Sin techo y sin abrigo,
soy invisible.
No soy más un niño, la edad me consume
soy imperceptible.
El cuerpo tiembla, me duelen los huesos,
el frío es cruel...
Me encojo como si fuera un feto en el vientre de su
mamá,
así me caliento envuelto a un cartel.
Llega la madrugada, tiemblo como un doliente.
No me queda nada más, sino tomar un aguardiente,
que me calienta el cuerpo y me hace dormir.
Sobrevivo a una noche más, me vuelvo más fuerte,
así es como me salvo de la muerte.
Duermo al relente,
sin esperanza,
sin aliento…
Triste, con hambre,
sediento.
Aún me resta la fe,
en Dios yo creo.
Por un instante me quedo dormido.
¡No es sueño!
¡Yo siento, lo veo!
La mano suave y apacible que me acaricia el rostro,
como la de un papá que vela a su hijo, mientras
duerme.
Me hace sentir su presencia y, sin decir palabra,
me libra de mi sentencia de muerte.
¡Ah, no siento frío, ni hambre, ni sed!
¡Abro los ojos, maravillado, deslumbrado!
Veo su faz borrosa que, poco a poco, desaparece,
el cuerpo se estremece.
Grito con la fuerza de mi alma…
¡Sí, estoy renovado!
Pues sé que esta noche
Jesús estuvo a mi lado.
***
Mei
Santana
Escritora
Brasileña
¡¡Maravillosos versos de la poeta que ilumina este blog, Mei!! Gracias una vez más por tus aportaciones inéditas. Un gran beso de todo el equipo del blog.
ResponderEliminarGracias Marta, por tus hermosas palabras. Estos versos fueron escritos en honor a nuestros hermanos que viven en la calle, y que a menudo se vuelven invisibles a nuestros ojos. Suelo decir que: "Hacer nuestro hermano invisible es renegar a sí mismo". Besos a todos!
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