Definición de Correveidile:

1. Persona que trae y lleva cuentos y chismes // 2. Blog de los amantes de la lengua de Cervantes


sábado, 25 de diciembre de 2021

Musiclicando Retro: "Noel Nicola y su eterna voz rebelde"

Noel Jorge Nicola Reyes, artista y creador de la Nueva Trova cubana, nació el 7 de octubre de 1946, en La Habana (Cuba). Como la mayoría de los grandes artistas cubanos, Noel desde su adolescencia heredó de sus padres, Isaac Romero, guitarrista y pedagogo, y su madre, Eva Reyes, violinista de la Orquesta Nacional, la vocación para la música. Por esta razón, en 1971, al lado de grandes nombres de la música cubana formó parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC

En 1975, al lado de Argelia Fragoso (gran cantante cubana), representaron a Cuba en el destacado festival de La Canción Política de Sochi, en la antigua Unión Soviética. En esta oportunidad, le fue otorgado a Noel un premio por La Unión de Compositores de este país. En consecuencia, Nicola empezó varias giras por la República Dominicana, México, España, Nicaragua y Venezuela. Noel estuvo junto a Pablo Milanés y Silvio Rodríguez (creadores de la Nueva Trova cubana), en un espectáculo organizado por el Centro de la Canción Protesta de la Casa de las Américas. 

Por otra parte, Nicola musicalizó veinte poemas de César Vallejo (gran poeta peruano). Noel compuso canciones para cine, teatro y series televisivas, entre otros. Además, entre los muchos premios que ha recibido Noel están la Medalla “Alejo Carpentier” (2002) y la Orden “Félix Varela” (2004), es más, Nicola se presentó con total éxito en Francia, España, Portugal, Brasil, Bélgica, Italia, Suecia y Noruega, siempre con su eterna voz rebelde. 

Noel Nicola ha dejado un legado muy importante, puesto que son muchos los artistas que a lo largo de sus carreras han interpretado sus canciones, como: Carlos Díaz, Daniel Alberto Vigliett, Elena Burke, Guadalupe Pineda, Issac Delgado, Jesús Del Valle, Joan Manuel Serrat, Manuel Argudín, Miriam Ramos, Conjunto Roberto Faz, Raquel Zozaya, Santiago Feliú, Sonia Silvestre y Xiomara Laugart.

En resumidas cuentas, Noel Nicola falleció el 7 de agosto de 2005, sin embargo, hizo de sus poesías canciones inolvidables que estarán siempre vivas y permanecerán actuales en nuestras memorias, llenando los días de alegría y rebeldía. De manera que, para homenajear a este gran artista, seleccioné una canción titulada “Es más, te perdono”, compuesta e interpretada por él mismo.

¡Espero que la disfrutéis!

Jorge Martins de Almeida


Es más, te perdono

Te perdono el montón de palabras,

que has soplado en mi oído,

desde que te conozco.

Te perdono tus fotos y tus gatos,

tus comidas afuera

cervezas y cigarros, es más,

te perdono andar como tú andas.

Tus zapatos de nube,

tus dientes y tu pelo.

Te perdono los cientos de razones,

los miles de problemas.

En fin, te perdono no amarme.

Lo que no te perdono

es haberme besado con tanta alevosía

tengo testigos: un perro, la madrugada, el frío

y eso sí que no te lo perdono,

pues si te lo perdono seguro que lo olvido.

Lo olvido…


Fuentes consultadas:

Noel Nicola - EcuRed

Noel Nicola Reyes | cubanosfamosos.com

NOEL NICOLA • Página Principal (cancioneros.com)

Letralia 128 | Noticias | Murió el trovador cubano Noel Nicola

fotos noel nicola - Pesquisa Google

martes, 14 de diciembre de 2021

“Ana Milán: aún no se acabó”

 


¡Qué pasada la segunda temporada de la serie de Ana Milán! A mí me gustaron todos los episodios, cada cual con su historia peculiar. Pero lo que sin duda me encantó fue la situación en la que Ana tiene que escoger entre un trabajo muy importante para su carrera y su novio (¡que es un tío muy guay!). 

