Enigmas de la Primavera de João Almino
(Editorial Record,
2015)[1]
Capítulo que promete escenas
tórridas, que no hay razón para saltarse, incluso
porque una promesa no es un hecho ni una deuda
— Date la vuelta del otro lado — Suzana le dijo de nuevo, poco
después de entrar en la habitación.
Esta vez Majnun no tuvo duda: era a propósito. Suzana entró en el
baño, mal envuelta en una sábana, quizá desnuda por debajo de aquella sábana. Él
se acordó de las obras del Museo del Prado y la Suzana real fue asumiendo las
formas de la Susana de las pinturas. Pronto se volvió una joven mal envuelta en
una sábana que contemplaba una calavera, como en la postal que Laila le había
enviado. Una corazonada. Prenuncio de peligro.
Se quitó el calzoncillo. Cuando ella salió del baño, se fue a su
encuentro.
— No — gritó ella.
Majnun la arrojó con violencia sobre la cama, ambos desnudos, digladiando.
— Soy virgen — dijo.
Protestas
fingidas, pensó él. La giró de espaldas, tirándola hasta el borde de la cama.
Saltemos
los detalles.
— Cabrón
— repitió ella. — Bruto. Fue una violación — dijo ella, llorando. — Me has
violado, hijo de puta.
— No. Solo
lo intenté.
— No
hables conmigo nunca más — dijo, llorando. Y entonces le saltaron lágrimas y
más lágrimas, unas de odio, otras de humillación, otras de rabia de sí misma
por haber permitido que aquello sucediera, aunque no hubiera sucedido.
Mientras
ella fue al baño, desnuda, para lavarse la espalda, él escribió en un pedacito
de papel: "La alegría y la tristeza duermen en la misma cama". Echó
el papel dentro de la mochila.
— Vete de aquí — dijo ella, volviendo del baño,
envuelta en una toalla.
— ¿A
dónde?
— Al
infierno. Aquí sí que no te quedas.
— ¿No
eras tú la que quería cambiarse de hotel?
Ella
alcanzó una chancla y se la arrojó con toda su fuerza sobre el rostro, lo que a
él le pareció una muestra de cariño, como cuando ella lo había llamado bobo.
Ella puso
la toalla de lado y se cubrió con la sábana.
— Hablo
en serio. Desaparece de mi vida—dijo, con gritos llorosos.
—
Disculpa, es que tú eres...
Pensó en
varias jergas que denotaban excitación, pero optó por palabras sensatas, “eres
guapa”, agregó, con la voz sofocada por el arrepentimiento.
— Para. ¡Basta,
canalla!
Era el mismo término que el marido de Laila le había aplicado a él.
— Si tú supieras…
— Lo sé. Y no me interesa. ¡Desaparece de mi vida, gallina!
Ella tenía razón. Él era un cero a la izquierda, un mierda, un
canalla.
— Voy a desaparecer. Nunca más volverás a verme – dijo.
— Genial. Ya estás tardando
La pared tembló. Debía de ser de nuevo la pareja vecina, dos
hombres musculosos presionando la cama sobre la pared, como si fuera una máquina
pilotera. Esta vez, Majnun no consiguió esbozar su risa, ni Suzana dio a
entender que estaba oyendo.
Él caminó por las aceras estrechas, saltando meos y cacas de
perro. ¿Por qué sentirse aniquilado, cuando debería estar orgulloso de la
osadía?
Suzana iba, con certeza, a comentarlo con Carmen. Después, Carmen
le diría: "Majnun, tenía un
mejor concepto de ti. Ahora sé quién eres: un canalla". ¡Qué vergüenza! Él era de verdad un idiota. ¿Por qué no conseguía
entender a las mujeres? Suzana iba a quejarse a sus padres, la noticia se
esparciría por Brasília, llegaría a su abuelo Darío, a su abuela Elvira,
incluso hasta su querida abuela Mona... De boca en boca se amplificaría, él estaría
expuesto como un violador, un agresor sexual... ¿Y Laila? ¿Le perdonaría?
El deseo era real, había que reconocerlo. ¡No amaba a Suzana, de eso
estaba seguro, pero lo calentaba! Solo no lo había demostrado antes, dada su
timidez. Desde el momento en el que la había visto deshacer la maleta el día de
su llegada a Madrid, se despertaba de madrugada pensando en ella. O más
exactamente en su cuerpo, mejor dicho, en los detalles de su cuerpo. Y
entonces, comenzaba mentalmente a acariciarla en aquellas partes. Y no solamente
a acariciarla. Creía ingenuamente que aquellos ejercicios mentales serían
suficientes para calmar sus sentidos.
