Una idea que debería unirnos en todo
momento es la de la alteridad. Se trata de la percepción de que el otro
es alguien que nos constituye. Significa considerar la presencia del
otro, comprender que el otro nos afecta y forma parte de nosotros, así que
no podríamos existir sin el otro. Pena que es una concepción que la gran
mayoría de la gente no comparte. Muchos de nosotros tenemos la mala
tendencia de ver las cosas con la mirada de la diferencia, que supone una
contemplación de superioridad en relación al otro.
Y la verdad es que la humanidad siempre se
ha considerado por encima de todo. Los seres humanos piensan que son las
criaturas más inteligentes y mucho más especiales que las otras. Como
si fueran constituidos por algo tan único que los hace extraordinarios,
estrellas caídas en la Tierra. Metafísicamente se consideran el centro del
universo – aunque hace no mucho tiempo también así lo entendían físicamente.
Pero lo que constituye a las personas tan
excepcionales, como así se consideran, es justo lo que las hace iguales a
todo. Todos los individuos que se encuentran en este mundo están
formados por átomos, partículas minúsculas que componen todo lo que
existe. Ninguna estructura de vida sería posible sin que estas diminutas
unidades de materia estuvieran presentes en nuestro planeta. Además, la
propia grandiosidad de la Tierra está formada por tales partecitas. Y esta
no es la percepción más interesante, sino la de que todos los átomos son
resultado del propio universo. Vinieron de estrellas que estallaron e
diseminaron todo su contenido por las galaxias, dispersando átomos por la
vastedad del cosmos y creando nuevos sistemas y planetas, posibilitando asimismo
la existencia de vida.
De esta suerte, la vida es algo inevitable.
Es una consecuencia ineludible del universo. Nuestra tan
estimada existencia no pasa del desenlace de un acontecimiento tan grande
y remoto, por lo que que nuestro pensamiento es incapaz de concebir toda
su grandiosidad delante de la pequeñez de la comprensión humana. Así que
no somos nada especiales. Somos apenas una diminuta parte del universo,
hechos de fragmentitos dispersados casi de manera casual. Somos estrellas
caídas en la Tierra, pero no de la manera importante como muchos quieren
creer.
Tampoco somos el centro del universo, menos
aún somos tan diferentes, porque si lo consideráramos,
enseguida necesitaríamos entender que no tenemos nada de único. Sin
embargo, si dejamos de lado la diferencia y aceptamos la alteridad,
abrazaremos el hecho de que el universo forma parte de nosotros y así
podemos percibir que, más que existir dentro del él, el propio universo
existe dentro de nosotros.
Sissi
Me sigue sorprendiendo lo bien que escribís, es un placer leer estos artículos.
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