Muchas veces nos pasamos la vida deseando, imaginando y haciendo planes que parece que van a suceder en el momento perfecto. Pero la vida siempre nos sorprende, realizando nuestros sueños en momentos que no nos parecen ideales, pero asimismo son nuestros sueños. 

Ana Milán con su novio, en la serie, Manu

Eso es lo que pasa con Ana. En el momento en el que está muy feliz con su pareja, mientras planea una mudanza de país para disfrutar de su vida personal, le aparece la oportunidad de su vida: trabajar para un ídolo.

Al final... bueno, no voy escribir lo que pasó porque yo misma tampoco lo sé. Lo que sé es que tendremos (creo yo) una tercera temporada para descubrir si Ana llegó a un equilibrio entre ambas oportunidades.

By Adrieli

sábado, 11 de diciembre de 2021

“Augusto Monterroso, ¿narrador de la brevedad? A propósito del centenario de su nacimiento” (1921-2021) [PARTE 2]

 ¿Te perdiste la primera parte?
Pincha aquí y podrás leerla

Por Omar Sandoval

También pienso que, desafortunadamente, hemos etiquetado a Tito con el mote de “El brevísimo” y ese mote no es del todo cierto. Vamos a ver por qué. Sin duda, es verdad que no se toma todo el tiempo del mundo para describir un vitral, un campanario o una montaña, al estilo de las últimas grandes novelas de principios del siglo XX, como lo hicieron Proust o Mann, primero porque no se trata de un novela, pero también porque no le interesan los detalles superfluos cuando no ayudan a la dinámica de la narración. 

Asimismo, es cierto que no ahonda en la “psicología” de sus personajes de la manera como lo hacía tan bien Chéjov, aunque eso no es del todo cierto, como voy a exponer más adelante. Pareciera ser que lo importante en la cantera de Monterroso es llegar al diamante o a la turmalina, sin detenerse en las grandes rocas o en las impurezas, que hay que quitar cuanto antes, si bien a veces es necesario mencionar el proceso de extracción minero, como lo hace el escritor que escribe sobre la escritura. Digo esto porque gran parte de la obra de Monterroso es hablar y reflexionar sobre el proceso literario. Y cuando hace esa tarea, no es tan breve como se supone. En cierta forma, se puede afirmar que, en ese sentido, su obra es didáctica. Sí, también en esos relatos utiliza la ironía y el sarcasmo, que son sus armas favoritas. Pero la ironía en este caso es una “ironía seria”, si se me permite la imagen.

Se trata de un tipo de ironía amarga porque él sabe que las pasiones humanas, particularmente en el quehacer literario, son harto contradictorias, paradójicas y, por qué no, redentoras. Y es en esos momentos de extraño brillo y fulgor cuando se hacen más profundas las sombras y los abismos. Conocedor del oficio, sabe muy bien de los escoyos por los que el escritor, el aspirante a escritor, el escritor bisoño y hasta el escritor consumado, tienen que pasar de manera inexorable como en un rito masónico. Y es así como nos advierte de las trampas que él mismo pone. ¿Una prueba? ¿Un ritual digno de los Templarios? Tal vez no tanto así, o tal vez sí: todo depende del color del cristal con que el escritor quiera ver: de un simple refrán se puede construir una fábula. Y me refiero a la fábula del camaleón que ya no sabe de qué color ponerse. ¿Es un acto de reflexión tácito que hace Monterroso de su propio quehacer escritural? ¿Ya no sabe de qué tonalidad valerse para hacer el camuflaje perfecto en sus imbricados relatos fabulescos?

