Definición de Correveidile:

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miércoles, 25 de noviembre de 2020

"Desconexión" por Omar Sandoval (Guatemala)

 

Escucho nuevamente ese sonido que va y viene, como un silbido agudo y, poco después del silbido, una serie de murmullos que parecen venir de muy lejos. No sé cuánto tiempo llevo en este limbo. Parece que yo también entro y salgo de algo, pero no termino de salir del limbo, esa es mi principal preocupación. Aunque estoy como paralizado en un estado espacio-temporal, y no recuerdo casi nada de qué soy y si he sido otra cosa, por momentos me vienen algunas imágenes que rompen la infinita oscuridad. A veces es un rostro de mujer, una mujer joven y bonita, quien me sonríe y que despierta en mi corazón una mezcla de sentimientos entre bonitos y tristes. Parece que tengo algo que ver con ella, la siento muy próxima, como si pudiera meterse por momentos en este limbo. Hace poco (digamos, aunque no sé la medida exacta del tiempo) creí escuchar un sonido que no era ni el silbido ni el murmullo de sonidos, era algo relacionado conmigo, pero no acabo de saber muy bien qué era; lo extraño es que ese sonido, junto con la imagen de esa mujer joven y bonita, me hacen sentir muy bien, a pesar de la eterna oscuridad que me circunda.

Hoy (en este otro momento) escuché un sonido que decía “te amo” y hubo otra vez ese sentimiento de alegría y tristeza; sentí además algo raro en lo que creo son mis ojos, un líquido que resbalaba por esa superficie, y por primera vez me dio una sensación de algo salado o amargo, que brotó al escuchar ese sonido del “te amo”, y por un fragmento de segundo vi de nuevo a esa joven bonita y asumo que ese sonido viene de ella.

En alguna parte de este espacio que es mi cuerpo, siento una sensación desagradable, que no me deja respirar con normalidad, como si tuviera algo extraño metido en alguna parte, y eso me incomoda. Además, hay otras cosas metidas o acopladas en otras partes de mi espacio, que siento que no son mías, aunque no sé qué cosa soy yo. A medida que esto se prolonga, se hace más extenso, más difícil, más incierto; pero ahora los recuerdos empiezan a fluir con más nitidez. Recuerdo a un niño, que es como la imagen de la mujer bonita que intermitentemente veo en este espacio negro y vacío. También recuerdo a alguien que, por alguna razón, siento que soy yo, pero fuera de este limbo oscuro. Ese alguien sí tiene una forma humana, también tiene gestos y habla como la mujer. Ese hombre es joven también. Qué raro, ese hombre estaba al otro lado del limbo, era ágil y jocoso, se reía con facilidad. Le gustaba jugar con sus amigos, beber algo sabroso. ¿Qué es beber? Ya no recuerdo, pero sé que ese hombre bebía y se divertía. A la mujer joven le ponía triste y furiosa eso, no sé por qué.

Los recuerdos se van haciendo cada vez más nítidos, como si hubiera una tenue cortina que separara este limbo de otro lugar lejano, pero a la vez próximo. Ahora comienzo a ver con nitidez, pero eso provoca también que sea más consciente del dolor y del jadeo que siento en este cuerpo. Recuerdo lo más próximo, lo recuerdo por fragmentos y con una nitidez variable. Me da miedo estar recuperando esa memoria, esa avalancha de cosas del pasado, porque siento que me van a hacer más daño que el limbo en el que vivo. Ahora veo: “Yo soy un joven” dije, “a mí no me va a atacar ni mucho menos vencer”. Y la mujer me decía: “Es cierto, Jorge, pero aun así es peligroso”. ¿De qué peligro habla la mujer? “Sabes bien que hay personas de tu edad que también han caído”, dice la mujer, lo dice con un tono ambiguo, de enojo y súplica. Ya recuerdo mejor: las noticias, los casos, las advertencias. “¿A dónde vas, Jorge?” pregunta la mujer, y agrega “Jorgito te necesita en la casa”. Entonces emito una palabra, que no es una buena palabra, y veo que eso enfurece y entristece más a Jésica, así se llama la mujer y es mi esposa. Estos recuerdos me están haciendo daño. Por momentos la oscuridad de este limbo en donde vivo se ve estorbada por relámpagos blancos, como fogonazos; a veces, los fogonazos se prolongan y son como un ambiente más real que mi limbo, y eso se acompaña de más ruidos de silbidos, y ahora de una máquina que hace un ruido como de pistón, como de aquellos compresores de aire que vendíamos en la empresa. Y el ruido de ese pistón también se acompaña de un dolor en mi garganta, de un jadeo que es cada vez más doloroso y angustiante. Escucho otra voz que no es la de mi mujer. Alguien dice: “Le estamos disminuyendo la dosis de la sedación para ver cómo reacciona”. No sé lo que significa eso, aunque siento que tiene que ver con la fluidez de mis recuerdos y con la nitidez cada vez más clara de lo que estoy viendo y oyendo del otro lado de mi limbo. “¡Y vos qué putas te crees, yo no soy ni seré un mandilón como quisieras o como querría la bruja de tu madre!” Esa es la frase hiriente que le dije a mi esposa, esa frase con esa mala palabra ¿Por qué dije eso? ¿Por qué actué de esa manera si, hasta donde recuerdo, yo amo a esa mujer?

