Definición de Correveidile:

1. Persona que trae y lleva cuentos y chismes // 2. Blog de los amantes de la lengua de Cervantes


domingo, 8 de octubre de 2017

Cuento: "Donde nace la aventura" (2)

¿Recuerdas el inicio de este cuento?
¡Ahhh...! ¿Que te lo perdiste? 
¡No pasa nada! Pincha aquí y podrás leerlo. 

—Las flores del jardín se quejaron de ti, me rompiste la casa a mí, vas haciéndote gigante y diminuta cuando te place, comiendo esos dos trozos de seta que te dio la oruga… Hija, hazme caso, no comas nada que te dé un extraño.
         —Dios mío. Estáis todos muy locos aquí, ¿eh?
         —Vente a Oz, Dorothy —le dijo el león muy preocupado.
      —¡Al fin te encuentro, Wendy! —exclamó Peter Pan, que llegó volando con Campanilla.
         En un ataque de los que solía tener cuando estaba harta de algo, como la pataleta de un niño, época de su vida de la que por edad y por mentalidad no estaba totalmente desligada, exclamó dando una patada en el suelo:

         —¡Ay, jo!
         De repente, de la falda de una montaña no muy lejana, al otro lado del bosquecillo, se oyó un coro de voces masculinas cantando una canción que decía…
     —Ay hoooooo. Ay ho, ay ho, a casa a descansar. Y unos silbidos continuaban con la melodía.
        —¡Los enanos! Toma, lo que faltaba —dijo en una de sus expresiones cotidianas mientas aguzaba el oído.


         La niña no supo qué hacer ni qué decir ya, todo eso se estaba pasando de castaño oscuro, así que pensó unos momentos, pues gracias a tantas aventuras superadas en sus videojuegos la mente la tenía despierta a la hora de buscar soluciones. De pronto, reparó en que si ese mundo era tan mágico, se haría lo que ella decidiese, así que…
         —Deseo…
         Todos hicieron un respingo con un suspiro súbitamente, asombrados y temerosos.
         —Deseo conocer a Cenicienta.
         Al instante, como si fuera un hechizo de los del genio de Aladino, el escenario empezó a cambiar y la pequeña se encontró en el jardín de una casa particular. Era de noche, pero alguien estaba cantando no muy lejos. Ella se acercó pisando toda la hierba seca que había en aquel sitio, pues no estaba muy cuidado. De pronto, asomada tras un árbol, pudo observar algo maravilloso: una chica guapísima estaba siendo envuelta por destellos de luz. Era Cenicienta obteniendo el traje que su hada madrina le estaba haciendo en ese preciso instante.


         —¡Oh! —exclamó de emoción la niña—. ¡Es precioso! —Pero acto seguido reparó en algo que le saltó a la vista de repente—. Se parece a Hannah Montana— dijo con voz de asombro, frunciendo el ceño y pensando si sería posible que hubiese alguna similitud entre ambas.
         Y aquellas palabras, aunque susurradas, no pasaron inadvertidas a los oídos del hada madrina que, en un instante, se duplicó y apareció tras la pequeña.
         —¡Aham! —dijo para llamar la atención de la nueva visitante.

         Esta se asombró. ¡Había otra igual junto a Cenicienta!
         —Sí, soy así —dijo el hada madrina y rió su propio chiste—. ¿Deseas ir a tu casa ya?
         —¿Y cómo sabes que no estoy en mi ca...? Bueno, déjalo, eres el hada madrina, esto es un mundo mágico y todos sois muy listitos —soltó con indiferencia—. Sí, Madri —y cambió el tono de su voz y la expresión de su cara, como si hubiese descubierto algo divertido—. ¿Te puedo llamar Madri? Mola, ¿no crees?
         El hada madrina se rió.
         —Me gustan las chanzas, pequeña. Llámame Madri si lo deseas. Pero ¿qué me contestas? ¿Quieres ir ya a tu casa?
         La niña pensó por un instante en la infinidad de aventuras que le aguardaban en ese mundo, pero que también, por otra parte, ya era el momento de volver.
         —Me parece que sí —contestó.
         —Sea pues.
         Y el hada madrina comenzó a recitar unas palabras muy raras:
¡Bibidi babidi bu,
tadel ayá nujasa!
¡Bibidi babidi bu,
¡Maribel va ya a su casa!
         —¿Cómo sabes que me llamo…?

         Y la niña se despertó con una de esas sacudidas que da uno cuando, en sueños, cree que se va a caer. Por un momento no sabía dónde estaba, pero notó la manta sobre ella y el suelo de madera del desván. Observó que el libro le había hecho de almohada y lo entendió todo. Se sentía realmente viva, alegre, ¡encantada! Era como haber vivido un cuento, o bueno,... varios en realidad. «Lo mejor —se dijo— es que puedo volver a ese mundo mágico siempre que quiera. La lectura es realmente maravillosa. ¡Tengo que decírselo a mi abuelito!»
         Y un libro, en ese momento, se volcó en la estantería. Era Heidi. Maribel se quitó la manta de la cabeza, lo observó y se rió de la ocurrencia de la magia, pues al nombrar a su abuelito, Heidi, el libro, se hizo notar. Sonrió y, dando un salto, se puso en pie apartándose la manta de un tirón enérgico y lleno de entusiasmo. Cogió el libro y sonrió de nuevo. Había descubierto una puerta a miles de mundos fantásticos. 

David Sánchez Florio
Escritor español
@buracnam

4 comentarios:

  1. Gracias, David, por compartir con nosotros este cuento.

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  2. Gracias, David. Es un honor tenerte como amigo del Correveidile, con textos tan animados, divertidos e instructivos como este. Un abrazo,

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