Por supuesto que sí lo sabe, pero tiene que crear también diversión, solaz, alegría, gusto por la literatura y, para lograrlo, puede y debe interponer varios cristales hasta dar con el “color ambiguo y evasivo” de su paleta literaria. La clave está en el camuflaje del camaleón: hacer ver lo fácil, lo usual, lo simple que es contar una historia cuando, en verdad, hay toda una construcción compleja y, por momentos, erudita. Y es ese el arte, similar al de una obra musical de Beethoven que está construida con pocos compases, acordes y armonías aparentemente sencillas, pero que dan lugar a una obra que, en su conjunto, es mucho más que la suma de sus partes y que golpea al alma de una forma incontestable. Así que Monterroso es, por privilegio, un gran camaleón. En su fábula homónima todo el mundo aprende a manejar los cristales policromáticos para esconder algo, ocultar algún vicio, simular un afecto o bien para descubrirlo en el otro. ¿Acaso no es eso la literatura, aparte de otras cosas?

Cuando nos adentramos en esos cuentos de escritores que escriben sobre la escritura, Monterroso ya no es tan breve. Sus instrumentos son más sofisticados, su escalpelo disecciona a más profundidad, sus pinzas son más largas y agudas, sus procedimientos más elaborados. Pero, con todo, a modo de un scherzo, se introduce el saltimbanqui, el bufón, el sutil consejero gracioso: hay profundidad e ironía seria. ¿Y la brevedad? No, el ritmo ha cambiado. En Leopoldo (sus trabajos), Monterroso penetra en la psiquis de la persona que “quiere” ser escritor. Lo descubre por sí mismo al revisar su diario, en el que va apuntando sus aventuras que él mismo reconoce que no son aventuras, pero que están bien para empezar a escribir cosas. De repente, Leopoldo tiene una especie de epifanía o iluminación y se atreve a escribir su primer relato corto. Se da cuenta de inmediato que su escritura es muy pobre y se decide a aprender gramática, retórica… hasta que mejora bastante; eso lo alegra, pero también lo previene.

Esa honestidad en cuanto a sus límites y dificultades, propios del oficio de escribir, lo sitúan en la conducta del escritor muy cauto y paciente. Para el escritor que descubre que no es un genio -decía y dice Vargas Llosa- ese descubrimiento es una palanganada de agua fría. Le queda una alternativa de opciones: o abandona la pretensión de querer ser un escritor o sigue en la tarea, pero consciente de que tiene que trabajar el quíntuple o más de lo que trabaja un genio y, consciente también, de que puede que, a pesar del empeño, el tesón y la aplicación, finalmente descubra que el talento no existe… Eso lo aprendió Vargas Llosa de Flaubert. ¿Y Monterroso? ¿Y el escritor promedio? Leopoldo parece ser el tipo de individuo que quiere ser escritor, pero un escritor que sabotea perennemente su trabajo o sus trabajos. 

Quienes escribimos nos topamos con esos pudores: revisamos hasta el cansancio, borramos, tachamos, martirizamos nuestros escritos, hasta que, sea como sea, nos atrevemos a publicar y, una vez tenemos el libro o el artículo o el poema publicado, nos ataca ese bochorno, esa vergüenza de ¡por Dios, qué adefesio publiqué! Bajo esa óptica, Leopoldo puede representar nuestro afán por la buena escritura. ¿Y dónde está la ironía en ese relato? Bueno, posiblemente en ese afán de hacer castillos en el aire, de soñar con proyectos literarios que nunca se realizan, de iniciar apuntes para una novela, esquemas para un cuento policíaco, de pensar en la trama de un cuento de misterio, de visitar bibliotecas, hemerotecas y documentarse bien para ser fiel a los hechos, de visitar las “locaciones” en donde transcurrirán los encuentros, de caracterizar las peculiaridades de los personajes… y, finalmente, no hacer nada: un coqueteo con la creación literaria, pero solo eso. 

¿Nos está invitando Monterroso a que agarremos el toro por los cuernos? ¿Agarrar por el cuello a nuestro tema o motivo literario y sacarlo del clóset? ¿Se está burlando de nosotros (nada nuevo) por freír y refreír, pero nunca servir el plato? ¿O simplemente se burla de la persona sin talento alguno, pero que se da ínfulas de escritor, que se viste como escritor, que se presenta como escritor, pero que no escribe? Y en materia de brevedad, nos encontramos con tremendas sorpresas: párrafos de una o dos o más páginas de corrido en las que abundan los detalles descriptivos, psicológicos, analíticos. No, no hay brevedad. Aquí Monterroso cambia el ritmo de su literatura. Es más pausada. 