Lo que había hecho era grave, lo reconoció. Él no era aquella
persona que se había abalanzado sobre Suzana o, al contrario, tal vez aquel era
su verdadero yo, lascivo y confuso. Vio un bar de tapas con la fachada de una
antigua farmacia: baldosa de filete azul y fondo amarillo a ambos lados de la
puerta, en los que estaban dibujados un hombre encorbatado de un lado y una
mujer con un vestido largo verde del otro, ambos haciendo publicidad de
medicamentos. Entró sin saber lo que quería. Profirió frases sin sentido, en
portugués, y logró entre ellas balbucear, con labios temblorosos, la palabra "vino", que le fue traído una y otra vez. Bebió hasta completar la dosis
cierta y necesaria de insensibilidad, anestesia del alma de quien necesitaba
seguir caminando por las calles sin saber adónde iba.
Jadeante, respiraba con dificultad, y su corazón palpitaba. ¿Debía
volver al hotel? ¿Disculparse de rodillas con Suzana? ¿Besar sus pies? Presintió,
en una fracción de segundo, que Carmen lo protegería. No, él no tenía futuro. Todo
estaba perdido. Sería mejor que la policía lo encontrara, que fuera juzgado y
arrojado a la cárcel, donde su vida cobraría sentido. Apagó el móvil para no
ser molestado.
Mareado, sintió un escalofrío en el calor, tal vez unas décimas de
fiebre. ¿Hacia dónde caminaba? Ya había pasado por aquella calle viniendo en dirección
contraria. ¿Estaría dando vueltas alrededor de la misma manzana? En una plaza
triangular, con mesas en la acera, gente alegre alrededor de cañas y copas de
vino gesticulaba sin cesar. ¿Estaría perdido? No. Bastaba con seguir el flujo,
caminar por donde los otros caminaban.
¿Habría peligro por coger las calles desiertas y oscuras que más le
atraían? Pronto encontró otro flujo de gente y de coches. ¿Qué hora sería? Reconoció
la Gran Vía, que bajó siguiendo a un grupo de jóvenes, tal vez todos
musulmanes, puesto que la mujer del centro estaba cubierta por un burka. Llegó
a la Plaza de Cibeles, desde donde vio la Puerta de Alcalá. Pasados unos minutos,
entró en el Parque del Retiro, acordándose de que allí se realizaba la fiesta
del perdón. Era eso lo que necesitaba, el perdón. ¿Encontraría a Suzana?
Pasó por el lago, cogió a la izquierda y llegó a una alameda de confesionarios
blancos, formas puntiagudas señalando hacia lo alto, cual cola de avión. Por lo
que estimó, habría dos centenas de confesionarios. Pero ya era tarde, no había
curas, la Fiesta del Perdón ya había terminado, hoy él no sería perdonado.
Cogió un camino a la derecha, que un poco más adelante hacía una
curva también a la derecha. Apresuró el paso por el camino desierto, una vez más
giró a la derecha y volvió por otra alameda ancha y mal iluminada.
Vio una placa que indicaba Palacio de Cristal. En el camino una
chica de blusa de manga larga, sentada en un banco, le sonrió. ¿Estaría
atrayendo las atenciones?
El Palacio de Cristal estaba cerrado. Miró su interior a través de
las puertas de cristal. La exposición, titulada “Continuará”, era de una artista nacida en Sarajevo, Maja Bajevic. ¿Tendría relación
con las protestas del 15-M? Había una referencia a Walter Benjamin, a una de
sus Tesis sobre Filosofía de la Historia, específicamente la Tesis 5. Se sentó
en un peldaño de la escalera. Una breve investigación en Google le remitió a
una frase: “La verdadera
imagen del pasado se nos escapa, pues el pasado es una imagen que resplandece
en un instante y luego desaparece”.
Se levantó y apoyó el rostro en una de las puertas de cristal del
Palacio. Vio lo que parecían andamios, parte de la exposición y, por encima de
ellos, palabras escritas sobre una placa de vidrio completamente polvorienta. Se
trataba de una instalación, “Performance / categoría-mala suerte”. Eran
palabras efímeras, enseguida borradas para que otras pudieran ser escritas. Majnun
pudo ver una cita de Antonio Machado: “Incierto es, en realidad, el futuro. ¿Quién
sabe lo que va a pasar? Pero incierto es también el pretérito. ¿Quién sabe lo
qué pasó?”
Volvió por el mismo camino. ¿La chica aún estaría allá? ¿Seguiría
sentada en el banco? ¿Le sonreiría nuevamente?
Ahora, en compañía de dos chicas más, también con blusas de manga
larga, ella hablaba con un joven que llevaba un uniforme azul de gimnasia. Majnun
pasó muy despacio por su lado y la miró, pero ella lo ignoró. Estaba
concentrada en la conversación que era en inglés:
— So, have you read the Mormon’s book?
