Con una campaña que prometía una ciudad accesible,
con transporte público efectivo y de calidad, segura para los visitantes y
obras que luego servirían para la comunidad en la que se encontraban, al
municipio del Río de Janeiro le tocó el derecho de organizar los Juegos
Olímpicos y Paralímpicos de 2016. ¿Pero salió todo realmente como habían dicho
los organizadores en la ocasión? Sobre este tema discutiremos en este breve texto.
Con relación a la probabilidad de crecimiento y
desarrollo de un sitio que sería sede de un evento de importancia mundial,
principalmente a través del cual el país recaudaría mucho dinero con turismo y
servicios relacionados, es prácticamente imposible estar en desacuerdo con los
puntos positivos, siempre y cuando estos se tengan en cuenta. Sin embargo, si
el análisis se hace de una manera más profunda, desafortunadamente las cosas no
son así.
Poco después del final de los Juegos Olímpicos y
Paralímpicos de 2016, los números que comprueban el fracaso, de lo que debería
haber sido el legado de este evento, son alarmantes. En 2017, el monto recaudado
con alquileres para diversos tipos de eventos no cubrió el 3% de lo que se
utiliza anualmente para mantener los espacios del llamado Parque Olímpico, es
decir, lo que debería ser beneficioso para la población local parece haberse
convertido en un pozo sin fondo de gasto de dinero público.
De hecho, la oportunidad de llevar alegría a través
del acceso al deporte a una población, tan afectada por la violencia como en Río
de Janeiro, sería una causa noble que justificaría todos los esfuerzos para
llevar a cabo tal evento. Sin embargo, nos parece que este no era el objetivo
principal de la candidatura de la ciudad, sino obtener privilegios para sus
creadores. Al final, la pregunta que queda es: Río de Janeiro, ¿una ciudad
verdaderamente olímpica?
Juliana de Almeida Sarti
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