D. BEATRIZ:
—¡Mira esta! Pues tú, que eres la madre de la
pereza, ¡Ya tan temprano en la calle! ¿Adónde vas?
D. LAURA:
—Voy a misa: La de las once, en la Cruz. Poco pasa de las
diez;
Subí para tirarte de las orejas. Tú eres la mayor timadora...
Espera; no acabes.
D. BEATRIZ:
—Tu baile, ¿no? ¿Qué quieres tú?
Bien sabes que el señor mi marido, en terqueando,
acabó.
"Lleva el vestido azul" -- "No
lo llevo" --"Debes de ir"
[ --"No voy".]
Voy, no voy; y terqueando de este modo, perdimos dos horas. ¡Lloré! Que yo, en ciertos
extremos, me quedo que ya no sé más qué hacer de mí. Lloré de rabia. A las diez, vino el tío
Delfín; Nos dio un sermón de esos que suele dar, nos riñó
mucho, habló, habló, habló... En suma, (habrás tenido también esas cosas por
allá). El enfado terminó entre la galleta y el té.
D. LAURA:
—Pero la culpa fue tuya.
D. BEATRIZ:
—¡Ahora con esas!
D. LAURA:
—El vestido azul, ¿es el azul claro? ¿Aquel adornado
con flecos anchos?
D. BEATRIZ:
—Ese.
D. LAURA:
—Me parece un vestido bueno.
D. BEATRIZ:
—¡Bueno! ¿Te parece, entonces, que era muy de
tono ir con él, en un mes, a dos bailes?
D. LAURA:
—Eso. Es verdad.
D. BEATRIZ:
—Lo llevé al baile del Chamisso.
D. LAURA:
—Tienes razón; en realidad, un vestido no es una
capa, un uniforme, un coche, un traje.
D. BEATRIZ:
—¡Qué duda cabe!
D. LAURA:
Te perdiste una fiesta excelente.
D. BEATRIZ:
—Ya me lo dijeron.
D. BEATRIZ:
—¡Qué pena! Anda, siéntate un poquito.
D. LAURA:
—No; Voy a misa.
D. BEATRIZ:
—Aún es temprano; anda, cuéntame sobre la
fiesta.
Para mí, que no fui, me queda al menos esta
consolación.
D. LAURA: (Yendo a sentarse)
—¡Dios mío! ¡Hace calor!
D. BEATRIZ:
—Dame aquí el libro.
D. LAURA:
—¿Para qué? Lo pongo aquí en el sofá.
D. BEATRIZ:
—Déjame ver. ¡Tan bonito! ¡Y tan mimoso! Me
gustan los libros así. El tuyo es muy lindo; apuesto que costó algunos cientos...
D. LAURA:
—Cincuenta francos.
D. BEATRIZ:
—¡Sí! Barato. Eres más afortunada que yo. Mandé
traer uno, hace tiempo, de Bruselas. Costó caro y traía las hojas amarillas, unas
letras sin gracia y una tinta sin color. Fue comprado en París.
D. LAURA:
—¡Ah! Pero yo tengo aún mi proveedor. Él fue
el que me trajo este sombrero Zapatos, no me acuerdo de tenerlos tan buenos y
tan baratos. ¿Y el vestido de baile? Un hermoso grosgrain gris-perla, era el
mejor que había allí.
D. BEATRIZ:
—Entonces, ¿acabó tarde?
D. LAURA:
—Sí; a la una fue la cena. Y el baile terminó
después de las tres y media. Una fiesta de alta calidad. Chico Valadão, como ya
se sabe, fue quien comandó la fiesta.
D. BEATRIZ:
—¿A pesar de Carmela?
D. LAURA:
—A pesar de Carmela.
D. BEATRIZ:
—¿Estuvo allí?
D. LAURA:
—Estuvo y te digo: era la más bella de las
solteras. Vestirse, no se supo vestir; tenía un corpiño corto y mal hecho, que
le salía por el cuello.
