la vida. En caso contrario, la vida no valdrá la pena, porque reinarán el sufrimiento y la insatisfacción agobiantes. 


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