Yes, I have, but…
La luna inquisidora y la novela trágica
Al llegar de nuevo al lago, vio al otro lado personas sentadas en
los peldaños del Monumento a Alfonso XII. Siguió hacia allí. Sintiendo un
viento caliente en el rostro, se emocionó con la luna temblando en el agua. Los
árboles, al fondo, se dibujaban sobre el cielo gris pálido, sin nubes y
tenuemente claro.
Un grupo de chicos – que había visto antes, con un chico menos y
sin la mujer del burka – hablaba en árabe. Se acercó y los saludó, también en árabe.
Los jóvenes fueron simpáticos y amables, y su simpatía y amabilidad se redobló
cuando se enteraron de que venía desde Brasil. Quisieron encaminar la charla hacia
el fútbol, pero a Majnun no le gustaba el fútbol y aún no seguía las polémicas
sobre la construcción de estadios como haría en 2013.
Uno de los jóvenes tenía un primo en São Paulo y hacía algunos años
había pensado en vivir en Brasil. Intercambiaron impresiones sobre São Paulo,
ciudad que se estaba volviendo más violenta que Rio. El chico sonreía,
observando a los demás, y principalmente a Majnun, y estiraba, con gesto sutil
e irónico, las comisuras de los labios bordeados por un fino bigote.
Majnun quiso librarse de aquella sonrisa provocadora con una
pregunta impúdica:
— ¿Sois todos musulmanes?
Sí, todos lo eran. Pero venían de distintos lugares. Él venía de
Libia; otro de Marruecos, de una ciudad del norte, cercana a Ceuta; el barbudo,
que llevaba un gorro en la cabeza, de los Estados Unidos, y el rubio de pelo
rizado, del Líbano.
— ¿Del Líbano?
Majnun, entonces, les contó sus vínculos con el Líbano y Egipto, por
parte de sus abuelos paternos.
— En el caso de este tipo, es el padre que viene de Oriente Medio —
dijo el libio, apuntando al estadounidense;
— Su padre nació en Yemen — dijo el marroquí. El estadounidense se
mantuvo callado y serio.
Majnun habló sobre su abuela, Mona, y las conversaciones que había
tenido con ella sobre el Islam, incluso sobre su posible conversión.
Por fin, expuso un tema que le interesaba, sobre todo, aquella
noche. Si dos jóvenes no casados tuviesen una relación sexual, ¿Alá les perdonaría?
— Alá no es vengativo. Es tolerante, sapientísimo, como dice El Corán – dijo el chico sonriente de
bigote fino, el libio, cuyos labios, hundidos en las comisuras, seguían siendo irónicos.
— Bueno, no te engañes. Por la Sharia, es tan fácil casarse como
divorciarse. Pero relaciones sexuales fuera del matrimonio, ni pensar. Los dos
debían morir – dijo en árabe, con un perceptible acento, el barbudo del gorro,
el estadounidense, un chico alto, de rostro quemado y viril, marcado por pliegues
laterales.
Tenía ojos expresivos, llenos de orgullo y le parecieron, a Majnun,
de integridad.
— No exageres, ¿dónde sucede eso? — preguntó el libio, el que tenía
un primo en São Paulo.
— Tiene que suceder en todas partes, si son musulmanes.
— Son sus ideas radicales.
— Está en El Corán.
— No de esa manera. Y después, son necesarias pruebas: cuatro
testigos tienen que haberlo visto, pero haberlo visto todo todo, hasta la pluma
dentro del tintero, como dicen los ulemas, lo que hace la regla impracticable.
— En el caso de mujeres adúlteras, no hay duda, deben ser
apedreadas hasta la muerte — argumentó el barbudo del gorro, el estadounidense
de rostro quemado.
— El Corán no menciona
apedreamiento y sí cien vergajazos — aclaró el libio —, pero incluso eso no
tiene sentido hoy en día. Para los que cometen adulterio, tanto hombres como
mujeres, dice que hay que dejarlos tranquilos si se arrepienten y se corrigen.
— Esos excesos existen en unos pocos lugares, como en Irán: Pena
de muerte por apedreamiento para las adúlteras y noventa y nueve latigazos para
quien mantenga relaciones sexuales fuera del matrimonio — explicó el libanés
rubio de pelo rizado.
Majnun imaginó que, además de sus aproximaciones a Suzana, si
fuera musulmán, aquella noche, habría cometido otra violación.
— ¿Está prohibido tomar vino? — preguntó
— No, no está. Si lees el libro con atención, concluye que el vino
puede ser fabricado y que produce tanto daños como beneficios. La prohibición
es solo para el exceso, que conduce a la intoxicación – respondió el libio.
— En realidad, un verso de Medina dice que las bebidas
embriagantes son maniobras abominables de Satanás — defendió el estadounidense.
