El Arte, así como cualquier tipo de manifestación cultural de los diferentes
pueblos, países e incluso continentes, es una importante herramienta para
mostrarle al mundo su identidad (incluso como individuos propiamente dichos),
sus nociones de patriotismo y denuncias de situaciones de lo cotidiano, por
ejemplo.
Cuando
el asunto es el séptimo arte, es decir, el cine, además de ser un medio
bastante propicio a través del cual la exposición y afirmación cultural de una
determinada nación puede ser llevada a los cuatro rincones del mundo, puede
servir también como una manera de destacarse como potencias dominantes de este
grandioso arte.
Así
que valiéndose de los más variados tipos y versiones de películas –de guerra o
bélicas, de suspense, cortometrajes, etc., los pueblos hispanohablantes
fueron capaces de retratar, por ejemplo, historias de importantes deportistas
(“Gatica, el mono”, 1993, Leonardo Flavio, Argentina); problemas sociales, como
el desempleo (“Los lunes al sol”, 2002, Fernando León de Aranoa, España) o,
simplemente, crear películas basadas en obras literarias (“Como agua para chocolate”, 1992, Alfonso Arau, México).
Sin duda, para
que una película tenga éxito y alcance su objetivo, sea cual sea, existe siempre una gran estructura por detrás de la pantalla. La banda
sonora, la producción, el guion, los efectos especiales y muchos otros
componentes agrupados que, de manera genial, dan forma a películas y son capaces
de transportar al público hacia la aventura, romance o drama, entre otros, que allí se expone, de manera que cumpla su papel social: el de divertir e
instruir, al mismo tiempo, a una población sedienta de conocimiento y de
momentos que, de alguna manera, les hacen olvidar la triste realidad vivida.
Juliana de Almeida Sarti
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