Volviendo a la comparación con la música, ya no estamos ante un “minué” sino ante una fuga de Bach, o ante una sonata, como la Kreutzer de Beethoven. Por su puesto, en sus ensayos y en textos más complejos como en Lo demás es silencio, la prosa de Monterroso se vuelve más compleja. Pero en este comentario mío, advertía al inicio que me iba a circunscribir a sus fábulas y cuentos. Leopoldo está motivado, su empeño de escribir no ha desmayado, prosigue con gran tenacidad, ¿llegará el día en el que al fin desista… o en el que por fin publique? En uno de los momentos más interesantes del relato, Leopoldo saca a colación una teoría de los ciclos de la fertilidad en la composición, que no se explica si es una teoría propia o de alguna lectura, él que tanto frecuenta la biblioteca: los ciclos creativos se dan de siete en siete años. Por lo tanto, no hay que andarse con prisas. En la vida real, tenemos escritores fieles a esa teoría, que piensan que una novela, una buena novela o un corpus de buenos cuentos, no se pueden escribir ni pulir en menos de siete o diez años. Pero Roberto Bolaño los contradice: ¿quién dijo que eso era un dogma? Y cita la obra de Stendhal, Rojo y negro, acaso su mejor novela, y que la escribió en solo dos meses. Es el mismo Bolaño quien nos habla de la miseria del trabajo del escritor. Algo de eso entreveo en ese cáustico relato de Monterroso. Y, como he mencionado, no es uno de sus cuentos breves, ni uno de sus cuentos de ironía festiva: a mí me sabe a ironía amarga.

Pasemos ahora al segundo relato de esa misma estofa: Obras completas. En este segundo relato no breve y de ironía igualmente amarga, Monterroso penetra en la vida intelectual de dos personajes que tienen en común su afición por la poesía y la creación poética. Estamos ante un escrito que nos va a desvelar profundas inquietudes y desafortunadas decisiones. Pero también se develan otras emociones y condiciones de lo que se mueve en el interior de quienes nos zambullimos en el mundo de las letras. Hay que mencionar que Monterroso utiliza para uno de sus personajes de ese cuento, el nombre de un escritor de la Ilustración española: el religioso benedictino Feijoo. ¿Lo hace a propósito? ¿Es simplemente una “parodia” literaria? Me recuerda a la otra parodia, la de Cortázar, al nombrar a su escurridizo gato con el nombre de Theodoro Adorno, el filósofo alemán de la escuela de Frankfurt y su “entrada en la religión”. 

No sabemos (es imposible saberlo, a menos que alguien en particular lo confiese) que Obras completas haya inquietado a algún crítico o erudito de la literatura por sus frustradas ambiciones de creación poética. Pero que las hay, las hay. El gran problema que plantea este cuento de Monterroso es si en el gran océano de la literatura se puede ser un delfín sin haber ambicionado ser un tiburón o una enorme ballena o alguna orca o simplemente una anémona. Y si fue, al final, “el destino” el que se encargó de llevarlo a uno por tal o cual camino para llegar a ser lo que se es, sin o con el remordimiento de lo que no fue y que, tal vez, solo tal vez, pudo ser… Esa es la gran melancolía. Y es también la gran pregunta. No es cuestión exclusiva del mundo literario, claro está. Podemos extrapolar la frustración de Feijoo (el del cuento de Monterroso) o de Fombona (el erudito que desvía la vocación de Feijoo hacia sus dominios) a otras artes e incluso a otras disciplinas de la ciencia y la religión. 

