Torre del Oro - Sevilla |
Durante
mi vuelo, todo transcurrió relativamente bien. A pesar de no haber un menú solo
con comida sin gluten, para que pudiera seguir el régimen alimentario que estaba
haciendo en la época, acabé comiendo la cena ofrecida. Al mi lado se sentaron dos señores mayores que, gracias a un golpe de suerte, eran muy cordiales. Tras ver
la más reciente película de King Kong, apagué mi pantalla para dormir. Por la noche
me desperté algunas veces con dolor en las piernas debido al poco espacio existente
entre las filas de sillas (por supuesto no es fácil sentirse bien en un vuelo
de clase económica cuando se mide 1,80 m).
Por
otro lado, salir del aeropuerto de Madrid no fue una tarea sencilla. En primer
lugar, como necesitaba ir al baño, me alejé del flujo de pasajeros durante 10
minutos, lo que fue suficiente para que la cola de inmigración para los viajeros
no Comunitarios (a saber, de los países que no forman parte de la Unión Europea) se triplicara
de tamaño. Por consiguiente, tardé 1h30 en llegar al área de recogida de equipajes.
En segundo lugar, en aquel momento ya no había señalización sobre la cinta
donde estaba mi maleta, así que tuve que buscar información en el servicio de atención
al cliente para lograr hallarla.
Al
salir del terminal, tuve que comer en un restaurante para poder cambiar el billete de
100 euros que tenía, de forma que fuera posible pagar el autobús con dinero
cambiado (solo se aceptaban billetes con un valor máximo de 20 euros). En ese momento
tuve mi primer incidente en suelo español: el autobús se averió en el medio del
camino, entonces tuvimos que esperar por lo menos 15 minutos por el otro.
Considerando el tiempo perdido desde la identificación de la avería por el
conductor, hasta la llegada a la estación de Atocha Renfe, me retrasé unos 20 minutos del horario previsto. A causa de eso, perdí el tren para
Sevilla, que había salido 5 minutos antes de la estación. Lo peor fue descubrir
que mi billete no era reembolsable y que, por lo tanto, tendría que comprar otro, de última
hora y más caro, para conseguir seguir el viaje hacia mi destino final. Tampoco
tenía acceso a Internet para avisar sobre mi retraso a la dueña del piso en el que me
quedaría. Esta situación inesperada me dejó tan nerviosa que casi lloré. Pero,
por fin, llegué a Sevilla.
Ración de alcachofas, langostinos y jamón |
El trayecto desde la estación de Santa Justa hasta mi piso me adelantó cómo serían mis traslados en los meses siguientes: ¡Un sufrimiento! Además de estar cargada como una burra, hacía un calor infernal en la ciudad. Sin embargo, mi anfitriona era muy simpática y me recibió estupendamente bien, de tal forma que todo el peso que cargaba (en el doble sentido) salió de mi espalda. Aquel día terminé la noche cenando una ración de alcachofas, langostinos y jamón en un bar de tapas.
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Érika W. O. Fernandes
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