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sábado, 21 de diciembre de 2019

"Mata Hari: Desvelando el mito (1)"

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Pocas mujeres han despertado tantas pasiones y sembrado tanto misterio a su alrededor como Mata Hari, la más legendaria espía de nuestro siglo. Durante años, ella misma se encargó de urdir la inextricable red de rumores y fantasías que envolvieron en una nebulosa a aquella bailarina exótica, apasionada, amante de un batallón de caballeros influyentes y arriesgada espía, hasta que las biografías han podido demostrar que la famosa bailarina hindú, aclamada en París, en Berlín y en Montecarlo, no era más que una mentirosa patológica y una aventurera caída en desgracia.

Su nombre real era Margaretha Geertruida Zelle, nacida en la ciudad holandesa de Leeuwarden, el 7 de agosto de 1876. Los negocios de su padre, dueño de una próspera sombrerería, marchaban viento en popa en esa época, por lo que Adam Zelle pudo rodear a sus hijos, Margaretha, Ari Anne, Cornelis Coenraad y Johannes, de una atmósfera suntuosa. 

Desde que era una niña, Margaretha destacó con claridad entre las otras chicas por su belleza. En las distinguidas escuelas y colegios a los que asistió aprendió lo necesario para desenvolverse en un mundo refinado y elegante, además de aprender varias lenguas, como inglés o alemán, tuvo oportunidad de entrar en contacto con otras materias elementales para una mujer culta de aquella época. 

Esta formación, sin embargo, no llega a frenar su irreprimible tendencia a pisar las candilejas: se la recordaba como la niña vestida de manera más atrevida de Leeuwarden, la de los gestos más rebuscados, la que contaba historias fantásticas y la más descarada. Pero en 1889 su mundo rosado se desvanece con la quiebra del negocio de su padre que, sin abandonar su elegante sombrero de copa, su chaleco florido y su bastón, se escapa a La Haya. 

Incapaz de afrontar la situación, su esposa muere en 1891 y es enterrada por los vecinos, mientras Margaretha da rienda suelta a su dolor encerrándose en la casa y tocando el piano durante toda esa noche. Un tío la acoge un tiempo después en su hogar, algo cohibido ante esta sobrina audaz y deslumbrante. 

A los 18 años atendió una solicitud de matrimonio en la página de contactos de un periódico y se casó con Campbell MacLeod, un capitán de 39 años con el que se marchó a vivir a Indonesia, por aquel entonces colonia holandesa, a donde él estaba destinado. Según se cuenta, a ella siempre le habían gustado los uniformes. Allí tuvo dos hijos, sufrió las penurias de un marido borracho, pero también conoció la fascinación de Oriente y los secretos de las danzas javanesas, que le serían muy útiles después. De modo general, solía quedarse desnuda al final de las danzas, aunque ella nunca se quitaba el sujetador adornado, puesto que al parecer consideraba sus senos muy pequeños. 


Tras divorciarse después de cinco años de matrimonio, tal vez debido al problema de alcoholismo de su marido y la muerte de uno de sus hijos (envenenado por su niñera), regresó a Europa (1902) y se estableció en París, donde inició una nueva vida en los salones y casinos de la Belle Époque, explotando su natural y provocativa belleza, su atrevimiento para aparecer semidesnuda en los escenarios y su conocimiento de los sensuales bailes malayos, que ejecutaba con total desenvoltura. Margaretha Zelle adoptó como nombre artístico Mata Hari, que literalmente significa “ojo del día” en malayo, es decir, “Sol”. 

Al cabo de algunos años, aquella atractiva bailarina de danzas hindúes y javanesas había pasado de los sórdidos tugurios a los lujosos cabarés y teatros, hasta llegar a convertirse en el mito sexual de los escenarios parisinos y en cortesana de lujo. Ello le permitió entablar numerosas relaciones con personas pertenecientes al estamento militar. Entre 1904 y el estallido de la I Guerra Mundial fue la cortesana más famosa de la época, conoció todas las ciudades de Europa y no pocos secretos de política gracias a las confidencias de alcoba.

El estallido de la guerra, en julio de 1914, la sorprendió bailando en un music-hall de Berlín. Esta guerra supuso el impulso definitivo y la consolidación del espionaje gubernamental. Bajo una organización reglada a la perfección y supervisada por los Estados, se pulieron los sistemas de comunicación cifrada, se extendieron amplias redes de agentes y aparecieron las primeras figuras legendarias. Percibido como una aventura en la que la habilidad y el peligro iban de la mano, el espionaje de aquella época ha proyectado una imagen romántica.



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Pepe Cocodrilo

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