También están la envidia y la venganza: si yo no pude, tampoco vos podrás y yo me voy a encargar de sonsacarte. Para lograr ese clima de inestabilidad, Monterroso caracteriza al joven Feijoo (que podría representar a todo joven con inquietudes literarias) como un muchacho tímido, pero con talento para la poesía. El zorro de Fombona se da cuenta del talento de su discípulo, pero como quiere vengarse en ese joven de sus propias frustraciones, lo lleva por los vericuetos que son su especialidad y, finalmente, lo destruye. El final del relato es la apoteosis de la ironía amarga: para apaciguar su culpa, el maestro finge hacer otra cosa, cualquier otra cosa, mientras su joven discípulo pasa por la guillotina de su aciago destino. Para convertir ese inmoral asunto en tema de interés, Monterroso va “tejiendo” lentamente, sin prisas, con ocurrencias, detalles, situaciones, bromas, la urdimbre que al fin concluye en el matadero. Yo no tengo la culpa, parece excusarse Fombona, y por eso saluda a alguien o busca algo o hace cualquier otra cosa que no lo vincule ante el crimen. 

Se suele pensar que Augusto Monterroso fue un escritor que, como tal, estuvo al margen de los grupos y movimientos literarios de su época. Por ejemplo, no forma parte del boom latinoamericano. Si Sábato refresca la novela psicológica en El túnel, Monterroso actualiza el cuento breve y, principalmente, las fábulas, algunas de las cuales he comentado de modo breve. En el género fabulesco siempre hay una moraleja, explícita en la fábula clásica, como la de Samaniego; en Monterroso, entender la moraleja es tarea del lector: está implícita. 

Monterroso no formaba parte de grupos literarios como tales, sin embargo, hay indicios de que sí estudió los recursos de la narrativa moderna y los incorporó en algunas de sus obras. Me pareció interesante el uso de múltiples narradores, quienes cuentan la historia desde sus particulares percepciones. También el uso del tiempo en forma circular. Escritores como García Márquez o Vargas Llosa, entre otros, emplearon esas técnicas en algunos de sus relatos, por ejemplo, en La hojarasca. En el cuento Diógenes también, Monterroso construye la historia desde la perspectiva de un niño, la madre o abuela del niño, y la del padre del niño. No es sino al final del relato cuando sabemos que el padre del niño se ausentaba con frecuencia de la casa porque era agente viajero y eso lo ignoraba el muchacho. Tampoco estamos seguros de si el hombre está diciendo la verdad, porque en la narración hay un momento en el que hombre cuenta un episodio de la vida con su hijo y con su esposa (¿o su madre?), que tiene todo el patrón de un cuadro psicótico. Es un relato, digamos, extraño en la narrativa de Monterroso, una forma abierta en la que el lector está obligado a atar los cabos sueltos que encuentra en esa historia, en donde el tiempo va y viene: cada lector habrá de construir la historia con los recursos intelectuales de los que disponga. 

A manera de conclusión, se puede afirmar lo siguiente: Augusto Monterroso es un autor que tiene su espacio bien ganado en la literatura hispanoamericana, así como en la literatura universal. Si bien es cierto que, en cuanto a su trabajo literario en los cuentos y fábulas, la brevedad es la característica más constante, no se le puede limitar a esa única cualidad, pues cuando se trata de abordar temas más complejos, cambia de ritmo y puede escribir grandes párrafos con una importante riqueza de contenidos descriptivos, estados psicológicos y manejo del tiempo circular. La ironía, la burla y el sarcasmo son unas sus herramientas favoritas. Pero, a veces, su ironía se torna amarga. Monterroso aborda los grandes problemas humanos y los toca con la gracia de su literatura, para que disfrutemos y nos riamos de nosotros mismos. El narrador sabe que poner rostros compungidos y máscaras de formalidad no ayuda gran cosa a que salgamos abantes en nuestros propios infortunios. Es mejor reírnos de esas cosas. Pero también es bueno que reflexionemos en profundidad con esa amarga ironía. Al final, lo que cuenta es la literatura y Monterroso es el gran maestro de las palabras y de las historias.