— No confundas al chico. Mira, no es porque te gusta el vino que
no puedes convertirte — dijo el libio.
— ¿Y hay alguna regla sobre cómo vestirse? — quiso saber Majnun, acordándose
de que su abuela Mona le había explicado que ella ni tan siquiera necesitaba usar
el velo.
— Míranos — dijo el libio. — Este tipo lleva gorro porque
quiere. Para las mujeres, sí...
— Pero la fe tiene sus reglas sobre el vestuario, ¿o no las tiene?
Puesto que el comportamiento exterior revela la rectitud del espíritu. La
felicidad está en imitar a Mahoma. Por eso la obligación de ponerse un turbante
cuando se está de pie — informó el estadounidense. — Para las mujeres, la
obligación está muy clara: deben preservar sus pudores; deben cubrir el cuello
con sus velos y no deben mostrar sus atractivos a no ser a sus maridos, padres,
suegros, hijos, hermanos...
— ¿Grabaste eso para controlar a tu novia? — interrumpió el libio.
— El pudor también es una virtud masculina.
— ¡Mira quién habla! ¿Dónde está tu turbante, tío?— Contestó el
libio.
— Confieso que debería llevarlo puesto, aunque esté sentado. Mi gorro
sustituye, por ahora, al turbante. Y también es importante que comiences con el
pie derecho cuando te calzas los zapatos.
— ¿Por qué? — preguntó Majnun.
— Es lo que se debe hacer para que las puertas de la felicidad no
se te cierren — esclareció el barbudo alto, el estadounidense de gorro.
— Del mismo modo que debes comer con la mano derecha y que, al
cortarte las uñas, debes comenzar por el dedo índice de la mano derecha y
terminar por el pulgar de la mano derecha; y que debes comenzar por el dedo meñique
del pie derecho y terminar por el dedo meñique del pie izquierdo.
Autor: João Almino
Traducción: Mei Santana
[1] La novela Enigmas de la Primavera, de João Almino, fue
finalista del Premio Rio de Literatura, una de las 10 finalistas del Premio São
Paulo de Literatura, en la categoría de Mejor novela, y semifinalista del Premio
Océanos. Su traducción al inglés, Enigmas
of Spring, fue publicada por la Dalkey Archive Press, en 2016. Hoy se
publica en este blog un fragmento traducido al español, con autorización del
propio João Almino al que le agradecemos este gesto tan generoso.
Biografía sucinta
João Almino nació en Mossoró, Rio Grande
do Norte (Brasil), en 1950. Almino es escritor, autor de
seis novelas, y diplomático. Entre sus novelas, destacan las que conforman el llamado
“Quinteto de Brasilia”, si bien pueden leerse de manera independiente. La obra Ideas sobre dónde pasar el fin del mundo, estuvo nominada al Premio Jabuti y fue ganadora de Premio del Instituto
Nacional del Libro y del Premio Candango de Literatura. Cidade livre (Ciudad libre), 2010, ha tenido una gran acogida por el público en general y Las cinco estaciones del amor, como se comprueba por el título, está traducida al español y fue lanzada en México (2003) y en Buenos Aires (2008).
Asimismo posee publicaciones de Historia y Filosofía política, que constituyen un referente para los especialistas en Autoritarismo y Democracia. El autor realizó el doctorado en París, bajo la dirección del filósofo Claude Lefort. También impartió clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), UnB, Instituto Rio Branco y en las Universidades de Berkeley, Stanford y Chicago. Parte de su obra está traducida al inglés, francés, español e italiano, entre otras lenguas. El 8 de marzo de 2017, fue elegido para la ABL (Academia Brasileña de Letras) para ocupar la silla 22, en lugar de Ivo Pitanguy.
Asimismo posee publicaciones de Historia y Filosofía política, que constituyen un referente para los especialistas en Autoritarismo y Democracia. El autor realizó el doctorado en París, bajo la dirección del filósofo Claude Lefort. También impartió clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), UnB, Instituto Rio Branco y en las Universidades de Berkeley, Stanford y Chicago. Parte de su obra está traducida al inglés, francés, español e italiano, entre otras lenguas. El 8 de marzo de 2017, fue elegido para la ABL (Academia Brasileña de Letras) para ocupar la silla 22, en lugar de Ivo Pitanguy.
Créditos de fotografía: Pio Figueroa
Estoy feliz por haber tenido la oportunidad de traducir la obra (fragmento) de un escritor tan ilustre como es el señor João Almino.¡Muchas gracias!
ResponderEliminarSolo tenemos palabras de agradecimiento para João Almino que se ha sumado a nuestras celebraciones de los 2 años del Blog Correveidile. ¡Gracias de todo corazón por compartir parte de su obra! No se lo pierdan, merece la pena...
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