Luego pasaron otras cosas y, ahora, se me viene una avalancha de recuerdos incontrolables. Ahora recuerdo, ahora comprendo: la fiebre, el dolor, el cansancio, el jadeo. Luego el ruido de la ambulancia, similar al silbido de estas máquinas, tendido en la camilla, los jóvenes con sus atuendos celestes, sus mascarillas y sus caretas, la auscultación, los aparatos. “¡Caso grave!” dijo el jefe. Y Jésica llorando y yo sin respirar. “Nosotros la tendremos al tanto” comentó otro de los jóvenes vestido de celeste. Voy en la camilla por un largo pasillo de paredes verdes, en el dedo índice de mi mano izquierda han puesto un aparatito, todavía veo un número en la pequeña pantalla:40. “¡Hay que intubarlo!” afirma el jefe. Es lo último que escucho. Luego viene el sopor, la eternidad oscura, la inconsciencia, pero ahora abro un poco los ojos. Sobre mi cabeza hay una lámpara con una luz amarilla. Mi cuerpo está rígido, apenas muevo mi cabeza. Con horror alcanzo a ver, como en la película Matrix, a otros hombres como yo; los veo conectados a muchas máquinas, con tubos y cables, máquinas que emiten un silbido y un murmullo que hasta hace poco era el único sonido que me conectaba con el mudo real, fuera de mi limbo. Siento en mi garganta el grueso tubo y otros tubos conectados a la máquina con ese ruido de pistón, como los compresores de aire que vendíamos en la empresa. Oigo otra voz: “Hay que sedarlo más otra vez, se está despertando y comenzará a moverse incontroladamente, el coma es necesario”. Siento en mi vena fluir un líquido a través de un catéter insertado en mi cuello. Sé que ese líquido me va llevarr de vuelta al oscuro limbo del cual ya no voy a salir. ¿Qué va a pasar con Jésica? ¿Qué va a pasar con Jorgito, mi hijo de dos años? Ya no lo veré crecer, no le enseñaré a jugar al fútbol, no lo iré a dejar al colegio, no le enseñaré tantas cosas. Por Dios, ¿qué hice con mi vida? Era tan fácil, no era gran cosa. Quisiera oír de nuevo la voz de la mujer, de mi mujer, que me dijera otra vez “te amo”. Sé que es el final, el final de mi vida, tan joven, tan sano, tan insensato. Ahora estoy de nuevo en el oscuro limbo. Escucho otra vez el silbido, pero ahora es un silbido continuo, imparable, que ya sé que significa. Hay un frío como el del hielo, como el de un invierno sofocante y eterno. Y ahora hay otra luz, una luz blanca que se acerca, como una gigantesca lámpara, una luz que brilla allá a lo lejos, pero que se acerca y está abarcándolo todo, absolutamente todo…

Ad Mortem. Kyrie Eleison

“Tenía 26 años” comentó uno de los hombres envuelto en un overol azul con gafas, mascarilla y una careta de grueso plástico. “Sí, tan joven” le respondió su compañero, “pero vos sabés que esta neumonía viral se lleva hasta a los jóvenes. Hay que anotar la hora y es importante desconectarlo cuanto antes, para la desinfección”, dijo el primero. “Hay más pacientes con necesidad de un respirador”. El otro se quedó un instante pensado y haciendo sus propias conjeturas. Finalmente expuso: “¿Vos o yo? Hay que avisar a Jésica, la esposa de Jorge”.


       © Omar Sandoval, San Lucas Sacatepéquez, 2 de septiembre de 2020, el año de la pandemia.

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