San Lucas Sacatepéquez

15 de julio de 2021,

segundo año de la pandemia. 

miércoles, 8 de diciembre de 2021

“Augusto Monterroso, ¿narrador de la brevedad? A propósito del centenario de su nacimiento” (1921-2021) [PARTE 1]

 


Por Omar Sandoval

En este breve ensayo que escribo para conmemorar el nacimiento de ese gran escritor guatemalteco, premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias y premio Príncipe de Asturias de las letras, me limitaré a comentar un poco su línea narrativa, particularmente sus cuentos. Para quienes hemos leído a Monterroso y a sus críticos, nos es familiar su habilidad para la brevedad. Y también, esos mismos críticos nos previenen sobre la facilidad o ingenuidad en la que podemos caer al creer que su narrativa es sencilla, jocosa e inocente. Nada más lejos de la realidad. Pareciera ser que esa trampa es parte de la hilaridad con la que Monterroso se goza en festejar y dejarnos con una perplejidad anodina, similar a la de la persona que solo tiempo después se da cuenta de que ha sido timada o engañada. Y en literatura eso es válido, como recurso y estilo.

“En los frascos más pequeños se guardan los mejores perfumes… y los peores venenos”, nos dice el refrán de la sabiduría popular. Y cuando estamos ante la lectura de uno de los cuentos o fábulas de Augusto Monterroso no sabemos si estamos ante un preciado perfume o ante un letal veneno o una mezcla imposible de ambos. ¿Son la ironía y el sarcasmo perfumes o venenos? No hay que ser tan radicales, por supuesto. Podemos quizás ser más justos al decir que estamos ante una pequeña botella que nos encontramos en las aguas turbulentas del mar, una que es arrojada por las olas y cuyo lugar de origen desconocemos. Y dentro de esa proverbial botella va el mensaje. Es una botella con una papelito en su interior. Nos disponemos entonces a sacar el papelito con gran expectación: ¿un mensaje de auxilio?, ¿un mensaje militar escrito en un código secreto?, ¿una declaración de amor o de guerra a una amante o a un enemigo distante? No. Hay una sola frase, que al leerla nos causa una mezcla de chiste y perplejidad. 

En lo personal, debo confesarlo, no soy de los más destacados admiradores del Dinosaurio. Sé muy bien que ese micro o nanorrelato ha sido celebrado, incluso por el gran Ítalo Calvino, pero soy más “fan” de los relatos con más sustancia. Me parece un relato audaz e icónico (icónico en el sentido de evocar en nuestras mentes la figura de ese animal herbívoro gigantesco de la era jurásica) y que para asuntos de “récords de Guinness” haya logrado posicionarse como el relato más corto de la historia de la literatura, aunque, al parecer, la marca ha sido superada de manera reciente por otros escritores. Sin embargo, esa superbrevedad que llega al límite posible en el Dinosaurio no es del todo la única literatura de Monterroso, aunque, desafortunadamente, y quizás debido a ese memorable relato, se le haya encasillado en esa fórmula económica.

Por supuesto que prefiere la economía antes que la prodigalidad y el derroche, pero también se vuelve extensivo cuando el ritmo del relato o la temática central lo requiere. Un ejemplo del ahorro de palabras, y no solo de palabras sino de hechos, es La Oveja Negra: “En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra. Fue fusilada…”. A parte de recordarnos el inicio de los cuentos clásicos europeos con lo de “Había una vez o “En un lugar de la Mancha…”, notamos una cortante narración. Un ahorro insólito de hechos narrativos. En el cuento clásico, se ha dicho, el esquema funcional siempre fue: introducción, nudo y desenlace. Pero aquí se pasa de la introducción al desenlace. No sabemos la razón por la cual la infeliz oveja fue fusilada, si por ser negra o por otro delito. 

