¿Recuerdas el inicio de este cuento?
¡Ahhh...! ¿Que te lo perdiste?
¡No pasa nada! Pincha aquí y podrás leerlo.
—Las flores del
jardín se quejaron de ti, me rompiste la casa a mí, vas haciéndote gigante y
diminuta cuando te place, comiendo esos dos trozos de seta que te dio la oruga…
Hija, hazme caso, no comas nada que te dé un extraño.
—Dios
mío. Estáis todos muy locos aquí, ¿eh?
—Vente
a Oz, Dorothy —le dijo el león muy preocupado.
—¡Al
fin te encuentro, Wendy! —exclamó Peter Pan, que llegó volando con Campanilla.
En
un ataque de los que solía tener cuando estaba harta de algo, como la pataleta
de un niño, época de su vida de la que por edad y por mentalidad no estaba
totalmente desligada, exclamó dando una patada en el suelo:
—¡Ay,
jo!
De
repente, de la falda de una montaña no muy lejana, al otro lado del
bosquecillo, se oyó un coro de voces masculinas cantando una canción que decía…
—Ay
hoooooo. Ay ho, ay ho, a casa a descansar. Y unos silbidos continuaban con la
melodía.
—¡Los
enanos! Toma, lo que faltaba —dijo en una de sus expresiones cotidianas mientas
aguzaba el oído.
La
niña no supo qué hacer ni qué decir ya, todo eso se estaba pasando de castaño
oscuro, así que pensó unos momentos, pues gracias a tantas aventuras superadas
en sus videojuegos la mente la tenía despierta a la hora de buscar soluciones.
De pronto, reparó en que si ese mundo era tan mágico, se haría lo que ella
decidiese, así que…
—Deseo…
Todos
hicieron un respingo con un suspiro súbitamente, asombrados y temerosos.
—Deseo
conocer a Cenicienta.
Al
instante, como si fuera un hechizo de los del genio de Aladino, el escenario
empezó a cambiar y la pequeña se encontró en el jardín de una casa particular.
Era de noche, pero alguien estaba cantando no muy lejos. Ella se acercó pisando
toda la hierba seca que había en aquel sitio, pues no estaba muy cuidado. De
pronto, asomada tras un árbol, pudo observar algo maravilloso: una chica
guapísima estaba siendo envuelta por destellos de luz. Era Cenicienta
obteniendo el traje que su hada madrina le estaba haciendo en ese preciso instante.
—¡Oh!
—exclamó de emoción la niña—. ¡Es precioso! —Pero acto seguido reparó en algo
que le saltó a la vista de repente—. Se parece a Hannah Montana— dijo con
voz de asombro, frunciendo el ceño y pensando si sería posible que hubiese
alguna similitud entre ambas.
Y
aquellas palabras, aunque susurradas, no pasaron inadvertidas a los oídos del
hada madrina que, en un instante, se duplicó y apareció tras la pequeña.
—¡Aham!
—dijo para llamar la atención de la nueva visitante.
Esta
se asombró. ¡Había otra igual junto a Cenicienta!
—Sí,
soy así —dijo el hada madrina y rió su propio chiste—. ¿Deseas ir a tu casa
ya?
—¿Y
cómo sabes que no estoy en mi ca...? Bueno, déjalo, eres el hada madrina, esto
es un mundo mágico y todos sois muy listitos —soltó con indiferencia—. Sí, Madri —y cambió el tono de su voz y la expresión de su cara, como si hubiese
descubierto algo divertido—. ¿Te puedo llamar Madri? Mola, ¿no crees?
El
hada madrina se rió.
—Me
gustan las chanzas, pequeña. Llámame Madri si lo deseas. Pero ¿qué me
contestas? ¿Quieres ir ya a tu casa?
La
niña pensó por un instante en la infinidad de aventuras que le aguardaban en ese
mundo, pero que también, por otra parte, ya era el momento de volver.
—Me
parece que sí —contestó.
—Sea
pues.
Y
el hada madrina comenzó a recitar unas palabras muy raras:
¡Bibidi babidi bu,
tadel ayá nujasa!
¡Bibidi babidi bu,
¡Maribel va ya a su
casa!
—¿Cómo
sabes que me llamo…?
Y
la niña se despertó con una de esas sacudidas que da uno cuando, en sueños, cree que se va a caer. Por un momento no sabía dónde estaba, pero notó la manta
sobre ella y el suelo de madera del desván. Observó que el libro le había hecho
de almohada y lo entendió todo. Se sentía realmente viva, alegre, ¡encantada!
Era como haber vivido un cuento, o bueno,... varios en realidad. «Lo mejor —se
dijo— es que puedo volver a ese mundo mágico siempre que quiera. La lectura es
realmente maravillosa. ¡Tengo que decírselo a mi abuelito!»
Y
un libro, en ese momento, se volcó en la estantería. Era Heidi. Maribel se
quitó la manta de la cabeza, lo observó y se rió de la ocurrencia de la magia, pues
al nombrar a su abuelito, Heidi, el libro, se hizo notar. Sonrió y, dando un
salto, se puso en pie apartándose la manta de un tirón enérgico y lleno de
entusiasmo. Cogió el libro y sonrió de nuevo. Había descubierto una puerta a
miles de mundos fantásticos.
David Sánchez Florio
Escritor español
@buracnam
Gracias, David, por compartir con nosotros este cuento.
ResponderEliminarDesdeluego
EliminarQué alegre y divertido
ResponderEliminarGracias, David. Es un honor tenerte como amigo del Correveidile, con textos tan animados, divertidos e instructivos como este. Un abrazo,
ResponderEliminar