Escucho
nuevamente ese sonido que va y viene, como un silbido agudo y, poco después del
silbido, una serie de murmullos que parecen venir de muy lejos. No sé cuánto
tiempo llevo en este limbo. Parece que yo también entro y salgo de algo, pero
no termino de salir del limbo, esa es mi principal preocupación. Aunque estoy
como paralizado en un estado espacio-temporal, y no recuerdo casi nada de qué
soy y si he sido otra cosa, por momentos me vienen algunas imágenes que rompen
la infinita oscuridad. A veces es un rostro de mujer, una mujer joven y bonita,
quien me sonríe y que despierta en mi corazón una mezcla de sentimientos entre
bonitos y tristes. Parece que tengo algo que ver con ella, la siento muy
próxima, como si pudiera meterse por momentos en este limbo. Hace poco
(digamos, aunque no sé la medida exacta del tiempo) creí escuchar un sonido que
no era ni el silbido ni el murmullo de sonidos, era algo relacionado conmigo,
pero no acabo de saber muy bien qué era; lo extraño es que ese sonido, junto
con la imagen de esa mujer joven y bonita, me hacen sentir muy bien, a pesar de
la eterna oscuridad que me circunda.
Hoy
(en este otro momento) escuché un sonido que decía “te amo” y hubo otra vez ese
sentimiento de alegría y tristeza; sentí además algo raro en lo que creo son
mis ojos, un líquido que resbalaba por esa superficie, y por primera vez me dio
una sensación de algo salado o amargo, que brotó al escuchar ese sonido del “te
amo”, y por un fragmento de segundo vi de nuevo a esa joven bonita y asumo que
ese sonido viene de ella.
En
alguna parte de este espacio que es mi cuerpo, siento una sensación
desagradable, que no me deja respirar con normalidad, como si tuviera algo
extraño metido en alguna parte, y eso me incomoda. Además, hay otras cosas
metidas o acopladas en otras partes de mi espacio, que siento que no son mías,
aunque no sé qué cosa soy yo. A medida que esto se prolonga, se hace más extenso,
más difícil, más incierto; pero ahora los recuerdos empiezan a fluir con más
nitidez. Recuerdo a un niño, que es como la imagen de la mujer bonita que
intermitentemente veo en este espacio negro y vacío. También recuerdo a alguien
que, por alguna razón, siento que soy yo, pero fuera de este limbo oscuro. Ese
alguien sí tiene una forma humana, también tiene gestos y habla como la mujer.
Ese hombre es joven también. Qué raro, ese hombre estaba al otro lado del
limbo, era ágil y jocoso, se reía con facilidad. Le gustaba jugar con sus
amigos, beber algo sabroso. ¿Qué es beber? Ya no recuerdo, pero sé que ese
hombre bebía y se divertía. A la mujer joven le ponía triste y furiosa eso, no
sé por qué.
Los
recuerdos se van haciendo cada vez más nítidos, como si hubiera una tenue
cortina que separara este limbo de otro lugar lejano, pero a la vez próximo.
Ahora comienzo a ver con nitidez, pero eso provoca también que sea más
consciente del dolor y del jadeo que siento en este cuerpo. Recuerdo lo más
próximo, lo recuerdo por fragmentos y con una nitidez variable. Me da miedo
estar recuperando esa memoria, esa avalancha de cosas del pasado, porque siento
que me van a hacer más daño que el limbo en el que vivo. Ahora veo: “Yo soy un
joven” dije, “a mí no me va a atacar ni mucho menos vencer”. Y la mujer me
decía: “Es cierto, Jorge, pero aun así es peligroso”. ¿De qué peligro habla la mujer?
“Sabes bien que hay personas de tu edad que también han caído”, dice la mujer,
lo dice con un tono ambiguo, de enojo y súplica. Ya recuerdo mejor: las
noticias, los casos, las advertencias. “¿A dónde vas, Jorge?” pregunta la
mujer, y agrega “Jorgito te necesita en la casa”. Entonces emito una palabra,
que no es una buena palabra, y veo que eso enfurece y entristece más a Jésica,
así se llama la mujer y es mi esposa. Estos recuerdos me están haciendo daño.