Lo que sigue del relato es la ironía. La interpretación de la fábula da pie a múltiples posibilidades, desde las más inocentes hasta las más elaboradas. Se puede interpretar como un asunto de pura discriminación, por “el color negro”, hasta la intolerancia por la singularidad en un mundo que castiga “ser uno mismo, no seguir al rebaño, etc.” o lo más difícil, una alegoría política. Es quizás uno de los cuentos de Monterroso más directos y a la vez más evasivos. Sobre todo, hoy que asistimos a una inaudita fiebre de preferencias identitarias que no solo se visibilizan o se pretenden visibilizar en banderas multicolor, sino también en modas y exigencias que hacen tambalear nuestro anacrónico sistema de valores… a costa de una intromisión de lo incierto. 

En cierta forma la literatura ha sido profética o al menos constructora de presagios, desde la visión de McLuhan con su famosa frase “El medio es el mensaje” (ahora que hay tantos medios y tantos mensajes) hasta la visión política del hombre deambulando en “La Aldea Global”. Las ovejas comunes y corrientes pueden sacar partido del hecho criminal, pero también el escritor, entre ellos el propio Monterroso, se puede ejercitar en el arte de la escritura no al promover o ejecutar actos criminales o políticamente incorrectos, sino por el hecho de construir sobre cadáveres, como lo mencionó recientemente Vargas Llosa. Conste, no obstante, que en el caso de la literatura no estamos hablando de las demás ovejas comunes y corrientes, sino de aquellas que convierten la experiencia humana en contenidos literarios. Las demás ovejas puede que se ejerciten en el arte de la escultura u otras actividades artísticas y, para ello, necesiten más sacrificios de ovejas negras, pero su arte jamás llegará a ser auténtico.

Y hablando de autenticidad, aprovechemos para comentar otro de los cuentos cortos o muy cortos de Monterroso: La Rana que quería ser una rana auténtica. Se trata de nuevo de la ironía, pero en este caso matizada por una especie de masoquismo o autosacrificio. En la mayoría de los cuentos o fábulas cortos de Monterroso encontramos un mensaje sarcástico y de humor negro. Y justo ahí está la trampa de la que hemos hablado. La sonrisa que inevitablemente asoma en los labios del lector es una invitación a la celebración del ingenio… y de la crueldad también. Quizás sea aleccionador. Quizás sea otra vez alegórico. Imagine que usted es un escritor que quiere escribir con originalidad, fuera de los lugares comunes, con un estilo que se esfuerza por ser o parecer propio. Y para lograrlo tiene que trabajar arduamente: tachar, borrar, eliminar, rehacer, editar...

Después de logrado su objetivo (o de creer que lo ha logrado), usted va hasta el editor. Espera nervioso e impaciente la opinión del experto, un editor que ha trabajado con muchos autores famosos. Digamos que usted está en una salita de espera o algo así. El editor le sirve un café y le dice, con la mayor cortesía, que espere un momento, que tenga paciencia, que ya regresa. Usted está ahí, como el padre que ha dejado a su pequeño hijo en el colegio parvulario y no sabe qué trato le van a dar el primer día de clases… Entonces el editor se olvida de usted, de que usted está esperando en la salita, con su café que apenas ha saboreado, y escucha el lapidario comentario que hace a su secretaria: “Este relato es bueno, es igual al del autor T…”. 

Algo similar ocurre en otros relatos, en los que de modo invariable nos vemos sorprendidos por ese humor satírico, inclusive en el cuento del mono que quiso ser un escritor satírico. En este caso la alusión a la política y la diplomacia son tan transparentes como las intenciones del autor por satirizar, quizás, a los profesionales del cuarto poder, que de hecho están al tanto de ciertas desmesuras y calamidades que ocurren en los ámbitos que frecuentan, que podrían llenar infinidad de cuartillas para sus editoriales lúcidos y comprometidos, pero que lamentablemente comprometen también la “fafa” que reciben de sus pautas y notas de relaciones públicas. Así, estamos ante un autor que recurre a la fábula clásica, con animales que hablan, planean y ejecutan, pero que representan en su alegoría a personajes por todos conocidos (hasta por ellos mismos) y, por tanto, me atrevería a afirmar, bajo el riesgo de que me lapiden algunos celosos fanes del autor, una literatura por momentos tendenciosa, cuestión que no es reprobable si se hace con el estilo de nuestro autor; porque esa tendencia es un estilo y no hay mejor estilo para la educación moral que la parábola. 

