Esta no sería una Navidad como todas las demás, y no
lo fue. Este año quise hacer algo distinto, estaba sola, desilusionada, sin esperanzas.
Entonces fue cuando decidí irme a las montañas nevadas de Suiza. Quería
quedarme sola con mis pensamientos, calentarme cerca de la chimenea, tomando un
buen vino y comiendo mis chocolates favoritos. Hice mis maletas con pocas
piezas, porque cuando llegase allá iba a hacer unas compras.
Así que llamé a mi piloto para que preparase el plan
de vuelo, envié un mensaje a mi azafata y, así fue, partimos rumbo a los Alpes.
Llegamos por la noche al aeropuerto y de allí partí en
helicóptero hacía mi cabaña, entre los picos nevados. Fuera hacía mucho frío, era
una noche muy oscura y profunda. Dos horas después bajamos en la montaña. María
ya estaba en la cima esperándome, con su mirar profundo y triste.
La casa estaba muy caliente y acogedora. María trató de arreglar cada detalle. Cerca de la chimenea había un enorme árbol de Navidad. Mi baño ya estaba listo, la casa estaba toda iluminada por velas, un olor maravilloso de pinos de la montaña. De repente, me olvide de toda la tristeza que sentía y aquel vacío fue llenado con el calor que la casa emanaba.
Después de tomar mi baño, cogí la moto de nieve y
fui a cenar a un restaurante que está ubicado en el bosque. Se trata de un
restaurante muy exclusivo. Llegué allí y enseguida Mario, el camarero de hacía
tiempo, trató de recibirme y darme su mejor mesa.
Me quedé allí un par de horas, mis pensamientos
estaban lejos, estar allí era delicioso, y allí había vivido momentos
maravillosos antes de que mi marido abandonase por su secretaria. Claro que
estaba triste, pero de cierta manera, en el fondo de mi corazón, me sentí
aliviada.
La verdad era que mi gran amor también tenía una
casa allí en los Alpes y, generalmente, en esa época se quedaba allí para la
temporada de esquí.
¿Por qué lo traicioné con mi ex?
¡Ah, si pudiera volver al pasado y hacer todo de
forma diferente! Pero ahora ya era tarde. Él estaba con su corazón enlazado con
otra. Se casó con una tipa sin brillo, sin ternura, pero linda a rabiar. Era
una sueca, alta, delgada. No tuvieron hijos, ella no quería causar “daños” a su
cuerpo.
Me quede allí y cuando me di cuenta, había tomado
dos botellas de vino, estaba atontada y pensé: “¡Cómo voy a volver a casa!”.
Ahí fue cuando tuve la mala idea de enviarle un mensaje a Rodolfo, diciéndole
que estaba allí borracha, sola, triste y arrepentida, le dije que nunca dejaría
de ser gran amor de mi vida.
Para mi sorpresa, pasados dos minutos, él me
respondió. Dijo que no saliera del restaurante porque iría a recogerme. No sé
cuánto tiempo pasó hasta que vi a aquel hombre, con cabellos muy oscuros, ojos
azules y un rostro muy marcante, entrando por la puerta hacía mí.
Pensé que era el efecto del alcohol, pero no, él
estaba allí, en pie a mi lado, cuando me di cuenta, ya estaba en pie entre sus
brazos. Me apretó tanto, me besó y dijo que jamás debería haberme dejado.
Cuando amaneció, abrí los ojos y pensé que era un
sueño, estábamos allí abrazados en la sala, cerca de la chimenea, un fuego
ardiente, calentando nuestros cuerpos y la mañana nevada.
Y así fue la mejor Navidad de mi vida.
Voladoira
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