Cabellos escurridos, piel
quemada por el sol y una sonrisa estampada en la mirada. Sí, una sonrisa
abierta, transparente; incluso proviniendo, a veces, de las lágrimas causadas
por las penurias sociales. Porque, al contrario de lo que muchos anhelan, Ana quería
apenas ser feliz, poder jugar y disfrutar de las cosas más sencillas en una
convivencia de amor y respeto con la naturaleza.
Ser feliz: ese era su mayor
sueño, en algunos momentos poetizado por su imaginación fértil, una imaginación
repleta de fantasía, que creaba escenarios deslumbrantes. Y como todo niño,
anhelaba tener sus juguetes y, a falta de ellos, debido al hecho de que su
madre y su padre no podían comprárselos, ella misma se los hacía. Su muñeca,
por ejemplo, estaba hecha con un trozo de madera y el cabello de la mazorca de
maíz.
Y cuando la muñeca estaba
lista, Ana le daba un nombre, enseguida jugaba, se divertía; incluso había
hecho una casita para ella y, allí, se quedaba charlando, compartiendo sus
sueños y deseos.
—Lili, cuando crezca quiero
seguir siendo feliz, como estoy ahora, le decía Ana a ella. La muñeca no le
respondía nada, pero parecía escucharla atentamente.
·
La vida en el lugar donde Ana
vivía era difícil. Su madre, además de tener varios hijos, aún joven, a los
treinta años aproximadamente, tenía que trabajar pesado. Trabajaba en el campo,
en el cañaveral; en fin, en todo lo que podía, para mantener la supervivencia
de sus hijos. Ana la acompañaba desde los tres años. Y por increíble que
parezca, ella vivía aquellos momentos como una diversión.
En el cañaveral, bebía agua
en la bangaña hecha de barro y, sentada en la paja de la caña, soplaba una
flauta de plástico que su padre compró en la feria, como si estuviera tocando
una canción, y se reía feliz al hacer aquellos improvisados sonidos. En el campo
le gustaba quedarse cazando apereá con los perros, y tenía un aprecio especial
por Piaba, la perra de estimación de su hermano gemelo.
—Hija, ¿podrías ir a casa a
ver si el frijol ya está cocinado?
—Puedo, sí, mamá.
Y salía corriendo. Pocos minutos
después estaba de vuelta.
·
Que Ana era feliz, lo era, sí...
Pero, al contrario de lo que
muchos imaginaban, la felicidad no es eterna. No, no lo es. Son momentos
vividos en el día a día. Algunos momentos duran más, otros menos. Los primeros
años vividos por Ana estuvieron llenos de alegría. Y ese era su mayor sueño: ser
feliz; en su caso, continuar siendo feliz. Lo que no sucedió.
Les pido que esperen un
poco, por favor, que voy a detallar los motivos que la llevaron a quedarse
taciturna, triste y sin fuerzas para seguir.
Y, por otro lado, es posible
que alguien se pregunte ¿qué podía llevar a una niña como ella a ser infeliz,
si ya vivía las penurias sociales cotidianamente y, aun así, eso no la dejaba
triste? Sí, eso es verdad, sin embargo vivir es un misterio que se descubre
cada segundo. A veces, el descubrimiento es de sorpresas buenas y, a veces, los
descubrimientos son dolorosos y nos hacen pensar y repensar qué es la existencia.
Ahora bien, en el caso de
Ana no fue para menos: fueron tres momentos completamente inesperados para
cualquier persona e imaginémonos cuán difícil fue para su edad, una niña en sus
primeros años de vida, en pleno florecer.
·
El primer momento
ocurrió un sábado, a eso de las cinco de la tarde, en plena puesta de sol. Ella estaba sentada en el
alpendre de la casa, esperando a que su padre llegase con algo para comer: galletas,
pan; y el pan era lo que más le gustaba. Normalmente solo lo comía una vez al
mes. Si, claro, el dinero que sus padres conseguían trabajando en el campo no
alcanzaba para comprar pan más de una vez al mes, ya que la vida allí en la
estancia donde vivían era una lucha ardua para lograr sobrevivir.
Y ante tantas negligencias, con
tantas penurias sociales algunos niños morían antes de cumplir cinco años. Ana
hasta que vivió un poco más, como veremos a continuación. A diferencia de su
hermano gemelo que solo vivió siete años.
·
Sí, Ana estaba sentada en el
alpendre de su casa. De repente, apareció alguien corriendo. Y esa persona
traía una noticia que Ana y su familia jamás se esperarían.
