En los campos manchegos había un caballo cuyo
nombre era Rocinante, un fiel compañero de su hidalgo Don Quijote, que muchas
veces se lanzaba a los campos en su lomo para lidiar molinos, acometer rebaños,
libertar a los hijos de mala madre y rescatar a doncellas del cautiverio.
Rocinante, contagiado por las locuras y aventuras de su amo, creía ser un
caballo noble que servía a su hidalgo en las batallas y hazañas. Para su amo
este nombre le sonaba alto, sonoro y significativo; además, Rocinante sería uno
de los caballos más famosos del mundo.
Rocinante vivía en un mundo que no era el
suyo. En realidad, era un rocín de campo, albino; el pobre estaba en los huesos y era
pura piel, además de ser pando, tenía un aspecto burlesco para ser el caballo de un caballero tan conocido e
importante. Rocinante, al igual que su amo, contaminado por sus demencias,
soñaba con ser un caballo lipizzano, noble, imponente, con una gran cola larga, pelo brillante,
valiente y audaz.
Un día, en su primera aventura, Rocinante conoció
a Rucio, el compañero de Sancho Panza, que a su vez era el fiel escudero de Don
Quijote. Y en esa aventura se hicieron muy amigos. Rucio era más realista, no
se alimentaba de sueños ni de imaginación, tenía los pies en el suelo, no confundía
los molinos de viento con gigantes, tampoco a los rebaños con ejércitos; no
obstante, era muy miedoso y tembloso.
A partir de ahí empezó a participar en todas
las aventuras y hazañas de su amigo Rocinante, pasaron a vagar juntos, así como
a compartir la fresca y olorosa yerba de aquellos campos manchegos. En estas
andanzas, Rocinante con cierto aire de superioridad le explicaba a Rucio que
los caballos de su casta briosa eran audaces y ligeros como el viento, por esa
razón le encantaban las hazañas, las batallas y las luchas.
Rucio se puso nervioso al escuchar tanta
insanidad, pero sabía que Rocinante padecía un encantamiento y que había sido infectado por la demencia de su amo Don Quijote, ya que quería ser lo que
verdaderamente no era. De modo que se mostró muy preocupado por su amigo, así que
trata de encontrar una manera de ayudarle buscando la cura para el
encantamiento.
Cierta vez, en una de sus aventuras, estando de
paso por un caserío, Rucio escuchó hablar de que había un mago en los alrededores
de la Mancha que liberaba a la gente de supuestos encantamientos. Decidió,
entonces, irse al encuentro de dicho mago, con la esperanza de romper el encantamiento
que poseía la mente de su mejor amigo. Aunque temblando de miedo, siguió adelante
con su plan.
Los dos amigos se pusieron en camino, dejando
los campos manchegos, adentrándose en un bosque sombrío y helado para hablar con el hechicero que vivía en una
cueva. Rocinante sin saber nada, se quedó fuera y se puso en guardia, por ser
el más valiente, mientras que Rucio entraba en aquel lugar oscuro y con eco. Ya en el interior de la
cueva, Rucio gritó:
-¡Por favor, desencanta a mi amigo, para que pueda volver a su realidad!
De repente Rucio escuchó una voz dulce y
suave que le contestó:
-Rucio, todo lo que puedo hacer, lo haré con
mucho gusto; he aquí el agua del desencantamiento. Debes alimentarlo con ella y
luego todo encantamiento desaparecerá.
Se oyó un ruido y ante una densa niebla, como
si fuera una cortina de humo, surgió el mago con una botella llena de agua donde
relucía el sol de toda la naturaleza. Rocinante al presenciar el alumbramiento
de todo el sitio, con su voz poderosa, le preguntó a Rucio:
-¿Qué es esto?
- ¡No es nada, no te preocupes amigo! Lo que
tengo aquí es agua fresca para matar nuestra sed tras este largo viaje -le respondió
Rucio con cierta inseguridad.
Los dos amigos caminaron y caminaron sin
parar, hasta que se cansaron y sintieron más sed. Se detuvieron para descansar,
comieron las mejores hierbas que encontraron y bebieron agua fresca de los
arroyos.
Siguieron con el viaje, pero tras una larga
caminata se cansaron; la sed era descomunal, en este momento, Rucio cogió el
baciyelmo, lo llenó del agua mágica, y se lo dio a Rocinante; del agua emanaba el
mismísimo sol, haciendo que Rocinante se sentiera impotente, sin reacción, todo
lo que debería hacer era beberla puesto que iba a deshacer las hechicerías y
sus encantamientos.
Su amigo estaba muerto de sed, bebió el agua
y como por arte de magia se deshizo el encantamiento. Rocinante se despertó con
los ojos desorbitados, dio un relincho largo y sonoro y se cayó en el suelo
desfallecido; poco tiempo después, empezó a recobrar la memoria. Rucio, al ver
esta escena, no se aguantó de tanta alegría y le dijo a Rocinante:
-¡Estás sano amigo mío, el agua te ha
desencantado, ahora ya puedes ser el verdadero rocín!
Rocinante se levantó muy vivamente y le dio
las gracias por haberle ayudado a librarse del tal encantamiento. Se abrazaron
durante un largo tiempo. Después de abrazarse, los dos volvieron a casa para
hacer frente a la dura realidad de la vida.
Otro precioso regalo que Mei ha enviado para este Blog. ¡¡Gracias!! Seguro que lo disfrutaremos mucho...
ResponderEliminarGracias a ti por darme la oportunidad de presentar un poquito de mi trabajo como escritora. Besos!
EliminarHermoso, hermoso, hermoso, querida Mei!
ResponderEliminarMaravilloso post, Mei gracias por compartilo con nosotros!!
ResponderEliminarGracias chicos!!
ResponderEliminarEs muy bonito
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