Desde que empecé a viajar como un turista adulto, siento una necesidad un poco rara de viajar conmigo mismo, solo con mi compañía. Y aunque siempre tengamos la posibilidad de viajar con una pareja, amigos o familia, estar en nuestra compañía es como un viaje al interior de nosotros mismos. Quizás la más profunda intimidad.
A veces me quedo
sorprendido con placeres que desconocía. Sí, hice un curso de culinaria árabe
en Estambul. Solo. Sí, conocí a otros viajeros solos y decidí seguirlos hasta
Las Vegas. Sí, viajé hasta Recife por causa del sol y me quedé fascinado con
su cultura, su musicalidad y la exquisita gastronomía. Entonces, viajar solo es
como salir con uno mismo y tener siempre razón. Podía despertarme a cualquier
hora, tener mi desayuno donde me gustara y vivir la oportunidad de sentirme único,
especial e irrecusable.
En un viaje solitario, hay una compañía que jamás te decepcionará
y que nunca se peleará si, por acaso, quieres cambiar el destino establecido
por la mañana. ¿Quién será? El libro. Compañero tranquilo, misterioso y siempre
compresivo. Así es. Creo que puedo llamar "amor" a la sensación de
tener una compañía que es capaz de sorprenderme todo el tiempo y que siempre va
a ocupar la intimidad de mis pensamientos con el más profundo y genuino
respeto, sin juicio y sin condena abrupta. Pero siento un deseo fuerte por
completarme y desafiarme con las páginas que serán leídas. El dialogo que
mantengo con un buen libro es una manera perspicaz de seducirme y prestar
atención.
Hace dos años tuve
una relación turbulenta. La sucesiva continuidad de los te-amo-no-te-quiero era
casi una obsesión, una extraña sensación de vulnerabilidad y dependencia. Aunque
no estábamos bien, tuvimos la iniciativa de planear un viaje. Siempre me había atraído la idea de conocer el desierto de Atacama (Chile). Naturaleza, relajarme, leer y
conectarme con el cielo y las estrellas. Sin embargo, nuestro plan no pudo ser por
causa de una ruptura más. Así que, mientras estaba decepcionado, quise viajar
solo, aunque no completamente. Tenía a Maria Callas y su biografía.
Cuando llegué al
desierto, tuve una sensación de vacío que fue muy intensa y perturbadora. Pero cada página que leía de la biografía de María
Callas, curiosamente me envolvía más y más. A veces, me sentía como en una ópera y la sensación que tenía era la de vivir un drama demasiado fuerte, en
comparación con la historia singular de Callas. Conocer a Callas con
profundidad, me hizo conectar con la fragilidad de las relaciones
disfuncionales. La expectativa. La culpa. El castigo. Entonces, ¿qué tenía para
sentir tanta falta?
Llovía todos los
días en el desierto. No tenía ni estrellas como compañía por las noches, pero
Callas me encantaba y siempre me sentía a su lado. Demasiado frágil y
orgullosa, pero siempre intensa y pasional. Aprendí con Callas que amar es una entrega, aunque solo tiene
sentido si hay reciprocidad, complicidad. Creo que leer la biografía de María
Callas se reveló como una herramienta poderosa de reflexión. Me liberé de una prisión
imaginaria. La lluvia amplificaba la sensación de renovación en pleno desierto.
Estaba listo para seguir adelante y recomenzar. Sin miedo, sin amarras.
Después de leer
este libro, empecé a estudiar piano y siempre que escucho a Callas tengo una rara
sensación de gratitud y de regreso a un lugar muy particular, que es la
recompensa de estar en paz conmigo mismo y con mis deseos más auténticos.
Rodolfo B1
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