D. BEATRIZ:
—¿Y Clara fue?
D. LAURA:
—¿Qué Clara?
D. BEATRIZ:
—Vasconcelos.
D. LAURA:
—No fue; la casa es muy cara. Y el gasto es
enorme. En compensación, fue la sobrina, la Garcez; esa (¡Dios me perdone!) llevaba
en el cuello unas piedras talludas, unos brillantes...
D. BEATRIZ:
—¿Qué tales?
D. LAURA:
—¡Oh! ¡Falsos como Judas! También, con lo que gana el marido, no hay de
qué asombrarse. Allí estuvo Gertrudiña Sá. Esa no era así; tenía joyas de valor.
Nadie fue con mejor ni más rico aderezo. Compra siempre fiado. ¡Oh! Aquella es
la flor de las viudas.
D. BEATRIZ:
— Oí decir que hay un doctor…
D. LAURA:
—¿Qué doctor?
D. BEATRIZ:
—Un tal Doctor Soares que suspira o suspiró
por ella.
D. LAURA:
—Pero ese es un loco que pretende casarse con
cuanta muchacha ve. ¡Gertrudis! Aquella es fina como ella sola. No dice ni que
sí, ni que no; y el pobre de Soares, todo lleno de sí mismo, creo que bebe los vientos
por ella... Pero hay otro.
D. BEATRIZ:
—¿Otro?
D. LAURA:
—Esto se queda aquí. Hay cosas que yo solo
digo y solo te confío a ti. No quiero meterme en líos extraños. Dicen que hay
un muchacho que, cuando estuvo en los baños, en Flamengo, hace un mes o dos
meses, o tres, No sé bien; un muchacho...
¡Pues, Juca Valdez!
D. BEATRIZ:
—¡El Valdez!
D. LAURA:
—Junto a ella, a veces, hablaba sobre el mar,
que allí se estiraba, y no sé si también sobre el sol. No fue necesario más;
entró después en el rol de los fieles y ganó (dicen), en pocos días, el primer
lugar.
D. BEATRIZ:
—¿Y se casan?
D. LAURA
—Farias dice que sí; dice incluso que ellos
se casarán en la víspera de San Antonio o San Juan.
D. BEATRIZ:
—¿Farias fue a tu casa?
D. LAURA:
—Fue; valsó como un trompo y comió como un
buey.
D. BEATRIZ:
—¿Come
mucho, entonces?
D. LAURA:
—Mucho, enormemente; come que, solo con verla
comer, le quita a los demás el hambre. Se sentó a mis pies. Mira, imagínate que
limpió, en un minuto, un plato de pavo, cuatro croquetas, dos empanadillas
fritas de ostras, fiambre. El cónsul español decía: “¡Ah, Dios, qué hambre!” Mal
pude contenerme. Carmosina Vaz, que la detesta, le contó lo dicho a un
muchacho. Imagínate si eso no fue repetido; imagínate.
D. BEATRIZ:
—No apruebo lo que hizo la otra.
D. LAURA:
—¿Carmosina?
D. BEATRIZ:
—Carmesina. Fue liviana; lo hizoo mal. Allí porque
ella no come o solo come lo ideal...
D. LAURA:
—¿Lo ideal son, quizás, los ojos de Antoñico?
D. BEATRIZ:
—¡Lengua viperina!
D. LAURA: (Levantándose)
—¡Adiós!
D. BEATRIZ:
—¿Ya te vas?
D. LAURA:
—Ya me voy.
D. BEATRIZ:
—¡Quédate!
[Continuará]
Machado de Assis
Traducción: Mei Santana
A veces el tiempo pasa de un modo que parece cruel, pero este texto es tan correveidile, de chismorreo total, de chafardeo... ¡que se vuelve atemporal! Gracias, Mei, por tus regalos en forma de palabras.
ResponderEliminarGracias, Marta Pop, por tus hermosas palabras.
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