Esta semana se
inicia en París el debate sobre el futuro climático del planeta. La
concienciación ambiental está de moda, no obstante, no es algo tan reciente
así. Os presento, para que reflexionéis, el que está considerado como el
primero texto ecológico de la Historia Moderna. ¡Buena
lectura!
Nota
El presidente de los Estados
Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu
Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que
hoy forman el Estado de Washington. A cambio, promete crear una
"reservación" para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde en
1855.
El Gran Jefe Blanco de Washington
ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe
Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho
apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra
amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre
blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran
Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la
misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas
inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender
el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura
del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga
comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es
sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de
las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los
insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre
el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco
olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros
muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre
piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores
perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, la gran águila, son
nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el
calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe
Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho
de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos
vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo
tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero
eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante
que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino
la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán
recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada
y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos habla de acontecimientos
y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis
antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos,
sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros
niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus
hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto,
ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no
comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo
significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y
extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su
enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de
sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus
hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los
derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su
hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas
como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás
solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras
costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no
comprendo.
No hay un lugar quieto en las
ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las
hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Más tal vez sea porque
soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los
oídos.
¿Qué resta de la vida si un
hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las
ranas alrededor de un lago? Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio
prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el
propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el
hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el
árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco
no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al
mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar
que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la
vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro,
también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes
deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre
blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar
sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una
condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a
sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no
comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en
la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al
pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante
de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos
solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los
animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran
soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a
los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños
que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la
tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro
pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es
nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la
tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra
no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo
que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une una
familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra
recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida;
él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí
mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo
Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del
destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una
cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día:
nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo
poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios
del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el
hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y
despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez
más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán
sofocados por sus propios desechos.
Cuando nos despojen de esta
tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que
los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre
la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para
nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los
caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso
sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas
obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque
espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con la gran
águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora
empieza la supervivencia.
Pepe
Cocodrilo
Muchas gracias Pepe Grilo por compartir esta carta en este momento en que todo el mundo habla con legua de serpiente.
ResponderEliminarPerdón, Pepe Cocodrilo. La emoción y el no revisar. Gracias a la apuntadora :)
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=HKqTCoVDb9I una sugeriencia para musiclicando :) Javier Krahe
ResponderEliminarUna carta cargada de tanta belleza como simplicidad... como la vida misma!!
ResponderEliminarEstimada Pizpireta
EliminarDespués de leer tan magnífica carta, queda la questión: ¿Quién es el salvaje, quién es el civilizado?
Gracias por tu participación.
Pepe Cocodrilo
Pepe...tú siempre emocionandonos con materiales interesantísimos.
ResponderEliminarEstimada Cris
EliminarMe quedo contento que la carta te tenga sensibilizado. ¿ Qué tal compartila para que más personas se unan a nosostros?