Por momentos la oscuridad de este limbo en donde vivo se ve estorbada por
relámpagos blancos, como fogonazos; a veces, los fogonazos se prolongan y son
como un ambiente más real que mi limbo, y eso se acompaña de más ruidos de
silbidos, y ahora de una máquina que hace un ruido como de pistón, como de aquellos
compresores de aire que vendíamos en la empresa. Y el ruido de ese pistón también
se acompaña de un dolor en mi garganta, de un jadeo que es cada vez más
doloroso y angustiante. Escucho otra voz que no es la de mi mujer. Alguien
dice: “Le estamos disminuyendo la dosis de la sedación para ver cómo
reacciona”. No sé lo que significa eso, aunque siento que tiene que ver con la
fluidez de mis recuerdos y con la nitidez cada vez más clara de lo que estoy
viendo y oyendo del otro lado de mi limbo. “¡Y vos qué putas te crees, yo no
soy ni seré un mandilón como quisieras o como querría la bruja de tu madre!”
Esa es la frase hiriente que le dije a mi esposa, esa frase con esa mala
palabra ¿Por qué dije eso? ¿Por qué actué de esa manera si, hasta donde recuerdo,
yo amo a esa mujer?
Luego
pasaron otras cosas y, ahora, se me viene una avalancha de recuerdos
incontrolables. Ahora recuerdo, ahora comprendo: la fiebre, el dolor, el
cansancio, el jadeo. Luego el ruido de la ambulancia, similar al silbido de
estas máquinas, tendido en la camilla, los jóvenes con sus atuendos celestes,
sus mascarillas y sus caretas, la auscultación, los aparatos. “¡Caso grave!”
dijo el jefe. Y Jésica llorando y yo sin respirar. “Nosotros la tendremos al
tanto” comentó otro de los jóvenes
vestido de celeste. Voy en la camilla por un largo pasillo de paredes verdes,
en el dedo índice de mi mano izquierda han puesto un aparatito, todavía veo un
número en la pequeña pantalla:40. “¡Hay que intubarlo!” afirma el jefe. Es lo
último que escucho. Luego viene el sopor, la eternidad oscura, la inconsciencia,
pero ahora abro un poco los ojos. Sobre mi cabeza hay una lámpara con una luz
amarilla. Mi cuerpo está rígido, apenas muevo mi cabeza. Con horror alcanzo a ver,
como en la película Matrix, a otros
hombres como yo; los veo conectados a muchas máquinas, con tubos y cables,
máquinas que emiten un silbido y un murmullo que hasta hace poco era el único
sonido que me conectaba con el mudo real, fuera de mi limbo. Siento en mi
garganta el grueso tubo y otros tubos conectados a la máquina con ese ruido de
pistón, como los compresores de aire que vendíamos en la empresa. Oigo otra
voz: “Hay que sedarlo más otra vez, se está despertando y comenzará a moverse
incontroladamente, el coma es necesario”.
Siento en mi vena fluir un líquido a través de un catéter insertado en mi
cuello. Sé que ese líquido me va llevarr de vuelta al oscuro limbo del cual ya
no voy a salir. ¿Qué va a pasar con Jésica? ¿Qué va a pasar con Jorgito, mi
hijo de dos años? Ya no lo veré crecer, no le enseñaré a jugar al fútbol, no lo
iré a dejar al colegio, no le enseñaré tantas cosas. Por Dios, ¿qué hice con mi
vida? Era tan fácil, no era gran cosa. Quisiera oír de nuevo la voz de la
mujer, de mi mujer, que me dijera otra vez “te amo”. Sé que es el final, el
final de mi vida, tan joven, tan sano, tan insensato. Ahora estoy de nuevo en
el oscuro limbo. Escucho otra vez el silbido, pero ahora es un silbido
continuo, imparable, que ya sé que significa. Hay un frío como el del hielo,
como el de un invierno sofocante y eterno. Y ahora hay otra luz, una luz blanca
que se acerca, como una gigantesca lámpara, una luz que brilla allá a lo lejos,
pero que se acerca y está abarcándolo todo, absolutamente todo…
Ad
Mortem. Kyrie Eleison
“Tenía
26 años” comentó uno de los hombres envuelto en un overol azul con gafas,
mascarilla y una careta de grueso plástico. “Sí, tan joven” le respondió su
compañero, “pero vos sabés que esta neumonía viral se lleva hasta a los jóvenes.
Hay que anotar la hora y es importante desconectarlo cuanto antes, para la
desinfección”, dijo el primero. “Hay más pacientes con necesidad de un
respirador”. El otro se quedó un instante pensado y haciendo sus propias
conjeturas. Finalmente expuso: “¿Vos o yo? Hay que avisar a Jésica, la esposa
de Jorge”.
© Omar Sandoval, San Lucas Sacatepéquez, 2 de
septiembre de 2020, el año de la pandemia.
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