Otra característica que puedo apreciar en la narrativa de Tito Monterroso, como cariñosamente lo conocíamos, es el uso del lenguaje coloquial y provinciano en boca de sus personajes, característica que, por supuesto, no es exclusiva de él, pero que en la brevedad de sus escritos le da una relevancia que es difícil encontrar en otros autores. Si no fuera por el contexto en el cual aparecen esas expresiones vernáculas, daría la falsa apariencia de una cacofonía desafortunada, pero que sabe introducir de la forma más genial, como lo hacían Asturias y Rulfo. Me vienen a la mente los relatos de Primera Dama y No quiero engañarlos, en los que logra el efecto deseado, que es el tedio, la impaciencia y el bochorno, que llegamos a compartir con los espectadores del relato. Esa magia de contagiar y de introyección en el acto narrativo es una cualidad que me parece digna de resaltar. 

¿Quieres seguir leyendo más?

No te pierdas la segunda parte.

martes, 7 de diciembre de 2021

El Ministerio del Tiempo - Temporada 4 (5)

 Capítulo 5: “Deshaciendo el Tiempo”

Este capítulo me recordó la serie Regreso al futuro. La idea no es nada original, sin embargo, podemos hacer algunas reflexiones existenciales, aunque que no sean filosóficas. ¿Está bien actuar de manera irresponsable por amor? ¿No parece esta actitud un acto egoísta? Veamos si podemos responder estas preguntas con las aventuras de Pacino, mientras viaja en el tiempo para corregir el pasado. 

En el capítulo anterior, Lola fue secuestrada por un barco extraño, mientras perseguía a los ladrones de arte durante la guerra civil, junto a Julián. Al enterarse de que ella no regresaría de su misión, Pacino se volvió loco y se prometió a sí mismo que la traería de regreso, costase lo que costase, cambiase o no el pasado. Ese ha sido siempre el lema del Ministerio del Tiempo, nunca cambiar un hecho pasado para que el presente permanezca preservado. Pero Pacino, rebelde como es, no obedece esta regla para tener a Lola a su lado. 

Todos sus planes salieron mal, provocando la muerte de sus compañeros y dolor a los que se quedaron. En uno de los intentos, el Ministerio quedó totalmente destruido, comprometiendo siglos de trabajo para garantizar la Historia de España tal como es (¿o era?). Superado por los intentos fallidos, Pacino deja que la historia siga su curso, sin interferencias, aceptando, por ahora, la ausencia de Lola. Sin embargo, con todo lo sucedido, Pacino no se arrepintió de lo que hizo. A pesar de los errores cometidos, volvería a hacer todo lo posible para tener a su amada una vez más. Según todos los hechos, seguirá intentándolo. ¿Volverá Lola al Ministerio del Tiempo? ¿Ella se murió? Solo viendo el capítulo para conocer las respuestas a estas preguntas. 

 Con relación a las primeras preguntas que hice al comienzo de esta reseña, puedo responderlas. Mira, querido lector, esta es una opinión personal, por lo que es posible que no estés de acuerdo. Dados los resultados obtenidos por Pacino, no podemos actuar de manera egoísta o egocéntrica porque afectaríamos a otras personas, lo que podría destruir sus vidas y causar daño a tantas otras. Luchar por el amor de tu vida siempre vale la pena, si crees en el amor. Pero otro punto que llama la atención es el determinismo de Pacino en recuperar a su amada. Además, aceptar el error y no sentirse culpable por las acciones, demuestra la fuerza que se tiene para ser un agente del propio destino. ¿Existe el destino? Si es así, ¿merece la pena nuestro esfuerzo para intentar cambiarlo? Para estas preguntas, todavía no tengo una respuesta.

Cervantito, el Perro