—María, Joaquín fue
asesinado. Dijo el chico, después de marear la perdiz, buscando medios para dar
la triste noticia.
María se quedó inerte. Ana
salió corriendo terreno afuera, gritando, llorando desesperada. Y sus otros
hermanos, todos, entraron en una crisis de llanto incontrolable. Hasta los
perros, ante aquella desesperación, también se quedaron tristes, incluso sin
saber qué había sucedido.
Y ya se sabe que ante la
muerte, la gente se siente pequeña y sin fuerzas para reaccionar. Y así se quedó
aquella familia. Imaginémonos cómo fue difícil para todos y cuán sufrido fue
para Ana.
·
Tras el asesinato de su
padre, Ana perdió un poco de su felicidad. Jugaba, pero en general taciturna y
en la mirada cargaba un sentimiento de dolor, de angustia, de revuelta. Y no
era para menos, no obstante el sufrimiento no acababa ahí porque, un año
después, su madre también falleció, víctima de un accidente en pleno cañaveral.
·
Ante esas dos tragedias: La
muerte de su padre y la muerte de su madre, Ana, cuyo motivo de alegría lo
constituía el simple hecho de existir, siempre sonriente, juguetona y llena de
fuerza para vivir, minutos después, al saber que su madre había fallecido en el
hospital, perdió la voz, se quedó muda. No se sabe si ella realmente había
perdido la capacidad de hablar o si se negaba a hacer uso de las palabras,
prefiriendo el silencio.
·
¿Qué puede llevar a alguien
a perder la voz o, simplemente, a negarse a hacer uso de las palabras?
·
Algunas personas, en la
época, comentaron que Ana prefirió, sí, el silencio al sonido cortante de las
sílabas de cada palabra. Y otras llegaron a decir que Ana no existía más;
existía apenas un cuerpo ambulante sobre la tierra. Y es comprensible, porque
cuando se pierde el sentido de la existencia, el deseo de vivir, también se
pierden los sueños, la esperanza. ¿Y qué es un ser humano sin motivos para
soñar?
·
Por un lado, la felicidad
robada a una niña.
Su derecho a jugar, a soñar,
a ser feliz.
Por otro, la visible desatención
de un Estado.
·
Y como sabemos, Ana no
resistió al dolor, al sufrimiento, pues para empeorar aún más su estado
emocional, su hermano gemelo, dos años después de la muerte de su madre, falleció
en pleno corte de caña.
Sí, ella desapareció, dejó
de existir. ¿Hablar? Ya no hablaba más. ¿Sonreír? No se reía más. ¿Jugar? Ya no
jugaba más. A fin de cuentas, ¿qué le quedaba?
Ana fue vencida por la tristeza,
su cuerpo no soportó tanto sufrimiento y, sin que nadie lo viera, cerró los
ojos poco a poco y nunca más los abrió.
Adenildo Lima
Traducción de Mei Santana
Si te gustó, no te pierdas "Visita inesperada" y "Joaquín", dos cuentos también inéditos de Adenildo Lima.
Adenildo Lima, nació en Colonia Leopoldina, una pequeña ciudad ubicada en el interior del Estado de Alagoas, Brasil. Llegó a São Paulo en 1998, donde reside hasta hoy. En 2016 participó de la 24ª Bienal Internacional del Libro de São Paulo (Brasil). Adenildo es escritor, poeta, ponente y profesor universitario. Como licenciado en Letras, hizo su maestría en el área de Educación y una especialización en Gestión de Políticas Culturales, en la Universidad de Girona (España). Hasta el momento ha publicado cuatro libros, entre ellos, el más reciente es O copo e a água (Cuento infantil, 2ª ed., 2017) y A parteira (Poema narrativo, 2013), con prefacio de Isabel de Andrade Moliterno. En 2017 se postuló para el asiento 37, de la Academia Brasileña de Letras (ABL), que antes estaba ocupado por el poeta Ferreira Gullar.
Otro bello cuento que nos ha regalado Adenildo Lima. ¡Gracias por compartirlo aquí con nosotros! Un gran abrazo afectuoso,
ResponderEliminarObrigado à equipe do Blog Correveidile pelo carinho.
EliminarGracias, Adenildo Lima, por este cuento tan especial...Gracias, Mei por la excelente traducción.
ResponderEliminarObrigado, Jorge, pela leitura.
EliminarGracias, Jorge, por tus elogios.
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